viernes, 28 de diciembre de 2012

LECTURA DEL RELATO "UNAS NAVIDADES DIFERENTES" EN CUENTOS DEL SOLSTICIO DEL ESPACIO NIRAM


Unas Navidades Diferentes


Casi todo el mundo esta de acuerdo, por unas causas o por otras, en que estas Navidades son diferentes personal y socialmente. Para muchos el cambio de año supone realmente un antes y un después. A pesar de todo hay que enfrentarlo con esperanza , buenos propósitos y sentido del humor.









sábado, 22 de diciembre de 2012

LO QUE EL ALMA GUARDA. POR DAVID M. VILLA MARTÍNEZ.


LO QUE EL ALMA GUARDA


LO QUE EL ALMA GUARDA


La conciencia nunca engaña siempre y cuando el alma sepa lo que guarda

¡Ya se sabe!  Si piensas una cosa y terminas haciendo otra, totalmente diferente a lo que realmente querías hacer, te sentirás inconforme contigo misma pasado el tiempo. Trato de evitar las conductas contradictorias, sobre todo si no quiero que luego me invada un profundo sentimiento de fracaso existencial.

Dar el paso de operarse para cambiar de género es un paso de gigante y en ocasiones me asaltan las dudas de si quedaré bien, de si la imagen de mi misma tengo en la mente se verá materializada con exactitud tras las operaciones y tratamientos hormonales. Por otro lado, en la vida no todos los momentos son buenos; hay algunos peores que otros e, incluso, algunos son indeseables. La transfóbia está aún muy arraigada. Pero la clave está en aceptar los hechos sin ningún tipo de frustración o enojo desmedido. El "pronto emocional" no me lo suele quitar nadie pero en mi está canalizar o gestionar adecuadamente esa avalancha emocional para que no me arrase.


En muchos casos puede costar mucho superarlos y me siento tentada a veces a recrearme en el dolor, la pena, las burlas, la incomprensión de familiares y amigos, los anhelos pendientes; pero soy consciente  de que no es culpa de mía, ni es culpa de mi alma que también tiene derecho a gritar; de una forma u otra también siente independientemente del cuerpo en el que ha sido alojada. Una reacción emotiva descontrolada o negativa para afrontar un momento duro es una clara muestra de debilidad y fracaso, pero no debo añadir más leña al fuego castigándome por ello. Soy como soy y debo de luchar por ello. No debo pedir permiso o perdón.


Nos suele pasar muchas veces en la exitencia, es algo normal en nosotras, en definitiva en todo el mundo. Aunque cueste iniciar el camino...la serenidad, el autocontrol y la visión positiva de las cosas son las mejores armas para enfrentar con éxito lo que nos toca vivir. 

Pero hay tener clara una cosa -yo si la tengo aunque me cueste llevarlo a la practica en algunas ocasiones-:  siempre hay que hacer lo que una crea que tiene que hacer, y más si me sale de dentro porque el interior nunca engaña. Ese es el que me da siempre respuestas verdaderas a todas las preguntas que interiormente me hago cada día. 

Nuestro interior grita muchas cosas en muchísimos momentos y no las hacemos por que estamos presas del miedo, la inseguridad o la desconfianza; porque nos dejamos llevar por una idea negativa que puede que ni exista realmente. Siempre hay que gritar si es necesario, de una forma u otra; el caso es no caer presa del silencio inmovilizador.

Así que seamos realistas. Siempre será mejor rodearse de verdades, sean dolorosas o no, que de mentiras útiles. Intento hacer lo que verdaderamente me nace de dentro en todo. Así, luego, pase lo que pase, nunca me quedo con dudas de que podría haber sido... La conciencia nunca engaña siempre y cuando el alma sepa lo que guarda.  Es la razón por la cual siempre seguiré siendo así y actuando en consecuencia con lo que me vaya deparando la vida. Lo tengo claro. De esa forma podre seguir el camino haciendo sonreír de nuevo a mi conciencia, al alma de mujer que estaba encarcelada en un cuerpo equivocado.


jueves, 20 de diciembre de 2012

UNAS NAVIDADES DIFERENTES


UNAS NAVIDADES DIFERENTES


Casi todo el mundo esta de acuerdo, por unas causas o por otras, en que estas Navidades son diferentes personal y socialmente. Para muchos el cambio de año supone realmente un antes y un después. A pesar de todo hay que enfrentarlo con esperanza , buenos propósitos y sentido del humor.


UNAS NAVIDADES DIFERENTES

       Hacía más de treinta años que Rut no sacaba de sus cajas las figurillas, palmeras, cactus y casas del nacimiento, cuidadosamente envueltos en hojas de papel de periódicos de la época de la caída del muro de Berlín, del neoliberalismo de Reagan, del accidente en Chernóbil o de que el grupo musical U2 arrasara entre los jóvenes. Con la adolescencia había perdido el interés en aquella tradición, si bien, por nostalgia, las había conservado a lo largo de los años; indultadas en varias mudanzas tras diversos intentos fallidos de deshacerse de ellas como de algo que ya no fuera valioso. En aquellos rebeldes años hormonales estaba más preocupada en ligar y salir de marcha que en permanecer en casa durante las celebraciones navideñas. Ahora se alegraba de su decisión final. 
      Al presente, ya que Angélica tenía edad suficiente para entender mínimamente la Navidad con sus tres años, había decidido junto a Noemí -su pareja durante trece veranos- recuperar el pasado. Cautelosamente las tres fueron desenvolviendo  aquellas entrañables figuras -de barro unas, de plástico otras- que habían sido adquiridas con cuidado y esmero durante años por sus padres, especialmente en la Plaza Mayor. Con cada ornamento vinieron recuerdos que la hicieron reír, compartir con su amada anécdotas cubiertas de polvo pero no exentas de nostalgia. 
     Inevitablemente, a pesar del cuidado en presérvalas del tiempo y del olvido, algunas de ellas se encontraban rotas o mutiladas. Aún así, con desperfectos y lesiones, Rut y Noemí aupaban a su hija para ayudarla a colocar las representaciones: el nacimiento, las lavanderas, los pastores, reyes magos y demás iconografía llena de matices personales en cada uno de los hogares. No se dieron prisa, disfrutaron de ese primer acto en familia para guardarlo como un tesoro. 
       Satisfechas por el resultado final tras varias combinaciones contemplaron el nacimiento unos instantes más, antes de acostar a aquella niña que a ambas había cambiado la vida desde que apareciera, ampliando el sentido de la palabra familia. Las madres le cantaron nanas y villancicos hasta que se durmió y, cogidas de la mano, se fueron a la cama con una sonrisa en los labios y el corazón henchido de amor. 


       -¡Que no, que no!... Te pongas como te pongas te digo que yo noto el ambiente muy raro -exclamó la lavandera de delantal azul, que intentaba lavar inútilmente la ropa en el río confeccionado con el deslumbrante papel de plata.
        -Algo raro sí que noto -respondió su anciana compañera a la que le faltaba una mano de arcilla-, pero no sé si es para tanto... ¡Han pasado muchos años desde que Rut nos sacara y nos oreara un poco! Es de noche y me ciegan las bombillas de colores intermitentes por la falta de costumbre. No estoy para mucho pensar. 
       -¡Te digo que esto es un caos! El Castillo de Herodes está en otro sitio y a este paso lo van a convertir de autonomía a país libremente asociado, si es que no se sale de Oriente Medio... No sé qué moneda usarían en ese caso... 
     -Yo no me meto en política -aunque estoy bastante indignada por muchas cosas-. Solo me consuela alabar a nuestro Salvador dentro de unos días, como hemos hecho siempre. Eso por lo menos no cambia aquí. 
      -Me encontré a José en el puente de corcho cuando Angélica me colocó ahí por error –que por cierto que es un encanto de niña- y le pregunté cómo estaban las cosas, si había notado cambios. Me llevé una sorpresa Durante siglos, desde que San Francisco de Asís creara el primer nacimiento viviente y que luego se extendiera bajo nuestra forma, las composiciones habían sido similares pero... ahora... 
       -Sigue, sigue... no me dejes intrigada 
       -¡Este año, ya sea por la crisis o por Benedicto XVI –que me da que va a ser esto último- se han quedado sin la mula y el buey! ¡Vamos, que en el establo se está ahora con tanto frío como en la calle! El Papa alega que nunca ha habido texto alguno que lo corroborara... Pero, ¿para qué son los pesebres? Animales tiene que haber por fuerza. El caso es que tras ocho siglos, y como no tenía nada mejor que hacer, han desaparecido como si fueran okupas desalojados y ahora están en un refugio para animales abandonados. Poco se ha podido hacer. Pido al Señor que al menos los apadrinen. Eso se ha puesto muy de moda. 
      -Si pudiera moverme ahora me quedaría con la boca abierta -replicó su compañera con elegante marujeo- ¡No doy crédito! ¿Qué me dices? 
     -Pues como te lo cuento. Y eso no es todo -susurró con complicidad- : la estrella que guiaba a los forasteros hasta aquí no es una estrella; ahora dice que es una supernova que estalló...Pero no lo comentes mucho, no sea que cunda el pánico. Con eso de las profecías mayas casi coincidiendo con estas fechas el ambiente está algo revuelto. 
         -Si estalló, se movió... ¿y cómo es que se paró precisamente en Belén y no se pasaron todos de largo hasta llegar a Egipto? Mejor no lo pienso que me entra dolor de cabeza. 
     -Ni idea....Dicen por ahí que hay un nuevo pregonero llamado Iker Jimenez que se hace eco de estos y otros misterios. Será cuestión de consultarle. Pero no me fío mucho. Su nombre no es judío, debe ser un gentil. 
    Callaron unos instantes, meditando y asimilando todas aquellas novedades. 


