EL OKUPA.POR DAVID MARIO VILLA MARTÍNEZ |
La vida da muchas vueltas, todo cambia y lo que creemos saber acerca de nosotros y de nuestro entorno se encuentra en continua evolución. En ocasiones vivimos la existencia como una guerra y nos podemos sentir invadidos.
EL OKUPA
Soy
desterrado, desalojado como sin techo al que, al no poder pagar la hipoteca las
autoridades hubieran mandado un burofax de preaviso para luego ser expulsado
por las fuerzas del orden. He de reconocer que en raras ocasiones he pactado
con el dueño de mi residencia, más o menos permanente. Soy, por mi naturaleza e
ideología, un okupa que da la patada a moradas abandonadas o descuidadas por
sus dueños. También admito que no todos sus amos mantienen sus propiedades de
la manera en que deberían; eso tiene mucho que ver con las circunstancias
personales y los momentos puntuales de los que viven sus desgracias con mayor
intensidad o de manera sosegada. Sea como fuere no es mi problema y tal como
hacen los míos, observó, calculó y sopesó debilidades estructurales para entrar
por donde muchos dicen que es prohibido.
Tenemos una
fama infame, valga el juego de palabras, pero en realidad creo que es por
incomprensión, miedo o desconocimiento de nuestro particular tipo de vida. Para
ellos somos bichos raros. También es una manera de que nos respeten. Nuestra
fama de asociales o anárquicos suele protegernos durante bastante tiempo y,
dependiendo de los casos, durante años o por toda una vida.
No es
frecuente encontrar un habitáculo amplio y bien conservado en el que uno se
sienta a sus anchas, salvo en golosas ocasiones en las que nos llamamos o
avisamos para compartir el espacio, hacernos fuertes en él y defenderlo a toda
costa. En la mayoría de las ocasiones, al principio, no me hago notar; intentó
pasar lo más desapercibido posible, tanto para el dueño, como para el resto de
los posibles vecinos que me rodean. Es mejor así hasta que me hago amo de la
situación, coloco mis defensas y trampas que me avisan de la llegada de
indeseables y así impedir el desalojo. Depende mucho de las zonas, ideas y de
si tienes a otros compañeros sin cobijo. Podemos pasar años desapercibidos o
sin llamar demasiado la atención. La pega es que nuestra soberbia y orgullo, generalmente,
terminan por delatarnos siendo visibles o intuidos, ya sea por nuestras
palabras o por nuestros actos, denominados groseros o antisociales por el resto
de la comunidad.
No es tan sencillo, por parte de
un demonio menor, poseer un cuerpo. Ni siquiera cuando el alma de su dueño es
oscura y despiadada. Esta situación tampoco supone un reto interesante para la
Oscuridad. Como decía, preferimos espacios amplios y mejor conservados para
corromper. En la mayoría de los casos tenemos que conformarnos con lo que los
hombres llaman opresión diabólica; es decir un control relativo del cuerpo
desde el exterior con el que intentamos influir en la voluntad del hombre. En
mi caso es muy frustrante y agotador tener ese tipo de residencia en la que
parece que permanezco simplemente en el recibidor del portal, al lado de los
buzones, aunque no es tan dolorosa como la posesión. Cuando la consigues eres
el amo y señor del envase en el que te hospedas y puedes alimentarte de los
miedos, frustraciones, confusiones y degradaciones del cuerpo que posees.
Aunque para los hombres sea abominación y maldición, para nosotros no deja de
ser una satisfacción dulce, llena de esfuerzo y dedicación en la que
continuamente estamos aprendiendo y mejorando. ¡Es todo un reto personal! Hay
que estar atentos para que las mentiras que susurramos y que salen de la boca
de nuestros alojamientos tengan convicción y suenen a verdad, para borrar
recuerdos gratos a los que se aferran y matar esperanzas que sean tablas de
salvación futuribles. Hay que hacer una buena limpieza a nuestra manera para
desechar todo aquello que nos estorba o entorpece nuestra labor. Hay que
eliminar del alma pura todo rastro de los santo o divino, independientemente de
cuál fuera su creencia, religión o espiritualidad concretas.
A nuestro líder le llaman
Príncipe de las Tinieblas, y en verdad que lo es. Nosotros intentamos alcanzar
su retorcida perfección en la maldad pura, sin fisuras; en el engaño como
seducción para complacer las carencias y anhelos insatisfechos del ser humano.
A partir de ahí, una vez embaucado, encontrado aquello que cree que necesita o
que piensa que le hará feliz, el trabajo es mucho más sencillo.
De tener espacio suficiente, o
muchas posibilidades de propagar la perversidad, invitamos a nuestros hermanos
sin techo en solidaria llamada para compartir la vivienda deshumanizada y
defenderla de los posibles posteriores ataques. Es entonces cuando perdemos
nuestro nombre particular para convertirnos en Legión, pues muchos acudimos.
