lunes, 21 de enero de 2013

RELATO EN EXCLUSIVA PARA ESTE BLOG DE DAMIAN CANO: EL SEXO DE LA LLUVIA





EL SEXO DE LA LLUVIA

Ellas no quieren salvarse.

El cielo está tan negro que da miedo. La gente lo nota y huye. Hay un nerviosismo en el aire que se huele. Se ve en los entrecejos fruncidos. Tan fruncidos que pueden sostener una moneda de dos euros. Corre, en los pasos apresurados de la gente cargada de bolsas. En los coches, en los frenazos, en los ¡conducebienmecaguentó! Peor que nunca. Como el conejo de Alicia llegando tarde. Todo el mundo parece querer llegar cuanto antes a algún sitio. ¿A un refugio?

Menos ellas dos. Ellas no quieren salvarse.

Son unas geishas del siglo XXI. Apenas un-pasito-detrás-del-otro, con esa parsimonia que sólo se permiten quienes se acaban de descubrir y saben que juegan a la conquista. Disfrutan de cada roce accidental de manos, cada descarga de electricidad en una mirada fugaz.

No les importa ese mundo que anuncia un apocalipsis. Ellas no quieren salvarse. No les importa casi nada más que el cuerpo de la otra a un movimiento de distancia. Saben que  quizá están llegando a una frontera, a la orilla de un beso. El vértigo les recorre la espina dorsal, les hierve las piernas y mucho más allá. Los pezones duros, la piel de la nuca erizada.

Se sientan a mirar el mar desde la muralla. Pero no lo ven. Y eso que está fagocitando la acera del Paseo Marítimo con un látigo salino incesante. Como una boa constrictor letal, de película en tres dimensiones.

Son las únicas que se detienen en medio de un cuadro vertiginoso. Escuchan, a lo lejos el ruido de la ciudad. Aullando, rugiendo, relinchando. Thor, con su martillo desafiante, parece gritarles desde el cielo.
Pero no le escuchan.

Tampoco hablan. No es el momento de decir nada. Apenas presienten la agitación de sus respiraciones. Palpitaciones.

Unas niñas con coletas cantan de la mano de su madre que las arrastra en volandas a casi dos centímetros del suelo. ‘¡Que llueva! Vamos niñas. ¡Que llueva! Vamos, que va a llover. ¡La virgen de la cueva!’

 —Acá en España hay vírgenes hasta en las cuevas. —Dice Luz y se arrepiente de inmediato de semejante tontería.

Danaé sonríe. Asiente mirándose las manos. Se alisa los lunares de su falda roja y blanca. A lo mejor queriendo dejarlos planchados. Alinearlos. Y de veras parece que lo logre. O está nerviosa. Es eso. Debería de haber salido más abrigada, pero es que la falda es tan bonita.

¡Que llueva! ¡Que llueva! La virgen de la cueva, los pajaritos cantan. ¡Que sí! ¡Que no! Que caiga un chaparrón.

Luz piensa que Danaé, así de callada y bucólica tiene un cierto aire a virgen. Le va el rollito de la virgen de la cueva. Quedaría preciosa en unas estampitas milagrosas. La gente la adoraría. Es angelical, etérea. Quedaría perfecta sentadita encima de una chimenea con las manitas muy juntas sobre el regazo.

 —Yo intento ser solidaria. Cada año le compro la lotería a la Cruz Roja. Si fuera rica, donaría mucho dinero a los niños pobres. —Se anima Danaé. Más que nada por decir algo. Se queda satisfecha consigo misma. Continúa alisándose los lunares rojos.
Luz no parpadea. Por un momento no sabe si largarse a correr con el resto de la gente o sumarse a las hormigas y las moscas que están igual de alteradas. Nota arder sus mejillas. Corrige ese mechón de pelo, acomodándolo detrás de las orejas. 

Controla el estado de sus cutículas. Está a punto de pensar que no es posible ser tan estúpida y no darse cuenta. Que esta chica sentada junto a ella es adorablemente retrasada. Que parece ignorar su tremenda estupidez. Quizá hasta llega a pensarlo, a esbozarlo. Pero la interrumpe un estruendoso trueno. Dos.
Comienza a llover, a diluviar. Como si algo se hubiera roto en algún sitio. Les sacude el letargo, desordena los lunares de la falda de Danaé, alborota los rizos de Luz, espanta los pensamientos.

—Nos vamos a empapar —alerta Danaé con la cara compungida. Una virgen angustiada.

 —No te preocupes, no queremos salvarnos—le abraza Luz a media voz. Es un conjuro tibio y envolvente. La acerca con fuerza, cogiéndola de la cintura. La otra mano se desliza por la espalda, por el tobogán que surcan los omóplatos. La inmoviliza delante de su boca. Abarca todo su cuerpo. La hipnotiza.

           La besa.
           La besa.
           Se besan.
           Con ansias.
           Con agua.
           Con chorros.
           Mojadas.
           Empapadas.

En medio de la lluvia de enero, el viento les despeina las inseguridades, las evade del mundo.

La tormenta las arrastra de la mano, corriendo por las resbaladizas calles del casco antiguo. Suben las escaleras de dos en dos. Agitadas. Se desnudan antes de llegar a la habitación, tocándose, chupándose, mordiéndose, lamiéndose, oliéndose, frotándose. La lluvia que está ahora en las ventanas, es la misma que permitió el abrazo, el beso.

Ahora: el sexo.


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8 comentarios:

  1. Me encanta esa forma tan especial de decribir una lluvia tan especial... Felicidades!!!

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    1. Espero que Damian Cano lo lea, pues será de su agrado :)

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  2. muchas gracias por el comentario en los premios blog!!!!
    tu blog es muy muy interesante, el post,que acabo de leer, me parece más que interesante!
    personalmente, en mi blog,vas a encontrar,la explicacion de por que no voy a cada blog exclusivamente...ok?
    me quedo!!!
    un abrazo,mil gracias
    lidia-la escriba

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    1. Gracias por la visita y tus ánimos.
      Este post en concreto es de un amigo que ha colaborado en el blog. Damián, su autor, se sentirá muy contento al leer estas palabras. Si te ha gustado ya sabes, visita sus enlaces...
      Un abrazo

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  3. gracias por los comentarios!!!!!! más lluvia y emociones en http://lavenganzadelafea.blogspot.com.es y por supuestísimo que quedan todos invitados a pasarse sin llamar y entrar a http://www.facebook.com/Lavenganzadelafea un abrazo grande!!!

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    1. Haced caso a Damián, nada perdéis por hacerle una visita y hay cosas que os pueden sorprender¡¡¡¡

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