miércoles, 9 de enero de 2013

RELATO EN EXCLUSIVA PARA ESTE BLOG DEL ESCRITOR DE "PEQUEÑOS LABERINTOS MASCULINOS": GUILLERMO ARRONIZ NOS OFRECE "LA EUROPA DE LOS SUEÑOS"


 Cementerio (San Lorenzo) de Roma.

Es un honor y un privilegio el que Guillermo Arroniz López, pudiendo haber incluido este cuento en su próximo libro, haya decidido compartirlo en exclusiva en este blog. No hay que recordar que, como el resto de los relatos de este blog, está debidamente inscrito en el Registro General de Propiedad Intelectual.


 Dedicado por Guillermo Arroniz a JV, JG y, por supuesto, a QVR.


LA EUROPA DE LOS SUEÑOS


Manuel Salustiano Fernández, ochenta y siete años, su desconsolada viuda y sus hijos Merce, Simón, Alberto y Francisco ruegan una oración por su alma. Deja dos sillas estilo Luis XVI de los sesenta. Lo que ignoran todos, su esposa y sus cuatro herederos universales es de dónde salieron aquel mobiliario ni por qué lo encargó en semejante fecha, cuando aún estaban pasando por importantes estrecheces económicas. Ni sabrán nunca que, su serio y amante esposo y padre las mandó hacer para maquillar una donación considerable. Un montante de dinero que permitiera pagar un viaje a Suiza. El hombre cuya mano dejó huella en las sillas mantuvo siempre en el recuerdo a Manuel por aquella nueva oportunidad en el país helvético… y por algo más.

Susana López de Cuestas, nacida el once de agosto de mil novecientos veintidós. Sus primos María y Julián la tienen presente. Claro que la tienen... Y la tendrán mientras dure la herencia. Y puede que el resto de su vida, aunque sólo sea para criticar, con envidia rencorosa, que no hubiese ahorrado aún más. Lo más notable en el impresionante lote de objetos acumulados por la difunta es, sin duda, una caja registradora antiquísima. La caja del café donde se colgaron y vendieron los cuadros de López de Cuestas, que nunca firmó con su nombre de pila para ocultar su sexo a los compradores; que falleció soltera; y que, a pesar de la leyenda, no tuvo racimos de amantes, sino sólo uno, como bien habría podido atestiguar la caja registradora en caso de haber tenido habla más allá de sus tics y tacs y rasgados y timbres, completamente incomprensibles para el ser humano, obsesionado con las palabras y los gestos y poco atento a las onomatopeyas.

Helver Casillas Torres, natural de Colombia, residente en España desde mil novecientos cuarenta y dos, de edad neblinosa. No deja familiares conocidos. Lote de fotografías de hombres que posan en parejas, desde mil novecientos nueve a mil novecientos diecisiete. Nunca quiso saber de la Historia, ni del Arte después de aquel año. Lega sus posesiones a una institución de beneficencia salvo la colección de retratos que deben ser subastados como una colección indivisible y única. Y cuyo montante debe dedicarse al pago de una obra: literaria, escultórica o pictórica que ensalce a los ejecutados por su orientación homosexual. Nunca le gustó el paupérrimo y elemental triángulo de los canales de Ámsterdam.

Juliana Fernández Sanjuán, nacida en Cuba y casada con un canario en los años setenta, de respetable edad. Su ahijado y único heredero no ruega nada, pero sí hubiese querido que, durante los dos años de enfermedad en los que estuvo enclaustrada en una residencia, hubiese recibido un mayor número de visitas. Entre los objetos que se venderán están dos mesas de mármol y patas de hierro forjado de procedencia desconocida, pero notablemente antiguas y posiblemente isleñas. Sobre sus superficies veteadas Juliana escribió poemas en un español antiguo, producto de las numerosas lecturas del siglo XVII a las que dedicó su vida, que cantaban el valor y la determinación de las sufragistas inglesas.

