martes, 24 de febrero de 2015

EL OKUPA.POR DAVID MARIO VILLA MARTÍNEZ.



EL OKUPA.POR DAVID MARIO VILLA MARTÍNEZ


La vida da muchas vueltas, todo cambia y lo que creemos saber acerca de nosotros y de nuestro entorno se encuentra en continua evolución. En ocasiones vivimos la existencia como una guerra y nos podemos sentir invadidos.

EL OKUPA
Soy desterrado, desalojado como sin techo al que, al no poder pagar la hipoteca las autoridades hubieran mandado un burofax de preaviso para luego ser expulsado por las fuerzas del orden. He de reconocer que en raras ocasiones he pactado con el dueño de mi residencia, más o menos permanente. Soy, por mi naturaleza e ideología, un okupa que da la patada a moradas abandonadas o descuidadas por sus dueños. También admito que no todos sus amos mantienen sus propiedades de la manera en que deberían; eso tiene mucho que ver con las circunstancias personales y los momentos puntuales de los que viven sus desgracias con mayor intensidad o de manera sosegada. Sea como fuere no es mi problema y tal como hacen los míos, observó, calculó y sopesó debilidades estructurales para entrar por donde muchos dicen que es prohibido.

Tenemos una fama infame, valga el juego de palabras, pero en realidad creo que es por incomprensión, miedo o desconocimiento de nuestro particular tipo de vida. Para ellos somos bichos raros. También es una manera de que nos respeten. Nuestra fama de asociales o anárquicos suele protegernos durante bastante tiempo y, dependiendo de los casos, durante años o por toda una vida.

No es frecuente encontrar un habitáculo amplio y bien conservado en el que uno se sienta a sus anchas, salvo en golosas ocasiones en las que nos llamamos o avisamos para compartir el espacio, hacernos fuertes en él y defenderlo a toda costa. En la mayoría de las ocasiones, al principio, no me hago notar; intentó pasar lo más desapercibido posible, tanto para el dueño, como para el resto de los posibles vecinos que me rodean. Es mejor así hasta que me hago amo de la situación, coloco mis defensas y trampas que me avisan de la llegada de indeseables y así impedir el desalojo. Depende mucho de las zonas, ideas y de si tienes a otros compañeros sin cobijo. Podemos pasar años desapercibidos o sin llamar demasiado la atención. La pega es que nuestra soberbia y orgullo, generalmente, terminan por delatarnos siendo visibles o intuidos, ya sea por nuestras palabras o por nuestros actos, denominados groseros o antisociales por el resto de la comunidad.

No es tan sencillo, por parte de un demonio menor, poseer un cuerpo. Ni siquiera cuando el alma de su dueño es oscura y despiadada. Esta situación tampoco supone un reto interesante para la Oscuridad. Como decía, preferimos espacios amplios y mejor conservados para corromper. En la mayoría de los casos tenemos que conformarnos con lo que los hombres llaman opresión diabólica; es decir un control relativo del cuerpo desde el exterior con el que intentamos influir en la voluntad del hombre. En mi caso es muy frustrante y agotador tener ese tipo de residencia en la que parece que permanezco simplemente en el recibidor del portal, al lado de los buzones, aunque no es tan dolorosa como la posesión. Cuando la consigues eres el amo y señor del envase en el que te hospedas y puedes alimentarte de los miedos, frustraciones, confusiones y degradaciones del cuerpo que posees. Aunque para los hombres sea abominación y maldición, para nosotros no deja de ser una satisfacción dulce, llena de esfuerzo y dedicación en la que continuamente estamos aprendiendo y mejorando. ¡Es todo un reto personal! Hay que estar atentos para que las mentiras que susurramos y que salen de la boca de nuestros alojamientos tengan convicción y suenen a verdad, para borrar recuerdos gratos a los que se aferran y matar esperanzas que sean tablas de salvación futuribles. Hay que hacer una buena limpieza a nuestra manera para desechar todo aquello que nos estorba o entorpece nuestra labor. Hay que eliminar del alma pura todo rastro de los santo o divino, independientemente de cuál fuera su creencia, religión o espiritualidad concretas.

A nuestro líder le llaman Príncipe de las Tinieblas, y en verdad que lo es. Nosotros intentamos alcanzar su retorcida perfección en la maldad pura, sin fisuras; en el engaño como seducción para complacer las carencias y anhelos insatisfechos del ser humano. A partir de ahí, una vez embaucado, encontrado aquello que cree que necesita o que piensa que le hará feliz, el trabajo es mucho más sencillo.

De tener espacio suficiente, o muchas posibilidades de propagar la perversidad, invitamos a nuestros hermanos sin techo en solidaria llamada para compartir la vivienda deshumanizada y defenderla de los posibles posteriores ataques. Es entonces cuando perdemos nuestro nombre particular para convertirnos en Legión, pues muchos acudimos.