       -De lo que si me he dado cuenta -puntualizó el viejo pastor de ovejas desconchado- es de que hay mucha menos gente en Belén. 
     -Las hipotecas no pagadas, el desempleo y los impuestos romanos es lo que tienen -explicó el soldado romano pintado de rojo y plata, sin moverse lo más mínimo del serrín que imitaba la arena del desierto-. No sabes la de familias que han sido desalojadas, que se han tenido que marchar, sobre todo jóvenes. Muchos de ellos han partido a Galilea. 
      -Ya me extrañaba a mí no ver casi pastores, agricultores y comerciantes. Desde aquí -como no es el sitio habitual donde me colocaba Rut- no alcanzo a ver la tienda del herrero, ni el molino, ni a los cuidadores de cerdos... 
     -Me han dicho -explicó el soldado- que como eran autónomos les han breado a impuestos y que muchos han tenido que cerrar; apenas tenían para cubrir gastos. Ya se sabe: al Cesar lo que es del Cesar. 
     -Incluso las parteras y curanderos andan protestando por las calles vestidos de blanco, pues Roma ya no quiere que sea un trabajo público y quiere privatizarlos -dejó caer el pastor-; la enseñanza en el Templo es cada vez más cara; despiden a muchos rabinos y los que quedan tienen más alumnos. 
    -De eso no puedo hablar, pero hay clamores en las calles. Solo puedo explicarte eso. Yo no te he dicho nada- suplicó-. De lo contrario me causarías problemas con mis superiores. ¡Bastante tenemos con que nos hayan rebajado la soldada! 
     Ambos callaron durante un rato, contemplando su nuevo espacio en la ciudad imaginaria, sin llegar a entender que lugar ocupaban en este nuevo escenario. 

        A lo lejos, casi fuera de Belén, el cagador Mariano intentaba fertilizar con sus heces la tierra. Hasta el momento estas figuras -fuera quien fuera el personaje representado- se consideraban un símbolo de prosperidad y buena suerte para el año siguiente. La tradición del caganer estaba aceptada plenamente por la Iglesia. Colocar esta figura en el Belén, traía suerte y alegría; no hacerlo comportaba desventura. Al menos hasta el momento, pero, ¡estaban cambiando tantas y tantas cosas! Cabía la posibilidad de que la sustituyeran por otra ante sus improductivas defecaciones. 

       María intentaba calmar a José tras esa pequeña y puntual crisis de ansiedad que había sufrido tras recibir aquellas inesperadas noticias. 
   -Tranquilo Pepe... ya verás como nuestro Dios no nos abandona. Él -que todo lo sabe- pondrá remedio a nuestras tribulaciones. 
     -Lo sé Mari, pero me he quedado perplejo. Más de dos mil años casi sin cambios y ahora parece estar todo patas arriba. Sabes que siempre he tenido actos de fe, como cuando se presentó el Ángel del Señor ante ti para anunciarnos la Buena Nueva. Pero estos sobresaltos… 
      -Lo sé Pepe, lo sé...-sosegó María con dulzura. 
    -Empezaron con los pajes y su expediente de regulación de empleo. Todos despedidos: con el cariño que les tenía y lo majos que eran. 
      -El Señor proveerá -insistió María. 
      -No lo dudo. ¡Pero me indigna que Baltasar con su sabiduría y gentileza haya sido considerado ilegal por ser negro y le hallan expulsado. Por no hablar de Melchor y Gaspar, que como son viejos y por lo tanto pensionistas, tendrán copago y repago por sus recetas... ¡Con lo mayores que están ya y tanto tiempo trabajando¡ 
   -Tranquilo, que al ser Magos seguro que encuentran la solución. 
     -Mari, corazón -sonrió con complicidad-. ¡Que eso es lo que se les dice a los niños para explicarles como entran por la ventana de un séptimo piso con camellos y todo! 
      María Cambio de conversación.
    -Sí, estas son unas navidades duras....pero recuerda que las hemos pasado peores a lo largo de la historia. A pesar de ello, seguimos aquí...Somos portadores de ilusión, luz y esperanza de que un mundo mejor está por venir y es posible. Al menos este año los científicos han descubierto y confirmado la existencia del bosón, la “partícula de Dios”, la pieza que les faltaba para entender el funcionamiento de la masa y por ende, del Universo; este año mucha gente ha despertado de su letargo de creencias, de su comodidad de pensamiento, puede que de verdad intenten dar un cambio a su vidas y  a la sociedad. 
     -Si respondió José -somos los padres del más grande de los milagros: Dios hecho hombre, caminando entre nosotros dando Luz cuando todo parece estar a oscuras. 
      María sintió que el niño se movía en su vientre. 
    -Hablando de la Luz... creo que ya viene el Mesías –dijo el Ángel desde arriba sonriente, intercediendo por unos pasajeros de la línea Ryanair cuyo avión tenía poco combustible-. 
     -Sí, ya viene -confirmó María-.

       A la mañana siguiente ninguna de las madres se dio cuenta de que algo había cambiado en el nacimiento. Solo Angélica -con sus ojos brillando de inocencia- fue capaz de verlo, pero sin llegar aún a entender. Solo sentía. Al fin y al cabo su nombre significaba la mensajera de Dios…



lunes, 17 de diciembre de 2012

LECTURA DE "EL ARTESANO" EN EL ÁGAPE LITER-SOLIDARIO ARTÍSTICO DE AGÁPITOUS





Todos podemos ser creadores...Cada uno debe decidir cual es su mejor obra maestra.



EL ARTESANO


 Cortesía de Norberto

Cortesía de Victor

Ágape liter-solidario artistico en Subiendo al Sur 15-12-2012 convocado por el Grupo Agapitous. El bullicio se debe a que,  como restaurante que era el lugar de encuentro, no estábamos solos.




lunes, 10 de diciembre de 2012

Reflexiones sobre "Validation"



REFLEXIONES SOBRE "VALIDATIÓN"



Me ha llamado la atención este vídeo y creo que encierra una manera de entender la vida de una manera más plena,sana  y optimista.
Incluso con los seres cercanos y queridos, ¿validamos o invalidamos?

