domingo, 31 de marzo de 2013

EN LAS FIESTAS PATRONALES





Cuando el servicio militar era obligatorio en este país un amigo me contó esta anécdota, de  como perdió su virginidad. Yo lo he dado mi toque personal y, a pesar de haberme declarado objetor de conciencia en una época complicada con todo lo que suponía, debo de reconocer que el tema de los uniformes no me es indiferente.


 EN LAS FIESTAS PATRONALES  



Tenía casi diecisiete años cuándo durante en las fiestas patronales del pueblo tuve la primera relación homosexual real. Hasta entonces la fantasía había suplido cuerpos y caricias. Había tenido los frecuentes devaneos sexuales con chicos de mi edad  en los que, de manera desinhibida, comparábamos miembros, tamaños, formas y vellos púbicos en compartidas masturbaciones comunitarias en los campos o cobertizos. En alguna ocasión logré convencer a uno de los más jóvenes de que me la chupara. El resultado no fue demasiado placentero. Se limitó a dar tres o cuatro lametazos con la punta de la lengua, conteniendo la respiración. Jamás pude introducirla en boca alguna y mucho menos follarme a nadie. Si era aceptada la masturbación recíproca, que sinceramente me excitaba mucho, sobre todo cuando el compañero expulsaba un fluido blanquecino y pegajoso que salpicaba las ropas con descaro y que al limpiarse o secarse dejaba cercos escamosos.
  Llegaron las fiestas patronales. Como era normal, la bebida alegraba las fiestas en los bailes pachangueros en la plaza del pueblo. Las parejas de viejos y jóvenes bailaban pasodobles con denodados esfuerzos y desiguales resultados. El olor a morcillas, chorizos y pescaditos recién fritos, a algodón dulce y palomitas de maíz, a churros y porras grasientos se fusionaban en el aire. Las comadres conversaban animadamente acerca de las distintas novedades de sus vecinos o indagaban sobre alguno de los forasteros hasta entonces nunca vistos en el pueblo. Los hombres se agolpaban a las puertas de los bares comentando lo duras que eran las faenas del campo, los problemas de los sembrados, los acuerdos de ayuda solidaria para recoger los frutos, o los resultados y jugadas más interesantes de los distintos equipos de fútbol. Los jóvenes guardaban cola  ante la noria o el péndulo, los niños tiraban llorando de las faldas de sus madres para montar en el tiovivo o los toboganes luminosos en forma de espiral, las parejas consultaban a la echadora de cartas para cerciorarse de la dicha futura o paseaban por la sala de los espejos entre jácaras y destellos: los solteros desparejados competían en las barracas de tiro al blanco, billares o aparatos diversos para medir sus fuerzas.
 En ese ambiente de camaradería y complicidad que se entablaba en las verbenas, todo el mundo se encontraba en las calles o terrazas improvisadas y generalmente ilegales a las que el Ayuntamiento hacía la vista gorda.
 En el parquecillo que antecedía a la entrada de la iglesia -en la actualidad de un irreconocible estilo románico parcheado-, unos mozos que estaban haciendo el servicio militar y que disfrutaban de unos días de permiso se habían acercado al pueblo para divertirse en los festejos. Bebía, reían y gritaban escandalosamente, con la vulgaridad propia de aquellos que no se conocía antes de incorporarse a filas pero que terminan compartiendo penas y alegrías durante meses.
 Desde entonces he quedado prendado de los uniformes, del aspecto viril que proporcionan, de la apostura y rudeza que desprenden. Así se lo comenté a mi colega Pedro en aquel momento, que asintió vivamente. Los tres mozos continuaron bebiendo largos tragos de una botella de vino tinto compartida. A sus pies yacían agotadas otras tres. Uno de ellos, él más alto y corpulento, fijó la mirada en nosotros con una  sonrisa en los labios, susurró algo a sus compañeros y se acercó con balbuceante equilibrio. Su distintivo regimental nos desveló que pertenecía al regimiento de legionarios zapadores.