Anhelo ser tan fuerte como para controlar a mi habitáculo de tal manera que flote, blasfeme, se retuerza, vomité para mostrar mi poder y por extensión el, de la oscuridad. Al fin y al cabo somos Guerreros de la Oscuridad. Por lo tanto no hay descanso y sí mucha disciplina. Y como soldado puedo ser herido, puedo perder la batalla. Con la oscuridad nos defendemos y ganamos los territorios, mas la Luz es nuestro talón de Aquiles.

Puedo obligar a cometer las mayores atrocidades al hombre  o mujer en los que me cobijo: a mentir, robar, matar, destruir, dispersar el caos y hacer disfrutar con ello. Pueden ser conscientes o no; es lo de menos. Al fin y al cabo es lo que soy y esa es mi naturaleza. Presuntos y bienintencionados actos de bondad apenas me ciegan durante un ínfimo instante y no suponen más que los zarpazos de un minúsculo gatito.

El hombre es prepotente por naturaleza y considera sus buenas acciones más grandes de lo que realmente son y esa es una de sus debilidades. Como suelen decir aquí, “el infierno está lleno de buenas intenciones “y de ello soy testigo, al ser fruto de una de ellas, de un íncubo; de un demonio que tomó la forma de una mujer atractiva para seducir a los varones, sobre todo a los adolescentes y a los monjes, introduciéndose en sus sueños y fantasías. Mi madre es una mujer de gran sensualidad y de una extrema belleza incandescente. Es un egregor al que se le confirieron fuerzas y poderes concretos a los que, de común acuerdo, se le otorgaron unos significados reconocidos y asumirlos. ¡Incautos!. Siempre habéis creído que somos seres limitados, almas viejas condenadas con origen en el comienzo de la creación. No hay tiempo, no hay espacio, y a cada instante somos más numerosos, sea cual sea la cultura que nos nombre o el apodo con el que se nos denomine.

Tan sólo la Luz pura puede dañarnos o expulsarnos de nuestros hogares y eso causa un sufrimiento atroz en nuestra entidad propia y en colectiva. Además, fallar en una misión, por pequeña que sea, es una deshonra para los Guerreros de la Oscuridad. No entienden que en esta dimensión repleta de densidad buscamos un lugar donde vivir, ser y desarrollarnos según nuestra propia naturaleza parasitaria. Tan sólo algunos humanos nos invocan deliberadamente mediante conjuros extraños o libros de conocimiento falsos. ¿Nosotros decir la verdad?... Pero si su intención es verdadera acudimos a tales invitaciones, pues la predisposición a corromperse no es desdeñable tal y como están las cosas con esas nuevas conciencias individuales, ajenas a las religiones establecidas que tanto nos han facilitado las cosas durante milenios causando la limitación del pensamiento individual. Las nuevas creencias nos tienen en una incipiente crisis. Hay que actuar de otra forma más sinuosa con ellas. En cierto modo somos más fuertes desde ese punto de vista  que pretende ignorarnos para no darnos fuerzas desde el Egregor original. Existimos quieran vernos o no y mirar para otro lado simplemente es omisión, una presunta indiferencia en la que al ignorar el mal simplemente los convierten en cómplices. Al menos es lo que dicen nuestros superiores… ¿Nos dirán la verdad?

Se acerca el sacerdote, el exorcista designado para el por el Obispo tras años de burocracia, buena para mí y que me ha permitido que tuviera tiempo de permanencia extra. Evidentemente ha cursado y obtenido el título oficial de exorcismo, impartido en Roma-Vaticano. Son muy suyos para éstos temas.

Lucharé con todas mis fuerzas, llamaré a mis Hermanos y Hermanas si es necesario para que, al menos, éste desalojador se lleve su merecido por su arrogancia, comparable a la mía. Le haré ver sus abismos, sus miedos más profundos e íntimos, le haré dudar. Él intentará hacer lo mismo conmigo de manera impecable mediante su librito. Los sacerdotes de la Iglesia Católica, para la realización del exorcismo, lo hacen bajo lo estipulado en el Ritual Romano. Algunos religiosos exorcistas como el sacerdote Gabriele Amorth, y Monseñor Carlos Alberto Mancuso desaconsejan el nuevo ritual aprobado por el Sumo Pontífice en enero de 1999, aduciendo que el antiguo ritual tenía siglos de comprobada eficacia. La verdad es que más bien nos descontroló el nuevo, acostumbrados al anterior. Ante lo novedoso dudamos al principio como reaccionar, como sucede a los humanos.