Reflexiones sobre "Validation"

     Es curioso como es la vida; nos depara sorpresas.  Eso lo sabemos todos y es lo que solemos decirnos mutuamente con cara de asombro en ocasiones y con expresión de desdicha en otras. Es la rueda de la vida.
     Nos es familiar el dicho "se siembra lo  que se recoge" aunque pienso que, en la mayoría de las ocasiones no terminamos de creerlo del todo. Estamos absortos en nuestros pequeños o grandes problemas, como si estuviéramos dormidos, anestesiados  ante la mayoría de la gente que nos rodea. Somos críticos, egocéntricos, buscamos nuestra propia satisfacción. En si eso no es malo, pues si no empezamos a valoramos nosotros... También nos aferramos a nuestras victorias, logros o proezas   que no siempre somos capaces de compartir adecuadamente. En ese intento de compartir lo bueno, ¿no transmitimos pretenciosidad, suficiencia, soberbia, arrogancia sembrando sin darnos cuenta la envidia en los terrenos abonados para ello? Dependiendo de nuestras semillas la tierra nos devolverá un tipo de frutos u otros. La tierra no tiene la culpa, es solo un receptáculo.
     Solemos trabajar en nuestra autoaceptación o autoestima pero no siempre en la de los demás. Ante muchas situaciones en la vida andamos tristes, cabizbajos, ausentes de lo que nos rodea. Es entonces cuando unas palabras de ánimo -y no de censura- nos sirven como un refrescante bálsamo ante las quemaduras de las experiencias.
     Somos VALIOSOS, SOMOS ÚNICOS pero generalmente lo olvidamos ante las preocupaciones, complejos, comparaciones a los que nos vemos enfrentados. ¿Cuando fue la ultima vez que te lo dijiste a ti mismo y, especialmente, a otros? No me refiero a las mentiras corteses admitidas socialmente o a los intentos de peloteo cultural en los que subyacen motivos ocultos. ¿Cuando fue la ultima ocasión en la que sin esperar nada a cambio pensaste o dijiste algo similar a "eres valioso" a alguien?
    Aunque sea con la mejor intención tendemos a relacionarnos desde la corrección del comportamiento ajeno; cuando nos sentimos "más preparados", con "mayores conocimientos" e incluso "más realizados personal o espiritualmente" solemos caer en la inconsciente tentación de hacer más tangibles las vulnerabilidades ajenas desde nuestra posición de "privilegiados". En definitiva, pensando que mucha gente tiene -o debe tener- nuestra peculiar percepción del mundo y de la realidad dejamos caer críticas veladas -medio en broma, medio en serio- en las que dejamos en evidencia el talón de Aquiles. 
     El mensaje planteado en el vídeo me hace pensar que el optimismo, la alegría,  el reconocimiento de la valía de los otros está difusa ante nuestra propia perdida de objetivos o, por el contrario, por tenerlos demasiado claros. Es cierto que el planteamiento sea algo exagerado, pero...¿que nos cuesta hacer sentir bien a los demás con nuestras palabras o actitudes ante aquellos valores positivos que todos poseemos y que podemos reconocer en los otros?
     Creo que aunque halla sentido estas cosas no siempre las he verbalizado y menos a desconocidos. ¡Parecería un loco! Comparamos nuestros criterios con los ajenos, juzgamos y etiquetamos. Evidentemente no podemos o debemos estar de acuerdo con todos, con situaciones sociales instauradas que ya no tienen sentido, o con injusticias manifiestas. Me refiero al dar valor personal al Ser individual a pesar de que sea gente tóxica o manipuladora.
     Es posible que esa pequeña cadena de valoración, de despertar una sonrisa pueda cambiar el curso de un día de una persona, de un mes, tal vez de toda una vida. Es posible que esa comprensión de la riqueza de la individualidad nos sea devuelta para cuando la necesitemos. Podemos dar con casos difíciles o que nos arrebaten las fuerzas -como en caso el protagonista-; tal vez el fruto tarde más en germinar de lo que esperábamos pero con cosecha más generosa.
        De alguna manera he experimentado las coincidencias, las teorías de los seis grados de separación o del efecto mariposa.
       Me he propuesto centrarme en lo valioso a pesar de que requiera cierto esfuerzo... 
         ¿Y vosotros? 




martes, 4 de diciembre de 2012

LA MUDANZA. DAVID M. VILLA MARTÍNEZ





 ¿Hay momentos irrepetibles e ilusionantes en nuestras vidas que pueden marcar un antes y un después?¿Somos conscientes de cuando empiezan y terminan?

LA MUDANZA  

Recogió la última caja que horas antes había formado parte de un grupo de diez u once, en las que había guardado sus libros y que, dispuestas en el suelo del salón, quedaron para concluir la mudanza.
A punto de traspasar la puerta y salir al pasillo que la conduciría hasta la calle, y soportando a duras penas el peso, cedió a la tentación de volverse. Contempló unos últimos segundos las paredes con los escasos elementos decorativos que originalmente poseía la casa alquilada, camuflados en esos momentos en una semi oscuridad que parecía destinarlos al olvido.
Insensible a la presión de las aristas de cartón que se le calvaban sin piedad en sus dedos, se abandonó al recuerdo, repasando, a medida que sus ojos que se acostumbraban a la oscuridad, los recovecos que durante seis años fueran cómplices mudos de sus alegrías y desdichas.
Todo rastro de nostalgia se esfumó, no obstante, al poner en marcha el coche, ya cargado, e iniciar el último viaje hacia la vivienda que comprara meses atrás, tiempo que había empleado en reunir los colores y las formas forjados en mil y una fantasías y proyectos que poco a poco había convertido en realidad.
Aparcó cuidadosamente cerca de la nueva casa, elevada hasta el tercer piso de un edificio de color marrón. Tras varias subidas y bajadas, realizó el viaje final, que concluiría finalmente su sueño: tener su propia casa.
Una vez más, subió los escalones y al parar delante de la puerta, no logró distinguir si el temblor de sus piernas era a causa del esfuerzo realizado o a la excitación, contenida con dificultad, ante la proximidad de algo tan largamente anhelado. Sosteniendo el bulto bajo un brazo, sacó con la mano libre las llaves de uno de sus bolsillos y tras abrir la puerta, con la caja empeñada en cambiar constantemente su centro de gravedad, casi se arrojó dentro de la vivienda.
Fue incapaz de evitar dar un grito prolongado al comprobar que el suelo que debía de haber pisado, y cuya instalación supervisó personalmente, había desaparecido y ella, seguida por la caja de libros, caía, sumergiéndose cada vez más en la oscuridad de un mundo amenazador y vacío.
Casi al instante la fuerza de la atracción inesperada que la obligaba a caer sin fin, fue sustituida por un dolor repentino en el costado y brazo izquierdos. Al sentir el frío del suelo y reconocerse al pie de la cama recuperó de golpe la conciencia, aún con el recuerdo intenso, casi real, del sueño del que bruscamente acababa de despertar.
Recogió los libros que, ahora dispersos por el suelo, debía de haber arrastrado desde su mesilla de noche en su corta caída. Aunque aún no había amanecido aprovechó para iniciar la mudanza a su nuevo hogar.
Resultó ser una jornada agotadora de viajes, subidas y bajadas, forcejeos, tropiezos, golpes, cardenales, carreras y sudores, pero a media tarde por fin recogió la última caja que horas antes había formado parte de un grupo de diez u once, en las que…

martes, 27 de noviembre de 2012

LA MIRADA DORADA

 

(ADVERTENCIA DE CONTENIDO HOMOERÓTICO)




EL JOVEN PRÍNCIPE GIKUYU DE LOS NUBA DE LAS MONTAÑAS TRASPASA LA BRUMA AZUL  HASTA ALCANZAR EL LAGO DORADO. LO QUE ALLÍ DESCUBRE HACE QUE CAMBIE DE FORMA DE SER,SENTIR Y PENSAR; BUSCARÁ IMPARABLE  LA SALIDA QUE CALME SU ALMA DESAFIANDO TODAS LAS TRADICIONES.


