sábado, 14 de febrero de 2015

LA RIFA. POR DAVID MARIO VILLA MARTÍNEZ PARA LA COMUNIDAD LITERARIA MAGERIT






No siempre lo que creemos desear es lo que nos satisface. No nos engañemos.


LA RIFA


El local se encontraba bastante tranquilo en comparación con visitas anteriores. Había varios grupos de clientes que se habían distanciado unos de otros para guardar su colectiva intimidad lo mejor posible. Cada uno de ellos solía situarse más o menos en la misma zona, como si tácitamente hubieran marcado su territorio. Tal manadas de mandriles en celo, guardaban las distancias. Había también, cómo no, clientes solitarios y dispersos que consumían sus bebidas en silencio, con la cabeza gacha u oteando ávidamente el horizonte como suricatos en pie en busca de peligros potenciales o presas fáciles. La música no era de rabiosa actualidad, si bien era bailable para la mayoría que se animaba a mover el esqueleto. 

En uno de los grupos se estaba produciendo una verdadera revolución sin precedentes y de manera inesperada. Los ojos de Paloma se iluminaron lascivamente cuando Víctor propuso que realizarán una rifa; una lotería cuyo premio sería pasar una noche de lujuria con él. Todos se mostraron dispuestos a secundar la propuesta, contentos de romper la monotonía en que la fiesta, ya avanzada, estaba cayendo a altas horas de la madrugada. Entre risas y bromas participaron tanto hombres como mujeres, conscientes de que se trataba de un juego más o menos inocente que animaría la noche. Los varones, con o  sin prejuicios, con verdadero deseo o sin él, siempre podrían alegar los desastrosos efectos del alcohol para justificar sus deslices, si llegaban a consumarse. También lo entendió así Paloma, pero un par de guiños que Víctor le lanzó, rápidos y clandestinos junto con su propio deseo, que como siempre en su presencia se apoderaba de ella, acabaron por confundirla.

El desconcierto aumentó cuando Lázaro, la mano inocente de su antiguo amigo universidad, la convirtió en incrédula ganadora al sacar su nombre de entre los participantes de un calcetín del premio rifado. Ni que decir tiene que se podía haber utilizado otra simbólica urna para tal fin, pero les había parecido cómico meter la mano en el, prepararse hormonalmente al momento con un sucedáneo de queso manchego añejo, bien curado. No era tan elegante como beber champán de un zapato con tacón de aguja pero tenía su aquel…

Paloma había deseado el cuerpo de Víctor desde el mismo día en que lo conoció, aunque en lugar de convertirlo en su amante, sólo consiguió hacer de él uno de sus amigos. Ella se negaba a reconocer su enamoramiento. Era una situación incómoda. En una ocasión, estando los dos bajo los efectos de otra alegría etílica considerable, desatadas las lenguas de manera espesa y el corazón de forma irreflexiva, ella le había propuesto hacer el amor en un acercamiento cauto pero claro. Estaba convencida de que una relación exclusivamente carnal sería la única que jamás volvería a traerle problemas. Herida aún como el primer día del desengaño, abatida como una paloma en lo más alto de su vuelo, creía que nunca volvería estar dispuesta para amar. Lo que recibió de Víctor fue silencio y la sensación de que sus alas eran desplumadas como las de una gallina para hacer caldo. Aún así, siguió frecuentando el grupo y, la compañía de Víctor, era casi continua. Uno se suele convertir en animal de costumbres, se acomoda y no tiene ganas de arriesgarse a nuevas experiencias.

Ahora, abrumada por la posibilidad que se le ofrecía en bandeja de plata, tuvo que hacer esfuerzos para aparentar que entendía todo aquello como resultado de una broma, que sus gestos y frases subidas de tono no eran sino un aderezo más de la farsa, del juego de esa etílica madrugada de verano.

Perdida entre risas sin control, carreras, unas veces producto de la huida y otras de la persecución; con una mezcla de alcohol y erotismo verbal desenfrenado, se descubrió, aunque celosa de su suerte, saliendo hacia la casa de Víctor entre las algarabías y felicitaciones del resto de los componentes de la fiesta. Muchos la envidiaron, ya fuera en público o en secreto. La mayoría los despidieron con gestos bastante explícitos y groseros, tal y como convenía la situación. Incluso las otras manadas, ante el jaleo, barruntaban que sucedía y actuaron en consecuencia.