Jacinto Pericay de los Olmos, nacido el diecisiete de septiembre de mil novecientos treinta y uno. Desaparecido. Tras varios años sin señales de vida su familia celebra un sepelio simbólico y da misa por su alma… esté donde esté. Hombre huraño y arisco nunca explicó las razones por las que coleccionaba cajas y objetos de madera como el perchero modernista de largos brazos y estrecho tronco, equilibrio prodigioso y sinuosidad desbordante. En las cajas de encontraron tres millones doscientas cincuenta y siete mil pesetas en diversos billetes y monedas. Se ignora la procedencia de tan extraños ahorros, pero se cree que tienen su origen en el contrabando de comics y revistas pornográficas durante las primeras décadas de la posguerra.

Eva María Castro Heras, divorciada. Deja una estantería de mil novecientos en perfecto estado. Regalo de boda de sus padres, realizada en caoba, artesanalmente. También se venden, en el mismo lote que la librería, o por separado libros de filosofía y religión, con especial atención a Teresa de Cepeda y Ahumada y Sor Juana Inés de la Cruz, con un cuarteto subrayado insistentemente:

Rosa divina que en gentil cultura
eres, con tu fragante sutileza,
magisterio purpúreo en la belleza,
enseñanza nevada a la hermosura.

La búsqueda había empezado en mil novecientos noventa y dos, notable año para los españoles residentes en Barcelona, Sevilla y Madrid, especialmente. Era el año olímpico, el quinto centenario de la llegada de Colón a América y Madrid se convertía en Capital Europea de la Cultura. Josep Congost había tenido un sueño. Un sueño que le ocuparía los ratos libres de los siguientes veinte años de su vida, dedicada profesionalmente al negocio familiar de cárnicos con el que no se sentía feliz. Josep quería un rincón antiguo, un rincón donde recrear la Europa de comienzos del siglo veinte, cuando la tecnología no había conseguido vencer el pulso a la artesanía. Cuando aún cabía la esperanza del Arte por el Arte, el culto a la belleza, y un mundo capaz de volverse del revés por un poema, por una ópera, por una creación valiosa y única, por un huevo de Fabergé. Él crearía en su ciudad, de apenas treinta mil habitantes, un nuevo reducto para la Poesía, el encuentro filosófico, la charla literaria, los pequeños conciertos de cuartetos de cuerda, y el chocolate servido como en los Champs-Élysées o las cafeterías bruselenses en la primera galería comercial de Europa. Ignoraba por qué lo deseaba tanto, qué o quién le había hecho soñar con algo tan anacrónico.
Aprovechaba los viajes a Madrid, las escapadas a París, los paseos por Notting Hill y los domingos en los Encantes para visitar anticuarios y tiendas de segunda mano. Tenía que encontrar los objetos precisos para crear la atmósfera adecuada. Los muebles, el mostrador, la máquina cafetera, los aparadores… debían desprender un aroma a fantasmas y elegancias, a vidas encerradas entre fotografías sepias.
No tenía prisa y la tenía toda. Quería seleccionar cada puerta, cada pomo, cada detalle para que el resultado fuese perfecto, capaz de atraer el espíritu de la propia Blavatsky en una sesión de espiritismo, tras la lectura apasionada y con voz juvenil de “El barco ebrio” o de viejas leyendas sobre el Golem; o el olor a absenta y tabaco fumado en pipa tras una interpretación musical de violines.
Y no podía confesar todo lo que había hecho para conseguir aquellos objetos evocadores. Ni siquiera a sí mismo. Mentir, engañar, suplicar, arruinar, pervertir, robar, seducir, inventar, olvidar, regatear, viajar, ocultar... eran verbos que tendría que utilizar para hacer examen de conciencia pues había hecho uso de todos por aquellas piezas que acumulaba en un trastero inmenso en espera de poder abrir aquel café de ensueño. La historia más triste, aunque no la más truculenta, fue la del anticuario de El Rastro madrileño que se encaprichó de él y que le regalaba los muebles a cambio de transacciones en carne dadas y tomadas en la trastienda, entre toneladas de polvo y cachivaches sin nombre ni uso. Lo cual no dejaba de ser terriblemente irónico ya que, de alguna forma, ello implicaba que Josep estaba vendiendo su carne, como se vendía la carne del negocio familiar del que trataba escapar. Aunque la suya no fuesen solomillos o costillares vacunos. Nunca se había sentido atraído por el comerciante, pero tampoco le causaba rechazo a pesar de los años de diferencia entre ellos. Y siempre se esmeró en darle el mejor pago por sus obsequios. Apuraba cada minuto para que fuera lo más próximo a la fantasía del madrileño, quien tenía obsesiones muy marcadas con las posturas y los tiempos. Pero a pesar de ello el vacío del comerciante aumentaba con cada visita, tanto dentro de sí como en su cuenta corriente. La entrega de Josep era falsa, retorcidamente escueta, hasta el punto de rebelarse craquelada cuando incluso intentaba disimular su prisa tras el momento en que ambos terminaban con las respectivas eyaculaciones. Con él se iban la ilusión, los muebles y el dinero. Y quedaba un ansia cada vez mayor.