 LA MIRADA DORADA


                -La cebra está herida, herida va. No cabe duda alguna. Su sangre va regando las resecas llanuras y al correr para intentar escaparse se ha partido una pata. Mirad la marca de sus huellas -señaló al suelo-, la de la zanca delantera izquierda apenas ha rozado el suelo. ¡Nuestro joven príncipe Gikuyu tiene una puntería excelente! En todos mis años de guerrero nunca he visto alcanzar una pieza desde tan larga distancia. Pero, ¿a qué esperáis? -apremió con inquietud- ¿No veis que se va escapar? Interrumpid su galope por las praderas, corred hasta que vuestros pies sangren, el corazón salte de vuestro pecho y las rodillas no puedan sosteneos; regad con vuestro sudor el polvoriento suelo que pisamos. ¿No veis que se dirige al Lago Dorado y que si se interna en sus orillas antes de morir podemos dar por vanos vuestros esfuerzos?
            Jadeando, con perlado sudor sobre su piel color noche, el príncipe Nuba soltó la lanza y apoyó sus manos en las rodillas para descansar durante unos instantes. Alzó la vista para contemplar el Kordofán, la provincia del Sudán en la que moraban desde tiempos incontables. Nadie, ningún clan podía recordar desde cuando residían en aquella región que en muchas zonas estaba cubierta de blancas y finas arenas del desierto de Sahara que habían sido mecidas, arrastradas por el Hermano Viento hacia el sur y amontonadas en dunas que se llegaron a endurecer por empeño de los dioses en altozanos cubiertos de hierba y acacias. La realidad del horizonte se rompía ante la repentina presencia de montañas que irrumpían fuera de la llanura.
            Las planicies expandieron el sonido de los tambores, los gritos de los guerreros, de los cazadores y las voces de los adolescentes se elevaron en su incipiente virilidad. El alborotado grupo se encaminó al punto en que Weatanga -el más longevo de los nueve ancianos del Consejo y, sin embargo, aún uno de los mejores cazadores- indicaba como el más adecuado para cazar a la cebra según los presagios. Aunque los augurios no eran buenos Gikuyu se había empeñado en llevarla a cabo.
            Pero a pesar de sus denodados esfuerzos todo fue inútil. Cuando el más veloz de los nuevos viriles alcanzó las inmediaciones del tupido vergel totalmente agotado, la cebra, presurosa como el viento a pesar de sus heridas, se internó entre la espesura envuelta de la Bruma Azul. Dado su excelente sentido de la vista no le supondría ningún obstáculo; al tener los ojos a los lados su campo visual era amplio y su visión nocturna le posibilitaría deambular entre la neblina que en la que se había refugiado. Sus orejas grandes y ligeramente redondeadas que podían girar en cualquier dirección habían sido confundidas por los tambores. Ahora se la podía distinguir ligeramente, escondiéndose. Sus rayas verticales en la cabeza, cuello, paletillas y tronco se camuflaban entre las ramas secas.
            -¡Deteneos...! ¡Alto todos! -gritó Weatanga- ¡Los antepasados ya habían previsto que habría de escaparse por motivos que no entendemos! ¡Respetemos su voluntad!
            La horda se detuvo, sus voces se apagaron, y los jóvenes, decepcionados, se sentaron cabizbajos. Entonces se aproximó la comitiva de Gikuyu, el heredero del trono. Recuperado del esfuerzo recobró su autoridad. Su pueblo pertenecía a una estirpe musculosa, al contrario que los estilizados y delgados pueblos que se desperdigaban por otras tierras. Gikuyu, en particular, era alto, corpulento, de cuello y hombros anchos, de caderas poderosas. Había elegido en esta ocasión las líneas blancas en forma de rayos que partían de su ancha nariz para adornar su cara; motivos geométricos y esbozos de caza para su pecho y vientre de color rojo. Su presencia desprendía autoridad, fortaleza.
            -¿A qué esperas? -espetó Gikuyu a Weatanga, lleno de cólera y sorpresa- ¿Acaso tus piernas son ya las de una vieja desdentada a la que hay que masticar su alimento? ¡Ves que mi puntería ha alcanzado a la presa, la primera que cae en mis manos desde mi nuevo cargo, y la dejas escapar para que muera sin provecho en el frondoso oasis Mukure Wagathanga que envuelve el Lago Dorado! ¿Piensas que me dedico a la caza para dar alimento a los buitres y hienas?
            -Mi príncipe -murmuró el anciano con humildad- es precepto no traspasar este punto.  Advertí que los presagios no estaban a favor; mis visiones no eran claras y las entrañas de la ofrenda eran oscuras presagiando algo que no se interpretar. Los espíritus gritaban a la vez de tal manera que no se hacían entender.
            -¡Tabú! -increpó Gikuyu alzando la barbilla- ¿por qué?-replicó con arrogancia.
            -Porque como bien sabéis pasado ese árbol uno se encamina en dirección a la Bruma Azul que protege el Lago, donde se dice que habita un espíritu maligno temido por todos nuestros padres. ¿No recordáis las tradiciones que junto al fuego contamos los viejos durante las largas noches? -reprendió el anciano con suavidad-. El que traspasa la niebla y alcanza el Lago paga cara su osadía. Vuestra presa alcanzará sus márgenes. ¿Cómo la cobrareis sin atraer sobre vuestro espíritu la maldad que desprende el lugar? El animal que se escapa de nuestras manos y se interna en este lugar, es pieza perdida y sin recuperar. Durante su agonía se alimentara de hierba tosca, hojas y brotes y no le faltara agua del lago.
            -¿Perdida? -protestó con orgullo- Primero renunciaré al trono, destruiré mis amuletos, me cortaré los lóbulos de las orejas, eliminaré los tintes que adornan mi cuerpo y me veré atacado por los espíritus del mal antes que perder la cebra, la primera que cazo como príncipe primogénito... ¿La ves? -señaló con el dedo-. Asoma su hocico arrogante burlándose de vuestros temores, pero cojea dolorosamente y se relame sus heridas de muerte... ¡Déjame!... -ordenó- ¡Aún no habrá alcanzado las aguas! Es un macho dominante como yo, líder como yo. Mía merece ser. Cuando el macho rival la intentó derrocar desafiándola frotando las espaldas contra las suyas, cuando no cedió y comenzaron a pelearse mordiéndose el cuello y las patas supe que era digna de ser muerta por mis armas. Era la elegida por mí. No frotes las espaldas contra las mías, no sea que responda como ella. Tienes la derrota asegurada cuestionándome.
             Gikuyu se lanzó tras ella con la furia y velocidad de un león. Fuerte, robusto, con tendones como cuerdas tensadas, cuello casi bovino, rasgos agradables y músculos como el ébano tallado, dejó tras de sí una creciente polvareda que comenzaba a confundirse con el celaje azul. Los cazadores le observaron expectantes hasta que traspasó al Árbol que Avisa y la bruma le engulló. Mirando a su alrededor, Weatenga percibió que todos parecían consternados, sorprendidos, inquietos o temerosos. Estaba claro que no era como su padre, que era arrogante y presuntuoso, difícil de aconsejar, por no decir imposible. El actual jefe había demostrado ser respetuoso con las tradiciones, abierto a los consejos sin perder por ello su autoridad y nobleza. Por su edad, como hombre ya maduro, no concurría a las luchas con lanzas, que requerían más habilidad que fuerza y que también eran más peligrosas. Había sufrido un grave percance en el último de sus combates; su escudo de luchador había sido perforado por una de las lanzas de su contrincante. Se había astillado causándole graves heridas. Aun así, demostró su valor en la siguiente lucha con garrotes pesados en la que se arremetían contra la cabeza y hombros mientras trataban de parar los golpes con escudos de piel de elefante. Todo había sucedido en un latido y lo cierto es que ya no era lo suficientemente hábil para no ser aporreado y herido de nuevo a pesar de su fiereza y ayuda de los espíritus que le habían poseído. Pese a las continuas atenciones de los curanderos las heridas no se cerraban, los hierros al fuego no cauterizaban las infecciones, los tábanos se alimentaban de sus pústulas y tras una lenta agonía se esperaba que se reuniera con los ancestros en cualquier momento. El clan posaba su mirada en aquel primogénito indómito ante una inminente abdicación o muerte.
            -Vosotros lo habéis comprobado -dijo el venerado guerrero y chamán-. Me he enfrentado al heredero a pesar de que podía darme muerte por contrariarlo. He cumplido con mi parte. Con los creadores no valen arrogancias -sentenció-. Hasta aquí llegan los cazadores-ordenó- ; como brujo intentare acercarme, realizare plegarias y ofrendas para que el príncipe pueda reunirse con nosotros o con nuestros antepasados. Casi podemos darlo por muerto o al menos embrujado…Si su espíritu guía es lo suficientemente poderoso y hace gala de su inteligencia tal vez podamos albergar alguna esperanza. En caso contrario, su hermano menor Dinyá será el sucesor.