El aire fresco de la madrugada la despejo bruscamente resucitando de nuevo el sentido, que aún convaleciente, la obligó hasta tres veces a detener sus pasos y, mirando a su acompañante, verificar que todo aquello no era un sueño. No dejaba de percibir una sensación de irrealidad en todo aquello. Sin querer reconocerlo se sentía incómoda y lamentó, en cierto modo, que la borrachera se esfumara tan rápidamente. No quería pensar en sus actos y consecuencias. Notaba como si dos fuerzas opuestas tiraran de ella pero dejándola en el mismo lugar. Por el momento ninguna era más potente que la otra y se dejó llevar por la inercia.

Tras unos diez minutos a pie, que parecieron eternos, llegaron al edificio que ella reconocía. Si le quedaba algún resto de aturdimiento desapareció con los enormes esfuerzos que tuvo que hacer para subir a Víctor a su casa, situada en el tercer piso, después de comprobar que el ascensor no respondía al botón de llamada y que su futuro amante se encontraban en tal estado de embriaguez que los pies apenas conocían los límites de cada escalón. Se quejaban constantemente, rompiendo el equilibrio de la pareja, que en varias ocasiones estuvo a punto de desandar lo subido rodando como pelotas densas llenas de alcohol.

Por fin, descansando en cada piso, llegaron a la casa. Ya dentro y encendidas las luces, Paloma no se detuvo hasta que depositó su carga en el dormitorio que, cómo fondo de muchas de sus fantasías y sueños, le era tan familiar. Se sentó también sobre la cama, limpiándose el sudor que brillaba en su frente, perlada por el forcejeo de la subida y la fiebre interior sofocada. Sabía que su maquillaje se había arruinado totalmente, pero… ¿para qué arreglarlo?

Miró el rostro inconsciente, el cuerpo que tanto había negado a regañadientes y que nunca tuvo tan cerca desde aquella nefasta ocasión. No pudo evitar acariciar la cabeza de pelo negro, de una profunda obscuridad, que se curvaba graciosamente en el nacimiento del cuello, Oler su característico perfume sobre aquella piel morena la enriquecía con innumerables matices y contrastes que ahora competían con el fuerte aliento de alcohol despedía el borracho. En ese momento el pecho de Víctor se convulsionó ligeramente. Aunque intentó incorporarse con rapidez no pudo evitar vomitar, en parte de la cama, un catálogo denso y consistente: jamón serrano a medio masticar, patatas fritas y restos verdosos de lo que podría ser guacamole con nachos. Las arcadas duraron casi un minuto y cuando terminó, se limpió la boca con el dorso de la mano de manera intuitiva, inconsciente. Ella casi hizo lo mismo en un acto gástrico solidario, pero controló el asco ajeno.

Paloma se sentó ahora en el suelo, algo acurrucada, indecisa, sin saber qué hacer. Entre el regreso de su propio malestar y el panorama que se le presentaba delante optó por dejarse llevar por la somnolencia, que la invadía por momentos. No supo cuento tiempo pasó, posiblemente no más de una hora, pues aún era de noche. Ella se incorporó al tiempo que Víctor abría los ojos. Ambos se miraron en silencio; unos segundos para que alcanzaran la realidad que caminaba más rápido que ellos. Antes de que ella, preocupada, pudiera preguntarle cómo se encontraba y si necesitaba algo, él la espetó con voz gangosa y torpe:

-¡Hagámoslo ya!... ¿no es lo que estás deseando?

En ese momento, como si la frase hubiera sido la contraseña mágica que rompiera el encantamiento, Paloma supo que no era aquello lo que buscaba. ¡En absoluto lo era! Había tratado de engañarse repitiéndose que eso era lo único que no le traería complicaciones, pero la más poderosa atracción sexual no era nada sin el condimento del amor, la sal de la ternura, los aromas del cariño, la generosidad y la compresión. ¿Qué quedaba entonces? ¿Qué es lo que realmente quería? ¡Aquello no!

Paloma se alisó la falda para amortiguar las arrugas. Recomponiéndose el cabello como pudo, se prometió que nunca más volvería a aquel local con fiestas locas para los clientes con “edad de oro”. Había otros muchos para viudos y pensionistas en los que, tal vez, encontrara lo que estaba buscando: alas nuevas para continuar volando a pesar de la artrosis y moverse al son de canciones que no fueran tristes y desconsoladores boleros.

De ahora en adelante… ¡Salsa y pasodobles! ¡Y mejor calvos o platinos que con bisoñés! Eso sí, el tema de la dentadura postiza era negociable siempre y cuando cada una estuviera en distinto vaso.