El tiempo había transcurrido. Y con él los objetos habían llegado a conformar algo más que montones de maderas, mármoles, hierros y cristales. El local idóneo estaba a la vista y la crisis económica había propiciado que estuviera disponible, así que empezó la obra que atrajo a vecinos y extraños. Seis meses de remodelación y traslado de muebles siguieron de forma intensa. La parcela, céntrica pero exenta de otros edificios, con su pequeño jardín con verja a la entrada, contenía el edificio coqueto y algo amanerado donde se rescataron algunas pinturas, molduras y vigas. La restauración fue mucho más difícil y cara de lo que hubiera sido la demolición y nueva erección. Pero el dinero sólo era un negro motivo más de desesperación que se hundía en el pozo de la obsesión a punto de cumplirse. ¿A quién podía importarle?
El negocio familiar estaba abandonado, prácticamente. Lo mantenía porque, a pesar de no dedicarle atención, seguía produciendo algún beneficio por sí mismo, gracias al buen hacer de empleados que llevaban en el negocio más tiempo que el propio Josep, que habían empezado con su padre y le guardaban fidelidad a la empresa, que se sentían parte de un algo familiar. Beneficio que era sumamente importante para cumplir aquel sueño de pasados a destiempo. Se cuchicheaba de todo a sus espaldas, la ciudad entera no hablaba de otra cosa. Y algunos rumores tenían fundamento y otros eran exageradas leyendas sin pies ni cabeza, pero nadie podría haber discernido cuáles eran los unos y cuáles los otros. Josep se había vuelto, con cada día que pasaba, un ermitaño de primer orden. Daba órdenes a los trabajadores, conversaba con el contratista y el jefe de la obra, pero no revelaba nada de sí mismo a nadie. Su yo estaba quedando sepultado bajo cada pieza que se colocaba en el local. El café era la perfecta tumba donde se iba metiendo poco a poco. El cofre inmenso, el mausoleo mejor amueblado. O, como en aquella película que había visto de adolescente: “La invasión de los ultracuerpos”, el local iba adoptando sus formas, sus sentimientos y emociones en forma de sillas y mesas, suelos, baldosas, tazas, y un día llegaría a suplantarlo. Pero ni lo pensaba ni se le ocurría hacerlo. Estaba demasiado ocupado ultimando detalles, contemplando a su bebé, bello y elegante como una dama en un salón parisino de mil novecientos, y aterradoramente macabro, como un relato de Poe, todo al mismo tiempo.
Hubo tantos problemas durante la obra que el contratista estuvo a punto de romper el contrato y olvidarse de los beneficios a corto plazo. El cliente era un esquizofrénico, exagerado con cada pequeñez y rincón. Para él los albañiles debían ser arquitectos en pulcritud. Aquello no era realista. Y él, Pedro López Hernández, era un español pragmático y vulgar, como decenas de miles, ajeno a la idealización de Josep, únicamente un cliente que acumulaba rarezas y chaladuras.
Pero allí estaba al fin. El impecable palacio del buen gusto, el congelado rincón de una Viena cosmopolita y melómana, el tufo a tertulia de café Pombo, y el decadente orgullo de la nave a punto de irse a pique del Titanic todo junto. Las equilibradas calles de la Florencia que enamoró a los ingleses y algo del recogimiento mágico praguense y el imperio del exceso de Múnich. Cuando salieron los últimos obreros y el último transportista le dejaron todas las copias de las llaves y se quedó dentro, contemplando, a medida que el sol de otoño recién estrenado se escapaba, llevándose consigo la cortedad de las sombras (atrevidas al fin tras el largo verano, conquistando los espacios con dedos que parecían raíces sobrealimentadas) y un frío húmedo, solitario e insolente, como de ciudad junto a un inmenso río, se apoderaba poco a poco de la estancia. Allí estaba frente a sí mismo.
Nunca salió de allí. La cafetería quedó clausurada siempre, con un hedor a lugar maldito y abandonado que se vio reducido a la ruina antes de llegar a desplegar su encanto. Su exquisito cadáver se ha quedado embalsamado en el ambiente, como si estuviera en formol.