            Durante el día habían practicado los cultos a la fecundidad, a la masculinidad mediante las luchas sagradas en las que el significado religioso se manifestaba mediante la posesión de los espíritus. Habían confiado en los chamanes, entre ellos a Weatanga, el especial acceso al mundo mas allá de los vivos, de la visión del resto de las gentes, adquiriendo gran poder para comprender y vencer lo desconocido y misterioso. En un mundo en el que por capricho de los dioses escaseaban los arboles la ceniza era sagrada. Gikuyu, como todos los luchadores se había cubierto de ella con el sentido de resistencia, de virilidad e incluso inmortalidad.
            Llegado el fin de la estación seca el trabajo había disminuido y los jóvenes se entregaban a las luchas con deseo; fascinados por ellas y por el roce de los cuerpos. Enseñaban a los niños a pelear tan pronto podían andar ante los vítores de sus padres y una estricta vigilancia. Se habían acercado multitudes para contemplar la lucha importante en la que Gikuyu había participado con su hermano Dinyá. Primordiales eran las contiendas, porque sin victorias  ningún soltero tendría oportunidad de casarse con una muchacha hermosa. Su virilidad había sido medida por la fuerza y habilidad en el combate y la caza. Desnudos, cubiertos de ceniza habían pugnado por el trofeo del vencedor: una ramita de acacia que se quemaría guardando las cenizas en un cuerno. Habían girado el uno alrededor del otro, con los ojos brillantes y fijos en su fraternal adversario, buscando algo más que simples emociones y revolcones. Gikuyu, que era diestro y feroz en el combate cuerpo a cuerpo, prefería la contienda de brazaletes. En esta liza habían llevado enormes pulseras de latón abrochadas en el brazo derecho balanceándolas sobre sus cabezas. Hasta el momento había sido su preferida porque era rápida y aparentemente mortal. Así es como había logrado a Yubi, su esposa de diecisiete estaciones húmedas. La contienda era parte de su vida, porque la distinción y el rango que conferían eran patrimonio no solo de los jóvenes luchadores, sino de sus familias y aldeas. Si los jóvenes eran fuertes, los clanes en su conjunto también lo eran.
            Pero en esta ocasión la derrota había sido evidente y Yubi, con su peinado de arcilla y el cuerpo embadurnado con aceite de sim-sim había dejado de dar palmas al ritmo de la danza. Ya no esperaba atraer la atención del, hasta entonces, mejor campeón de lucha. Su hermano menor le había vencido. Desde su regreso del Lago Dorado le había notado lejano, distraído, indolente. Dormían juntos pero no se tocaban. Notaba la ausencia de su miembro entre sus piernas. Desde que se casaran lunas atrás Gikuyu la había sembrado todos los días, desde que regresara de la cacería frustrada se sentía como un campo yermo. Tenía la sensación de que las cosas habían cambiado irremediablemente aunque aún albergaba esperanzas. Esperanzas cada vez más difusas y frágiles.
            La casa que Gikuyu había estado construyendo para Yubi era circular, con techo de paja y delgadas paredes de barro sobre base de piedra. Ella tendría que esperar en casa de sus padres hasta que la terminara, pero la edificación iba más lenta de lo normal y comenzaba a impacientarse. Había deseado que fuera confortable, que guardara el calor en la fría estación de lluvias y no fuera abrasadora en la cálida. Los muros eran de color azul oscuro debido a la tierra del lugar, pero aun no habían sido frotados y pulidos del todo hasta que brillaran tan intensamente que pudieran admirarse a sí mismos en sus reflejos. Algunos pensaban que aquella tierra era la hermana pequeña de la Bruma Azul, así como el amarillo ocre hijo del Lago Dorado. El había estado posponiendo que ambos grabaran sobre la pared reluciente bellos dibujos con color escarlata, blanco y amarillo. Al lado de la vivienda había quedado parada la organización de la huerta casera donde nunca habrían de faltar cebollas, pimientos, pepinos, calabacines aunque requirieran escardados y riegos frecuentes. La huerta no estaba en condiciones para que cuando llegara el enemigo viento intentaran mantenerlo a distancia pintados de ceniza, formando las familias un solo ser que proferiría  horripilantes gritos para espantarlo.
            Añoraba aquella primera sangrada de mujer tras la cual pudo tatuar su cuerpo con la ilusión de ser considerada mujer y apetecible, se conmovía al pensar en aquel momento en el que había sido elegida por Gikuyu tras acumular tantas victorias y ramitas de acacia, recordó  con nostalgia como antes de la boda había permanecido aislada por completo recibiendo un alimento especial a pesar de que ya había sido envestida por su caderas.
Como último recurso Yubi recurrió al chamán.