Anhelo ser tan fuerte como para
controlar a mi habitáculo de tal manera que flote, blasfeme, se retuerza, vomité
para mostrar mi poder y por extensión el, de la oscuridad. Al fin y al cabo
somos Guerreros de la Oscuridad. Por lo tanto no hay descanso y sí mucha
disciplina. Y como soldado puedo ser herido, puedo perder la batalla. Con la
oscuridad nos defendemos y ganamos los territorios, mas la Luz es nuestro talón
de Aquiles.
Puedo obligar a cometer las
mayores atrocidades al hombre o mujer en
los que me cobijo: a mentir, robar, matar, destruir, dispersar el caos y hacer
disfrutar con ello. Pueden ser conscientes o no; es lo de menos. Al fin y al
cabo es lo que soy y esa es mi naturaleza. Presuntos y bienintencionados actos
de bondad apenas me ciegan durante un ínfimo instante y no suponen más que los
zarpazos de un minúsculo gatito.
El hombre es
prepotente por naturaleza y considera sus buenas acciones más grandes de lo que
realmente son y esa es una de sus debilidades. Como suelen decir aquí, “el
infierno está lleno de buenas intenciones “y de ello soy testigo, al ser fruto
de una de ellas, de un íncubo; de un demonio que tomó la forma de una mujer
atractiva para seducir a los varones, sobre todo a los adolescentes y a los
monjes, introduciéndose en sus sueños y fantasías. Mi madre es una mujer de
gran sensualidad y de una extrema belleza incandescente. Es un egregor al que
se le confirieron fuerzas y poderes concretos a los que, de común acuerdo, se
le otorgaron unos significados reconocidos y asumirlos. ¡Incautos!. Siempre habéis
creído que somos seres limitados, almas viejas condenadas con origen en el
comienzo de la creación. No hay tiempo, no hay espacio, y a cada instante somos
más numerosos, sea cual sea la cultura que nos nombre o el apodo con el que se nos
denomine.
Tan sólo la Luz
pura puede dañarnos o expulsarnos de nuestros hogares y eso causa un sufrimiento
atroz en nuestra entidad propia y en colectiva. Además, fallar en una misión,
por pequeña que sea, es una deshonra para los Guerreros de la Oscuridad. No
entienden que en esta dimensión repleta de densidad buscamos un lugar donde
vivir, ser y desarrollarnos según nuestra propia naturaleza parasitaria. Tan
sólo algunos humanos nos invocan deliberadamente mediante conjuros extraños o
libros de conocimiento falsos. ¿Nosotros decir la verdad?... Pero si su
intención es verdadera acudimos a tales invitaciones, pues la predisposición a
corromperse no es desdeñable tal y como están las cosas con esas nuevas
conciencias individuales, ajenas a las religiones establecidas que tanto nos
han facilitado las cosas durante milenios causando la limitación del
pensamiento individual. Las nuevas creencias nos tienen en una incipiente
crisis. Hay que actuar de otra forma más sinuosa con ellas. En cierto modo somos
más fuertes desde ese punto de vista que
pretende ignorarnos para no darnos fuerzas desde el Egregor original. Existimos
quieran vernos o no y mirar para otro lado simplemente es omisión, una presunta
indiferencia en la que al ignorar el mal simplemente los convierten en cómplices.
Al menos es lo que dicen nuestros superiores… ¿Nos dirán la verdad?
Se acerca el sacerdote, el
exorcista designado para el por el Obispo tras años de burocracia, buena para
mí y que me ha permitido que tuviera tiempo de permanencia extra. Evidentemente
ha cursado y obtenido el título oficial de exorcismo, impartido en
Roma-Vaticano. Son muy suyos para éstos temas.
Lucharé con todas mis fuerzas,
llamaré a mis Hermanos y Hermanas si es necesario para que, al menos, éste desalojador
se lleve su merecido por su arrogancia, comparable a la mía. Le haré ver sus
abismos, sus miedos más profundos e íntimos, le haré dudar. Él intentará hacer
lo mismo conmigo de manera impecable mediante su librito. Los sacerdotes de
la Iglesia Católica, para la realización del
exorcismo, lo hacen bajo lo estipulado en el Ritual Romano. Algunos religiosos exorcistas como el sacerdote
Gabriele Amorth, y Monseñor Carlos Alberto Mancuso desaconsejan el nuevo ritual
aprobado por el Sumo Pontífice en enero de 1999, aduciendo que el antiguo ritual tenía
siglos de comprobada eficacia. La verdad es que más bien nos descontroló el
nuevo, acostumbrados al anterior. Ante lo novedoso dudamos al principio como
reaccionar, como sucede a los humanos.