Carlos Coello de Santamaría, natural de Cádiz, fallecido en Madrid veinte años después de su nacimiento. Deja un cuerpo bello y unos amigos desolados que no saben comportarse en un tanatorio ni entienden el dolor ni el luto. Sus rasgos se han afilado con el paso de la guadaña y su atractivo de atleta se ha vuelto oscuro. Ha dejado una nota de despedida. Se ha ido detrás de McQueen a quien suspiraba por conocer. Sus sueños de juventud entregada se han colmado. Su abuelo le había dejado un legado de copas de cristal escocés listas para el mejor de los coñacs.
Soledad Ricardo de Alcudia, natural de Burgos, amante de la tierra y sus riquezas, de las casas de piedra y las chimeneas humeantes de invierno, nacida en el controvertido año de mil novecientos treinta y seis, superviviente de la guerra y la posguerra, de las que apenas guarda recuerdo alguno salvo el hambre que vivió hasta su primera juventud. Se fue mientras bebía una infusión en una de sus famosas tazas de porcelana. Nunca compró ninguna. Pero se hizo famosa en la comarca, e incluso en el extranjero, por haber sido depositaria de tantos y tan variopintos ejemplares y venían de muchos rincones a contribuir, a regalarle a aquella mujer que nunca ansió riqueza alguna salvo el tiempo, el tesoro más caduco, y al tiempo más inacabable de todos.
      Josep Congost Merino. Nacido en un pueblo de Almería y mudado antes de cumplir un año por la emigración de sus padres a Cataluña, donde fundaron una carnicería que prosperó hasta posicionarlos y poder mantener asalariados que llevaban el día a día de una tienda que terminó convertida en cadena en todos los mercados de la región. De sus bienes sólo uno formó parte de su sueño de un gran café europeo donde esperaba llamar al Arte y a la Belleza, por los que vendió su alma: un espejo, un gran espejo con marco dorado en Madrid, en el Madrid de mil novecientos cuarenta. Sólo aquel azogue revestido de riqueza perteneció desde siempre a Josep. Y en él se miraba y nunca veía nada. Hasta que lo colgó, último detalle, en aquella columna de la cafetería en la que había volcado su vida. Cuando se vio supo que no podía entregarse a nadie que no lo conociera y lo amara. Los clientes no podían ser sus amantes. Ni siquiera los artistas. Ya nadie podría amarle. Se había vaciado entre cuatro paredes. Ahora que veía por fin su reflejo… estaba vacío.