            -Andáis triste y cabizbajo -indicó Weatanga-, descuidáis el mantenimiento de vuestras armas, vuestra negra piel palidece e incluso -si me lo permitís- habéis perdido parte de vuestra arrogancia. Desde aquella tarde en que traspasasteis la Bruma Azul en busca de vuestra primera cebra como sucesor oficial y, contra todo pronóstico, regresasteis, se diría que los malos espíritus se han apoderado de vuestra alma -afirmó apesadumbrado-. No salís de caza, vuestras órdenes no resuenan en las llanuras, no coméis lo que os prepara que prepara  Yubi, vuestros pasos no aplastan las hormigas, no pisan la hierba, no levantan polvo... Sólo preferís estar, con esos pensamientos que os acosan; todas los días os encamináis hasta El Árbol que Avisa y allí permanecéis hasta que nuestro Padre el Sol es devorado por nuestra Madre la Luna. Y cuando Él es engullido, regresáis cada día más triste y cansado al poblado. Pieza alguna habéis cobrado hasta el momento. Ni que ande, trote o galope os motiva. No ha zigzagueado ningún animal de un lado a otro para poneros dificultades, dado coces o mordiscos porque tranquila la habéis dejado. Ninguna he emitido bufidos tensos, ni mucho menos a bramado fuerte ante el peligro, pues habéis dejado tranquilas a vuestras piezas. Como mucho han permanecido en alerta con las orejas erectas, han observado con atención y con la cabeza más alta que la vuestra. Vuestros aposentos privados contemplan sorprendidos como vuestra calabaza de aseo permanece inamovible; no ha sido inclinada para chorrear agua al tirar de la cuerda en muchos anocheceres. Vuestra futura casa matrimonial esta a la espera de ser terminada y habitada; necesita risas, gemidos de amor y placer para que pronto tengáis descendencia y este asegurado un nuevo príncipe. No he de recordaros  que la descendencia, la propiedad y la herencia vienen del padre. Cada  uno de los miembros del clan estamos predestinados  a prestar determinados servicios; cada uno ha de ejercer su función. Una de ellas es la de yacer con  Yubi   y preñarla tanto como sea posible. ¿Qué os aleja de vuestros futuros súbditos, de aquellos que os respetan y os aman? ¿Qué ha hecho que dejéis de sentiros cazador, trabajador, viril?
            Mientras Weatenga hablaba, Gikuyu, absorto en sus cavilaciones, iba tallando desmañadamente una extraña figura fálica de madera de ébano con su daga real. Sentado al lado de una hoguera para espantar a las fieras manoseaba su obra sin estar satisfecho. Tras un largo silencio -en el que sólo se oía el crepitar de las llamas de la lumbre, las risas histéricas de las hienas y los llantos lejanos de los bebés de la aldea- el futuro monarca habló  como si no hubiera atendido a sus palabras anteriores.
            -Tu que eres viejo, que sabes todas las historias de nuestro pueblo, que conoces todos los senderos, los mejores sitios para cazar, los manantiales subterráneos de agua más pura y fresca, las plantas más beneficiosas, las armas más eficaces para cada momento, que eres sabio y tienes contacto con los ancestros cuando las preguntas carecen de respuestas, que has conseguido que tu semilla arraigara en el vientre de tu esposa estación tras estación ¿traspasaste alguna vez la Bruma Azul y viste al hombre que mora en el Lago?
            -¡Un hombre! -exclamó Weatanga.
            -Sí. Es algo raro lo que me sucede, muy raro... -susurró Gikuyu-. Pensé que podría callar indefinidamente, pero no es posible. Ahora mi corazón arde y mi boca parece llena de tizones encendidos. No sé si tragarlos o escupirlos, si dejarlos que me consuman o apagarlos. ¡He de contártelo! -exclamó alzando la vista-. Tú, que eres sabio, podrás ayudarme a descubrir la magia que envuelve a esa criatura, a la que parece sólo puedo ver yo, pues nadie sabe su nombre, ni la ha contemplado, ni puede decirme de dónde viene ni a dónde va. He mandado mensajeros a los clanes cercanos sin resultado; he rogado a mi espíritu guía que me orientara, que me desvelara la verdad, que calmara mi inquietud, que volviera a ser el que era. El ha guardado silencio y solo me siento.
            El viejo chaman-cazador, sin apartar la mirada de la lumbre, se sentó a los pies de su señor. Respiró hondo y se dispuso a escuchar. Vigiló fugazmente el ganado que mantenían en la llanura y que subirían al poblado durante la estación húmeda. Los enjambres de tábanos agotaban a las vacas y por ello las guardaban cerca de las casas  para que estuvieran protegidas de las moscas por el humo y de los animales salvajes por cercas de espinos.  Guardando unos momentos de silencio para aclarar sus ideas, el futuro jefe continuó con un tono de humildad desconocido hasta entonces:
            -Desde el momento en que hice caso omiso de tus avisos -comenzó a contar con un suspiro-, traspasando la Bruma Azul y alcanzando la rivera del Lago Dorado, se embargó mi espíritu de un afán de soledad. No sabes de lo que hablo -afirmó con ojos chispeantes-, pues tu mirada no se ha posado en aquellos parajes. La Bruma Azul envuelve tu cuerpo, se desliza entre tus dedos, acaricia tus sentidos y los embelesa. Sientes que te encuentras en un lugar donde los dioses han consentido en parar el tiempo. Los pensamientos se vuelven a la vez confusos y acertados; una parte de ti se siente más viva y por otro lado cree agonizar. Alcanzando la orilla del Lago, descubres con sorpresa que sus aguas refulgentes son tranquilas como la sonrisa de un niño pequeño, mansas como los ojos de Yubi. No hay bestias que devoren a otras, ni existen alimañas que causen horror a la vista. El cielo parece más azul que en ningún lugar conocido hasta ahora, y las noches parecen iluminadas por hogueras infinitas que refulgen más que la Madre Luna. Las aves trinan durante el día y la noche con melodías nunca escuchadas, mas raramente se dejan ver, y cuando lo hacen descubres una belleza de plumaje casi incorpórea, deslumbrante, cegadora. Todo es bello, sin embargo causa dolor. Ignoraba que la belleza doliera…
            El Lago parece susurrar historias de antepasados no conocidas por los Nuba, cantos a la lluvia, a la caza, a las cosechas, a la vida y a la muerte, al amor y al deseo que no comprendo. No sé que es lo que he sentido cuando me he sentado, solo y acongojado, a la rivera del Lago que encandilaba mis ojos. Todo allí es majestuoso, mas los sonidos desconocidos; los inefables rumores entristecen el ánima sin razón aparente. Todos dicen que estuve ausente muchos soles, mas para mí el tiempo paso raudo; aun ahora, dentro de mi amanece y anoche en unos instantes. Pero cierto es que las noches de mi espíritu se me antojan más largas y frecuentes. Quiero amaneceres.
            El anciano escuchaba con la cabeza inclinada hacia un lado, prestando interés a todas y cada una de las palabras de Gikuyu. Había innumerables lagos, grandes y pequeños, que con distinta habilidad ofrecían sus aguas a los sedientos. Tan solo uno estaba vetado y ahora, de mano del príncipe parecía entender mejor los estragos que la desobediencia podía causar.
            -Cuando corrí tras la cebra -prosiguió-, agradecí que se adentrara en la niebla pues desde púber albergaba un deseo: sentía la extraña llamada del Lago. Sí, quería admirarlo, saber si su agua era dulce o salada, si era menudo o de considerable extensión; buscar sus reflejos, buscar... no sé el qué, una locura. El día que me interné en la Bruma creí haber visto brillar entre ella algo admirable, ¡los ojos de un hombre! Tal vez fuera un reflejo del Lago que traspasara momentáneamente la neblina, tal vez fuera un brazo del Padre Sol...  no sé… Creí ver una mirada que se fijó en la mía, una mirada que ardió en mis entrañas con un anhelo absurdo, imposible: encontrar un hombre con una mirada como aquella.
            Con esa misión escondida en mi pecho he vuelto a quebrantar vuestros consejos acercándome una y otra vez hasta El Árbol que Avisa. Su tronco seco y ramas desnudas me susurraban siempre que regresara, que fuera cauto, que no me adentrara en aquel terreno prohibido. Incluso sus raíces hacían que mis pies tropezaran para contenerme, pero yo sacaba fuerzas y lograba zafarme de los miedos que intentaba inspirarme. He respetado las tradiciones como he podido, pero es para mí más importante descubrir mi verdad y no la heredada de nuestros antiguos.
              Traspasada la Bruma, me creí atacado por una visión; una tarde descubrí, sentado en el lugar que yo solía ocupar, a un hermoso hombre de piel oscura, vestido como uno de nuestros dioses emergido de las aguas. Sus cabellos eran trenzados con complejos y delicados dibujos, su cuerpo estaba cubierto de intrincados y bellos dibujos a base de tierras coloreadas, sus manos me animaban a aproximarme, su mirada era como la que yo tenía esculpida en mi mente. Unos ojos de color imposible se posaron firmemente en mí haciéndome estremecer, unos ojos...
            -¡Dorados! -completó Weatanga con acento de terror.
            Gikuyu, atónito, le interrogó con una mezcla de nerviosismo y esperanza:
            -¿Le has visto entonces? ¿Sabes quién es? ¿Cuál es su nombre? -preguntó esperanzado.
            -¡Oh, no! -replicó el cazador- ¡Protéjanme los Dioses del Bien hacerlo! Su nombre está vetado, no se menciona, como si por ello no existiera. Pero mis abuelos, al prohibirme traspasar aquellos parajes, me explicaron en muchas ocasiones que el espíritu, demonio u hombre que mora en sus aguas tiene la mirada dorada. ¡Os ruego por lo que más respetéis en este mundo que no regreséis al Lago Dorado ni a sus cercanías! Un día u otro os alcanzará el mal de manera definitiva  y pagaréis con la vida y con espíritu que ha de regresar con nuestros muertos el tabú que quebrantasteis.
            -Por lo que más respeto, por lo que más deseo, por lo que más quiero -musitó el joven heredero con una tierna sonrisa-. No entiendo del todo porque he de pagar ese precio tan alto por explorar mi esencia, por adentrarme en lugares que otros temen. Si no pisan mis pisadas, si no me acompañan en mi camino poco pueden saber o juzgar. Alguien antes que yo debió de recorrer este sendero y contar lo que descubrió a los demás para que estuviera en la mente de todos pero en boca de nadie. Se sabe pero no se dice, se menciona pero no se explica. Lo que me agobia no es la búsqueda en sí, sino el no encontrar lo que busco; lo demás a nadie debe interesar.
            -¡Sí, sí que importa! -suplicó el anciano-. Por vuestros padres, por vuestros súbditos futuros, por el Padre Sol y la Madre Luna, por las lágrimas que el cielo destinaria a  Yubi, por las mías que os he educado y adiestrado desde niño. Si reincidís provocareis el rechazo del clan y de los dioses, perderéis todo lo que tenéis, incluso vuestra alma -insistió de nuevo.
            -¿Sabes tú lo que más ansío en este mundo? -preguntó a Weatanga- ¿Sabes por lo que renunciaría a todo eso? Por una mirada, una sola mirada de sus ojos ¿Cómo podré abandonar la búsqueda si todo me la recuerda, si está presente en todo lo que hago y siento? Me siento esa mirada, en cierto modo soy esa mirada y necesito verme reflejado. ¡No sé lo que digo! Es difícil de explicar…
            El anciano apartó la vista, abatido, musitando: -¡Hágase la voluntad de los espíritus!

            Gikuyu sueña que estaba soñando. Intenta despertarse porque le duelen los    brazos. Se despierta en su sueño pensando que Yubi está en la  casa que estaba construyendo para ella y le estaba esperando. En la realidad le duelen los brazos a causa de la reciente lucha con brazaletes y por las contusiones infligidas por su hermano. Al intentar despertarse del sueño que está  soñando se ve tal y como se había echado la siesta; pero a pesar de ser de día está  muy oscuro.
            En el sueño tiene los brazos aun más doloridos, como dormidos. Está  desnudo e intenta buscar sus armas. La habitación se le presenta desordenada; en lugar de la estera tejida con hojas de palma se encuentran revueltas todas sus pertenecías. Siente que le llaman y acude deprisa, no sin antes cubrirse con el taparrabos para que no le vean desnudo: extraño comportamiento para él, para los orgullosos Nubas desnudos. Al salir ve a alguien de espaldas. La conversación continúa en el granero. En un principio piensa que es el chamán. Al verle mejor la cara descubre que es un desconocido de piel más oscura que la suya, con cabello rizado  largo. Es arrogante y se no se avergonzaba de su desnudez. Eso le excitó como ningún hombre había hecho hasta el momento. El extraño le pregunta algo que no entiende bien y, entre una pose despectiva y comprensiva, le conduce agarrándole de la mano hasta la habitación destinada a la cocina. Hay algo más de luz.  En silencio le señala las armas que está  buscando, meticulosamente limpias y ordenadas por tamaños y tipos de lucha.
Yubi está afuera, a contraluz, sentada de espaldas. En un momento ella se ríe y le pide disculpas. Gikuyu le pregunta si necesita algo y ella le responde que no, que quiere dar palmas y bailar para llamar la atención de un hombre con ramitas de acacia con el que desposarse. El forastero se marcha, no sin antes percibir en él una mirada brillante, ¿tal vez dorada?