Es un juego de ajedrez en el que la partida puede quedar momentáneamente en tablas. Aún dudo acerca de mis movimientos con las piezas negras pues quiero ser creativo. Haré ver que pierdo algunas piezas para que el cobre confianza y que su posterior derrota sea aún más demoledora. El Vaticano ha descartado una anomalía psíquica en mi poseído, ya sea patológica o paranormal, y han considerado signos de posesión diabólica la aversión vehemente hacia  Dios, la Luz, la Cruz y las imágenes o símbolos sagrados. Además, dependiendo del fin bueno o dañino para el cual las empleo, han discernido si las  producciones de mi envase investigado eran dones de Dios, o signos de posesión. El hablar con muchas palabras de lenguas desconocidas o entenderlas, hacer presentes cosas distantes o escondidas y demostrar más fuerzas de lo normal no le ha parecido muy divino, en éste caso, a la Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe. A pesar de lo dicho más arriba, creer que sólo hay posesión cuando el agua bendita quema, o la persona no puede entrar a una iglesia o se hablan lenguas desconocidas, es un error.  Es cierto que lo más característico de la posesión es que tras participar en un rito esotérico la persona sufra trances en los que emerge una segunda personalidad maligna; es decir, alguno de mi casta.

No puedo negar que tengo algo de miedo, pero tras tantos desalojos me voy acostumbrando. El trauma y el dolor van siendo menores. Ser exorcizado, ser expulsado tras una dura lucha me deja debilitado durante un tiempo, expuesto como un caracol sin caparazón. Si me hace jaque mate me convertiré en un sin techo señalado por compañeros por mi pérdida de estatus, teniendo que recurrir a la mendicidad mediante bajas energías residentes en otros. No me agrada convertirme, mientras me recupero, en un parásito energético, en una vulgar larva astral o en un vampiro energético de poca monta.

El exorcista ora, pide ayuda a los poderes de la Luz, del complemento que resalta la existencia de ambos, aunque a veces el bien y el mal sean difíciles de discernir. Pide a lo santo, a lo sagrado que le diga mi nombre. ¡Vaya novedad! Ahora utilizará el hisopo para rociarme con agua bendita. Tendré que quejarme y hacer aparecer sobre el cuerpo que habitó pústulas, llagas o estigmas. No es que no sufra mi manera, es que es lo que se espera de nosotros en esta cultura y religión determinada. A mí me gusta más lo ancestral y étnico, pues se atienen más a lo básico y, si bien tienen sus parafernalias, se centran más en la simplicidad.

¡Me exhorta en el nombre de Jesús el Cristo! Ahora me toca levitar un rato y poner los ojos en blanco. ¡Duele, duele mucho! Juro y perjuro enfurecido en arameo y lenguas muertas, olvidadas e incluso no terrenales.  Es más ameno, aunque el cuerpo de mi anfitrión sufra y tal vez no sobreviva. ¡Todo es tan monótono y poco creativo! Me cabrero de verdad y comienzo abrir y cerrar puertas, cajones haciendo mucho ruido. El numerito de bajar la temperatura exterior siempre creaba un impacto en adecuado, pero no parece que de resultado. ¡Pierdo fuerzas, pierdo voluntad! ¡Me ha hecho jaque! De nuevo me pregunta mi nombre y según las normas establecidas por occidente debo responder.

Sin más remedio le digo que soy Corvian, Príncipe de la Soberbia, Hijo del Orgullo Seductor, Nieto del Rey de la Oscuridad, Hermano de la Destructora de Almas. En sus ojos se manifiesta un atisbo de reconocimiento, como si ya nos hubiéramos encontrado antes en la cadena sin fin del equilibrio entre la Luz y la Oscuridad. Sinceramente yo no lo recuerdo pues aunque joven, soy demasiado viejo…

-¿Corvian? ¿El hijo de la Siboney?

-Sí, el pequeño –respondo extrañado-. No es el tipo usual de conversación que solemos mantener los soldados de bandos opuestos. Durante la contienda solemos hablar de nuestras respectivas familias pero no de una manera tan cordial. Incluso nos acordamos de respectivos muertos; bueno, soy yo el que blasfema acerca de los ancestros de los vulgares humanos

-¡Te pillé! -dice el exorcista con una aviesa sonrisa en los labios.

¡Vaya que sí me pilló! Tras insoportables cegueras causadas por la Luz, tras numerosas plegarias y rituales me encuentro fuera de mi anfitrión. Esta vez sí que me han sorprendido de la manera más tonta y estúpida, como si fuera un simple cadete. Casi le digo mi árbol genealógico entero.

El cuerpo del hombre está irreconocible, sudoroso, desmadejado, casi roto, pero respira. Tal vez recuerde algo de todo esto, tal vez no y, posiblemente, si lo hace lo negara pensando que ha sido una pesadilla de la cual, afortunadamente, pudo despertar. Mientras tanto yo hecho una pena, a lamerme las heridas, cobrar fuerzas en forma de larva y buscar un nuevo hospedaje sencillito de okupar mientras estoy convaleciente. En el peor de los casos puedo pedir asilo a la Legión que está dentro de Vladímir Putin.






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