Guillermo Arroníz López (Foto realizada por Qviron  Lethebain)



Puedes encontrar su libro "Pequeños labrintos masculinos" en: 
; Casa del Libro; El Corte Inglés; FNAC; La Central; Librería Cómplices; A different life...
Y seguirle en:
http://viajarte.universogay.com/ (Blog de viajes y artículos de opinión).



5 comentarios:

  1. Es una extraña e interesante experiencia el hacer un comentario en mi blog con los ojos del que contempla un relato no propio.
    Es interesante el dedicar tiempo a leer lo que el relato encierra y, en cierto modo esconde. Solo él sabe el verdadero significado sus giros,matices,escenarios y descripciones.
    Creo intuir que este cuento es significativo para Guillermo por la foto escogida de portada y por la dedicatoria. Nosotros no debemos de entenderlo,solo intuirlo...El tiene sus razones y eso basta.
    En cuanto al relato en si, la presentación de los distintos personajes a modo de esquela no deja de ser sorprendente y original. Aparecen y desparecen- más bien lo último- con una breve descripción de sus biografías, sus descendientes y amigos y, por supuesto sus bienes materiales.
    A mi modo de ver son tan protagonistas como los seres humanos encarnados, suponen un reflejo de sus deseos, luchas, gustos y ambiciones.
    Evidentemente , a mi modesto entender,la protagonista es la muerte, aquella que hace que hace que todo sea cíclico en un devenir en el que Josep y su recreación de Europa son el núcleo,la concentración.
    Josep sueña,anhela y es capaz de cualquier cosa por conseguir su paraíso particular, ¿perdiéndose a sí mismo?
    Pero todo vuelve a empezar... o a terminar..
    Esta es tan solo una breve interpretación y cada lector seguro que sacará otras conclusiones, pues así es la riqueza de este relato.
    Espero haber captado minimamente su intención y no me extiendo más, aunque me guarde imágenes y sensaciones que espero que otros descubran
    Excelente trabajo Guillermo.
    Un abrazo.
    David

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  2. Bella historia, aunque triste. Al principio me sobran muchas "Y", pero me ha gustado. Volveré a visitarlo porque de un vistazo me mola y los relatos me chiflan. Me encanta leer, así que te deseo toda la suerte del mundo para el concurso 20 blogs. También me he fijado en que te publicaron un libro que puede ser interesante de leer.
    Un saludo y enhorabuena al autor de este relato.

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  3. Gracias por tu visita a este blog y dejar un comentario. Siempre son de agradecer.
    Estoy muy contento con este relato en exclusiva de Guillermo, aunque tengamos una manera bastante distinta de expresarnos y enfocar la vida. Es aquí donde reside la riqueza de la escritura:en las diferentes maneras de narrar una historia,unos sentimientos o unas impresiones.
    Agradezco tu apoyo y te deseo la mejor de las suertes
    David

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  4. ¡Hola David! Muchas gracias por tu amable comentario y visita+voto a mi blog de novelas que participa en el concurso de 20 minutos. Como bien dices, participan miles de blogs y es casi un privilegio que alguien se detenga a leerte. Encantadora la foto de los leones. La máscara de mi blog es una foto mía de una máscara que compré hace ya muchos años en Venecia. Siento no haberte contestado antes, pero estoy siempre muy ocupado, con poco tiempo libre, trabajando en la próxima publicación de mi novela "El hotel de las almas perdidas". Ya he publicado en formato digital a través de Amazon.es otra obra, que se llama "La casa de las 1000 puertas" y siempre es un placer charlar con otros amantes de la cultura. Un abrazo

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    1. Gracias a ti por devolverme la visita y por tus diversas aportaciones.
      Es complicado visitar a todos los participantes. Me encantó la portada de la máscara veneciana; yo tengo una en acabado en madera que también tiene muchos años.
      Yo ando también liado con varios proyectos y posibles publicaciones y eventos públicos. Tiempos de poco o tiempos de mucho.
      Espero que tengas suerte en todos tus proyectos.
      Un abrazo

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