            Se levanto con el alba, sigilosamente, esquivando hábilmente a los vigilantes semidormidos que velaban por la seguridad del poblacho. Avanzó lentamente y se encaminó hasta el Árbol que Avisa. Un impulso vago le incito al volverse y contemplar, como si fuera la primera vez, el lugar en el cual se había sentido seguro hasta el momento. La masa montañosa en medio de la estepa donde había nacido atraía la lluvia; pero más importante que la realidad de las lágrimas del cielo era el hecho de que el agua pudiera ser recogida por la gente. En las llanuras esos lloros divinos se recogían en charcas que se evaporaban con facilidad. Pero, en las colinas, la lluvia se podía encauzar por canales excavados y se concentraba en el fondo. Si cavaban podían obtener agua normalmente todo el año y poder así vivir en el poblado permanentemente, a diferencia de sus parientes de otras llanuras. Sabía que abandonaba la seguridad, un tipo de sed calmada por un deseo confuso pero firme de saciar otro tipo de necesidades. Las colinas habían demostrado ser una estupenda defensa natural contra los traficantes de esclavos y contra la cultura extranjera. Sus gentes se aferraban a las viejas tradiciones y no tenían el más mínimo contacto con el mundo exterior. La ¨gente de las colinas¨, los Nuba, se consideraban superiores a los demás. En gran modo lo eran aunque dispusieran de muchas lenguas diferentes. Sin embargo ninguna de ellas podía dar respuesta a sus inquietudes, a explicar la causa de desear ser contemplado por unos Ojos Dorados y ser embriagado por ellos hasta el punto de renunciar a todo.
            Las aldeas y las casas se adaptaban al terreno y al clima, construidas con toda gama de materiales a su mano. Tiempo atrás, cuando los nubios se vieron atacados por las incursiones de los negreros árabes habían podido ocultar sus hogares en lo alto  de las colinas por ser más inaccesibles. Ello les había permitido defenderse pero a costa de mayores dificultades para obtener agua, así como menores campos de cultivo cercanos al poblado. Añoraban los lagos, incluso el Lago dorado, fuente de reverencias y temores, de promesas de paraíso y de infierno, de encuentros entre lo divino y lo humano. Pero desde aquellos tiempos de incertidumbre vivían pacíficamente; podían usar la llanura dejando sus posesiones en las cumbres; podían usar la llanura para sembrar y las casas estaban más cerca de los pozos situados al pie de las colinas. Ya podían construir sus casas conforme a cada función del hogar: una para dormir, otra para cocinar y siempre, otra separada para almacenar el grano. Con todo ello, Gikuyu sentía que ni la casa de su padre, ni la que había estado edificando pare él y Yubi eran hogares. El buscarse a sí mismo, el buscar la Mirada Dorada implicaba encontrar un nuevo lugar al que llamar hogar.
            Con el sol en lo alto divisó al Árbol que Avisa. Quiso esquivarlo, pero una parte de él le impulsaba a reverenciarlo como era tradición. Adorarlo era adorar a sus antepasados, sus  raíces, de donde venia. Lo mismo sucedía con los animales; con el añadido, además, de que se les asociaba con  la creencia de que los muertos se aparecían a los vivos, precisamente, en forma de animales. Gikuyu recordó aquella ocasión en el que creyó reconocer a su madre en una cría de jirafa y como se había conmovido ante su ausencia de temor hasta el punto de poder llegar a acariciarla. El culto a los muertos formaba parte de su vida, de la vida que dejaba atrás. Era obligatorio hacerles ofrendas. De este modo, la muerte que siempre era algo que no debía ni mencionarse ni mentarse pues, de lo contrario, podrían sobrevenir terribles castigos a los infractores de tales preceptos  adquiría una importancia capital entre los componentes del que había sido su clan  y su modo de comportarse. Cuando alguien moría, todos los demás abandonaban el lugar de marras, para que la desgracia no les alcanzara como al finado.
            Ante él, ante el inmenso y solitario baobab  alejado de sus hermanos del lejano Nilo Azul, se sintió pequeño, mortal. Tenía una altura superior a los treinta metros y por ello, entre otras cosas, recibía el nombre del Árbol que Avisa: era visible desde casi cualquier punto de la pradera y muy cercano al Lago Dorado. En la memoria del pueblo se aseguraba que su copa había sido redondeada, pero solo podían verse los troncos secundarios. Se cobijó en su sombra, sintiéndose protegido por las raíces de su pueblo. Toco su lisa corteza gris y advirtió que una de sus pequeñas ramas fibrosas había caído al suelo por la fuerza del viento. Nadie estaba de acuerdo de si era un árbol vivo o muerto; ninguno aseguraba haberle visto con hojas o flores, ni en la época de lluvias ni en la seca. Sorprendido, si advirtió que la rama que yacía a su lado contenía un fruto, un fruto con forma de baya seca. Era el primero que veía y pensó que era un presente de sus antepasados, un buen presagio para él. Con sus fuertes manos lo apresó, arrancó de la rama y apretó. Ciertamente era que los antepasados moraban en el, pues las semillas, numerosas y grandes tenían forma de riñones. La pulpa resultó ser de color crema, con una textura terrosa similar a las de las cenizas sagradas.
            -Vengo a adorarte y ofrecerte mis respetos. Ofrenda digna no tengo más que yo mismo ante Ti -añadió con seriedad-. Abandono mis raíces para adentrarme en la Bruma Azul. ¿Cómo es que no meces tus ramas como en otras ocasiones, cual es la causa de que tus raíces no se enreden en mis pies? ¿Qué se supone que he de hacer con este extraño fruto tuyo caído de tus manos en forma de ramas? ¡Antepasados! ¿Qué he de hacer: comer esta pulpa terrosa como la ceniza con la que venero la vida o arrojarla al suelo? ¿Qué tipo de prueba es esta?
            No hubo respuestas que interpretar, solo silencio.
            -Pueblo mío, tragare esta pulpa como ofrenda a Ti, como acto de respeto y veneración. Así te llevare conmigo a donde valla.
            Así lo hizo. Saboreo lentamente aquel prodigio que tenía entre sus manos con el ferviente deseo de estar haciendo lo correcto. Guardó las semillas en su morral como símbolo de aquel momento. A pesar de su extraño sabor se sintió embelesado, agradecido, relajado. Por primera vez en mucho tiempo se creyó como había sido hasta el momento de la caza de la cebra, pero no del todo. Su ardor, su decisión por encontrar la Mirada Dorada no había disminuido.
            Trotó en línea recta hasta llegar a su meta sin percatarse que algunas de las semillas se habían perdido durante el camino.

            Se adentro en la Bruma Azul. Era poderosa, era más Azul. La podía respirar, sentir en sus pulmones; la podía casi masticar, proporcionándole una textura indefinida y un sabor como panales de miel ahumados. Acariciado se sentía por ella, como si la humedad estuviera compuesta por miles de diminutas lenguas que le lamieran hasta en sus partes más intimas. Nunca experimentó eso con Yubi. Se sentía a acariciado, relamido y saboreado. Algunos babuinos le observaron sin demasiado interés. No se subían a los arboles y permanecieron en el suelo; de las mandíbulas de sus cabezas largas y finas no se asomaron sus largos dientes. No esperaba encontrarlos ahí, pues eran más propios de sabanas, semidesiertos o planicies rocosas. Según se adentraba veía más claramente y más admirado quedaba ante lo que descubría.
            -¿De dónde vienes? ¿Cuál es tu nombre? ¿Cuál es tu raza? ¿Dónde moras? ¿Estás solo? –Llamó Gikuyu-. Acudo continuamente en tu busca, no veo huellas que te traigan hasta aquí, ni bellos esclavos desnudos que te sirvan y acompañen... Desvélame al fin el misterio que te envuelve como una noche cerrada. He descubierto que te amo. Príncipe o esclavo huido seré tuyo para siempre, me entregaré sin pensarlo, nunca me alejaré de ti. ¿Qué me has dado que aunque duerma no descanso, que aunque coma no me alimento, que a pesar de respirar siento que me ahogo? ¡Da un remedio a mis males!
            El Lago Dorado apareció con todo su esplendor sobrepasando sus recuerdos, sus expectativas, las ilusiones tímidas que albergaba. ¡En sus márgenes bebía una cebra, su cebra!
            -¿Estas viva o eres una aparición? Veo tus heridas restañadas, aquellas que yo te infringí. Han cicatrizado. No has sido devorada por los buitres tal como auguraba, aparentemente tu pezuña aprieta firmemente el suelo, tus ojos no  muestran temor ni resentimiento. ¿Eres un espíritu que desea decirme algo? ¿Tienes algún mensaje para mí de quien busco? Si así es házmelo saber ya, pues mi esperanza teme haber sido alentada en vano por mi vanidad. No respondes; tal vez no me hayas personado del todo.