Es un juego de
ajedrez en el que la partida puede quedar momentáneamente en tablas. Aún dudo
acerca de mis movimientos con las piezas negras pues quiero ser creativo. Haré
ver que pierdo algunas piezas para que el cobre confianza y que su posterior
derrota sea aún más demoledora. El Vaticano ha descartado una anomalía psíquica
en mi poseído, ya sea patológica o paranormal, y han considerado signos de
posesión diabólica la aversión vehemente hacia Dios, la Luz, la Cruz y
las imágenes o símbolos sagrados. Además, dependiendo del fin bueno o dañino
para el cual las empleo, han discernido si las producciones de mi envase investigado eran
dones de Dios, o signos de posesión. El hablar con muchas palabras de lenguas
desconocidas o entenderlas, hacer presentes cosas distantes o escondidas y demostrar
más fuerzas de lo normal no le ha parecido muy divino, en éste caso, a la Sagrada
Congregación para la Doctrina de la Fe. A pesar de lo dicho más arriba, creer
que sólo hay posesión cuando el agua bendita quema, o la persona no puede
entrar a una iglesia o se hablan lenguas desconocidas, es un error. Es cierto que lo más característico de la
posesión es que tras participar en un rito esotérico la persona sufra trances
en los que emerge una segunda personalidad maligna; es decir, alguno de mi
casta.
No puedo negar
que tengo algo de miedo, pero tras tantos desalojos me voy acostumbrando. El trauma
y el dolor van siendo menores. Ser exorcizado, ser expulsado tras una dura
lucha me deja debilitado durante un tiempo, expuesto como un caracol sin
caparazón. Si me hace jaque mate me convertiré en un sin techo señalado por
compañeros por mi pérdida de estatus, teniendo que recurrir a la mendicidad
mediante bajas energías residentes en otros. No me agrada convertirme, mientras
me recupero, en un parásito energético, en una vulgar larva astral o en un
vampiro energético de poca monta.
El exorcista ora,
pide ayuda a los poderes de la Luz, del complemento que resalta la existencia
de ambos, aunque a veces el bien y el mal sean difíciles de discernir. Pide a
lo santo, a lo sagrado que le diga mi nombre. ¡Vaya novedad! Ahora utilizará el
hisopo para rociarme con agua bendita. Tendré que quejarme y hacer aparecer
sobre el cuerpo que habitó pústulas, llagas o estigmas. No es que no sufra mi
manera, es que es lo que se espera de nosotros en esta cultura y religión
determinada. A mí me gusta más lo ancestral y étnico, pues se atienen más a lo
básico y, si bien tienen sus parafernalias, se centran más en la simplicidad.
¡Me exhorta en
el nombre de Jesús el Cristo! Ahora me toca levitar un rato y poner los ojos en
blanco. ¡Duele, duele mucho! Juro y perjuro enfurecido en arameo y lenguas
muertas, olvidadas e incluso no terrenales.
Es más ameno, aunque el cuerpo de mi anfitrión sufra y tal vez no
sobreviva. ¡Todo es tan monótono y poco creativo! Me cabrero de verdad y
comienzo abrir y cerrar puertas, cajones haciendo mucho ruido. El numerito de
bajar la temperatura exterior siempre creaba un impacto en adecuado, pero no
parece que de resultado. ¡Pierdo fuerzas, pierdo voluntad! ¡Me ha hecho jaque!
De nuevo me pregunta mi nombre y según las normas establecidas por occidente
debo responder.
Sin más
remedio le digo que soy Corvian, Príncipe de la Soberbia, Hijo del Orgullo
Seductor, Nieto del Rey de la Oscuridad, Hermano de la Destructora de Almas. En sus ojos se
manifiesta un atisbo de reconocimiento, como si ya nos hubiéramos encontrado
antes en la cadena sin fin del equilibrio entre la Luz y la Oscuridad.
Sinceramente yo no lo recuerdo pues aunque joven, soy demasiado viejo…
-¿Corvian? ¿El
hijo de la Siboney?
-Sí, el
pequeño –respondo extrañado-. No es el tipo usual de conversación que solemos
mantener los soldados de bandos opuestos. Durante la contienda solemos hablar
de nuestras respectivas familias pero no de una manera tan cordial. Incluso nos
acordamos de respectivos muertos; bueno, soy yo el que blasfema acerca de los
ancestros de los vulgares humanos
-¡Te pillé! -dice
el exorcista con una aviesa sonrisa en los labios.
¡Vaya que sí
me pilló! Tras insoportables cegueras causadas por la Luz, tras numerosas plegarias
y rituales me encuentro fuera de mi anfitrión. Esta vez sí que me han sorprendido
de la manera más tonta y estúpida, como si fuera un simple cadete. Casi le digo
mi árbol genealógico entero.
El cuerpo del
hombre está irreconocible, sudoroso, desmadejado, casi roto, pero respira. Tal
vez recuerde algo de todo esto, tal vez no y, posiblemente, si lo hace lo
negara pensando que ha sido una pesadilla de la cual, afortunadamente, pudo
despertar. Mientras tanto yo hecho una pena, a lamerme las heridas, cobrar
fuerzas en forma de larva y buscar un nuevo hospedaje sencillito de okupar
mientras estoy convaleciente. En el peor de los casos puedo pedir asilo a la Legión
que está dentro de Vladímir Putin.
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