            Las aguas del Lago resplandecieron, los pájaros cantaron, la Bruma se difuminó totalmente. La cebra se irguió sobre sus patas traseras, las articulaciones se trasformaron, las manchas blancas se convirtieron en negras y el pelaje desapareció. Con un palpitar indefinido encogía y crecía. Podía ver cómo tras aquella masa transparente los huesos cambiaban de forma,  se creaban venas y arterias, se cambiaban órganos de lugar y se apretaban músculos ¿Comenzaba a trasformare en el ser buscado? ¡Sí!
De rodillas ante su enigmático amado, desesperado, deseaba que él se dignara a responder. Era hermoso, bello, musculosamente proporcionado como una talla de ébano realizada por el más diestro de los artesanos. Su rostro era como una caricia en sus dedos; sus labios eran grandes carnosos, apetecibles, promesa de mil placeres. Adornado con dientes de león, aros de color viento en los lóbulos, ropajes amarillos y encarnados que permitían entrever su miembro, parecía un personaje irreal. Recordó el falo de madera que había intentado tallar y que acaricio torpemente.  Rayos de luz se colaron por entre las copas de arboles sin nombre reflejando entonces en sus ojos dorados el brillo del Padre Sol.
            Gikuyu buscaba nuevas palabras, nuevas súplicas para conmover a su amado, pero sólo pudo al fin exhalar un suspiro, débil, herido, masticado con el aliento agonizante de una cría de gacela; como la temporada seca en la que los últimos restos de los que fueran ríos se evaporaran por la fuerza del calor.
            -¡Callas! -gritó desesperadamente al no ver cumplida su esperanza- ¿Puedes oírme? He venido hasta aquí en busca tuya, de mi mismo. Necesito saber si me amas, si me deseas, si quieres fundir tu cuerpo con el mío. Deseo saber si eres un hombre...
            -O un espíritu del mal… –añadió interrumpiéndole-. ¿Y si así fuera?
            Gikuyu dudó unos momentos. Un escalofrío recorrió su cuerpo, mas hipnotizado por el brillo de su mirada, enamorado sin remedio, casi enloquecido, replicó con deje de pasión y deseo:
            -Si así fuera aún te seguiría amando como ahora -afirmó-. Es imposible dejar de anhelarte, aún más allá del lugar donde no se retorna.
            -Gikuyu, yo, Muubi, te amo; te deseo todavía más que tú a mí -le respondió el dios negro-. Yo me encarno bajo la apariencia humana, siendo espíritu del más allá del río de la vida, por estar a tu lado. Me he dejado herir por tu lanza y permitido que mi sangre fuera derramada por un mortal bajo la apariencia de un alimento, de una presa más. Mediante la niebla ya has sido besado, lamido, abrazado, incluso he entrado en ti. Te he poseído por dentro y por fuera y lo has sentido. ¿Aun quieres más? ¿Deseas una fusión más plena? Soy muchas cosas y nada, pero solo me encuentro. He tentado a muchos con los anhelos con los que has venido, pero el temor al Árbol que Avisa los ha detenido.  Curiosa sensación sobre la cual no he podido hacer nada, ya que éste viejo solitario formaba parte de un gran bosque que ha desaparecido antes de que vosotros vinierais a vivir a sus cercanías. Queda uno donde un tiempo atrás hubo muchos: Yo. Durante generaciones he estado bajo esa forma, observando, esperando. Los demás baobas desaparecieron y me vi triste, sin hojas, sin flores y por lo tanto sin frutos. Bajo la forma de cebra me acerque a ti con la esperanza de que me siguieras. Tu voluntad ha conseguido que diera fruto, el que has comido.
 Donde más soy yo es en el fondo del Lago Dorado, fluctuante, profundo y calmo como él, silencioso como él. No castigo al que traspasa la Bruma Azul y alcanza la rivera del Lago; antes bien premio con mi sumisa entrega a quien posee el valor de alterar la calma del lugar donde descanso, aprecio al que es diestro para alcanzar con atrevimiento lo que no comprende, lo que los demás temen. Algunos llegaron hasta aquí, pero no fueron capaces de entregarse totalmente. Algunos se quitaron la vida, otros intentaron regresar a sus orígenes, pocos se atrevieron a yacer conmigo.
            Absorto ante la visión de su hermosura, subyugado por una fuerza misteriosa, Gikuyu se acercaba paso a paso al borde de la orilla donde se encontraba Muubi. Sus plantas sentían las cálidas, serenas e intermitentes aguas. La talla ebanácea de ojos dorados prosiguió:
            -¿Eres capaz de ver el fondo del Lago, las largas plantas que oscilan en sus aguas? Ellas nos proporcionarán un lecho tranquilo y sosegado donde podamos entregarnos, los peces  nos besaran limpiando nuestra piel  y yo te haré feliz; te daré la paz que deseas, aplacaré el ardor de tus entrañas y tus ingles, saciaré tus labios. Y tú, hijo de los Nuba, harás lo mismo por mí. Seré tuyo, serás mío; seremos nuestros. Sígueme. Este es lugar que buscabas, aquí está el hogar que ansiabas, yo soy las preguntas y respuestas que atenazaban tu ser. La Bruma Azul nos envuelve, nos acaricia, nos prepara. Las ondas nos llaman entre susurros...Ahora soy yo el que respuestas necesita, el que espera, el que te desea de una manera que nunca has conocido ni conocerás.
            Las Hogueras del Cielo comenzaron a competir con la Madre Luna. Su reflejo empezaba a rilar sobre la superficie del Lago surgiendo matices nuevos y refulgentes con serenidades prometidas, con susurros cantarines. Gikuyu sintió embelesado como   la presión en su pecho disminuía.
              Unos ojos dorados indicaban con su fulgor el camino a recorrer.
            -Sígueme... Alcánzame... -sus palabras eran como un hechizo, como un ruego-. Alcánzame... Sígueme… -como una oración esperanzada-.
            Y el varón oscuro como la noche comenzó a sumergirse en las aguas con dulce sonrisa, tendiéndole sus brazos.
            ¡SUS BRAZOS!
            Gikuyu le siguió. El agua era a veces cálida, a veces fresca; relajaba o estimulaba. Primero la  sintió en sus pies, luego en las pantorrillas. Adentrándose más sintió tal ardor en las ingles que pensó que nada le podría aliviar. Se situó frente a la Mirada Dorada y la abrazó; acercaron sus bocas formándose un mismo suspiro, apretaron sus pechos hasta lograr uno solo; el roce mutuo de sus miembros fueron brasas incombustibles que prometían lo divino. Fue como si todas las Hermanas Estrellas brillaran a la vez estallando con la fuerza del Padre Sol.
            Entonces sintió un tacto cálido desde sus nalgas hasta la nuca, un hervor en la sangre que ni la más estimulante de las cazas le había proporcionado. Un cálido  sabor a la pulpa del fruto del baoba se deslizo en sus lenguas deseando comer más; paladear  lentamente y a la vez con ansiedad. Entre sus piernas sintió la rama erguida, dura, palpitante del ser que era todo contra la suya; que se manifestaba bajo aquellas formas impensables: cebra, árbol, bruma, dios, hombre, agua, dorado…
Las algas los envolvieron entrelazando  sus cuerpos provocando un  sisear casi imperceptible, mezcla de agonía y de placer, de quejido y de suspiro. Cerrando los ojos Gikuyu se dejo llevar. Nada existía salvo ese momento. No había pasado, no había futuro: solo presente. Las aguas desprendieron haces aun más brillantes, reflejaron  arcoíris, burbujearon por el ardor de los amantes durante las varias lunas que duro el orgasmo; las aguas ocultaron sus cuerpos, recuperando su serenidad de siempre como si nunca hubieran sido despertadas, como si de nada hubieran sido testigos.
Permanecieron en desfallecimiento para periódicamente refulgir en una renovada y cada vez más intensa cantidad de Azul, de Dorado. Eso a nadie le debía de importar.
Las semillas que perdiera Gikuyu desde el solitario Árbol que Avisa hasta el Lago arraigarían en tierra fértil para indicar un nuevo sentido a aquellos que se aventuraran a dar una visión distinta a las nuevas tradiciones. El Árbol que Avisa indicaría en adelante el camino nuevo hacia el propio conocimiento con pequeños brotes verdes que terminaran siendo arboles fuertes y duros, visibles desde la lejanía para que otros consiguieran su propia bruma azul y ojos dorados.