  Nos saludo jocosamente y nos dijo que se llamaba Mario, que él y sus compañeros había venido a las fiestas y que tenían tres días de permiso. Añadió, haciendo un teatral gesto con la mano, que el pueblo era muy bonito y animado. Nosotros callamos; en realidad el pueblo es feo y aburrido. Luego nos dijo que él y sus compañeros querían bañarse en algún río o acequia cercanos, que hacía mucho calor y que como estaban bebidos el baño les  despejaría. Nosotros le dijimos que había un río a unos dos kilómetros de allí, cerca de la ermita de San Lorenzo, pero que sus aguas no eran muy profundas en aquella época. Él nos contestó que no importaba y que les indicáramos el camino. Pedro me dio un codazo de complicidad. La noche era oscura, no conocían la zona y no sería extraño que se extraviaran en aquellas condiciones. Además, mi amigo alegó que durante el trayecto nos podrían contar peripecias de su regimiento e inocentadas a los novatos…
 Mientras el dulzón aliento a vino agredía nuestras narices, el recluta hizo una señal a sus camaradas. Tras los viriles saludos de rigor nos encaminamos a las afueras del pueblo hasta que el olor y el retumbar a celebración se amortiguaron hasta convertirse en recuerdos. La noche era estrellada. Durante el camino contaron anécdotas de la vida castrense, uniformes, guardias, novatadas, arrestos, cuidado y manejo de las armas y entrenamientos. Como zapadores cavaban, minaban y horadaban para construir trincheras, fortificaciones, obstáculos antitanques, minas, galerías, túneles, zanjas y, evidentemente, zapas. Los imaginé  utilizando palas, badilas, piquetes, cizallas, mechas con detonador y explosivos bajo un sol justiciero. ¡Cuánto reluciría la sudación al ser traspasada por los rayos! De cuándo en cuándo los movilizados se echaban los brazos al hombro y cantaban a coro canciones picantes bromeando, pellizcándose el culo o sobándose las vergas con esa confianza que dan las duchas comunitarias. Varias veces simularon ofenderse persiguiéndose a carreras, fingiendo pelearse rudamente y con insultos. Todo teatro.
 Al llegar a la rivera del río los pichones de soldado se despojaron de sus uniformes de media gala con premura. Las guerreras verdes de botones resplandecientes, las oliváceas camisas sudorosas, los pantalones caquis, los cinturones cetrinos, los calzoncillos verduscos se confundieron con el oscuro verde agostado del campo. Incluso de noche percibimos las zonas blancas que habían sido protegidas por las camisetas o pantalones cortos durante las jornadas de instrucción. El contraste con el resto del cuerpo, tostado oscuro, me llamó mucho la atención. Dando saltos, cabriolas y chapoteos se internaron en las aguas. En la zona más profunda no llegaba a cubrir las ingles.
 Uno de ellos nos preguntó si no nos bañábamos y aseguró que el agua estaba estupenda. Otro nos preguntó con sorna si nos daba vergüenza y nos dijo que  en el cuartel, verse en pelotas era algo cotidiano; que verse el culo en las duchas no tenía remedio y que dentro de pocos años nos tocaría a nosotros.
 Aun deseándolo, nos desnudamos con timidez. Se nos puso la piel de ave de corral. El agua se encontraba demasiado fresca para mí y se me encogieron los genitales. Dos de los reclutas comenzaron a retozar salpicándose, haciéndose aguadillas o forcejeando. Entre gritos y blasfemias parecían chicos pequeños.
  -¡A por ellos! -gritó Mario.
 Entonces todos rozamos nuestros cuerpos, luchamos, nos asimos sin miramientos. Todos contra todos, todo valía, no había reglas… Así, cuando quisimos darnos cuenta estábamos empalmados y los miembros fueron considerados como una posibilidad añadida de ser aferrados.
 El corpulento Mario se dedicó a mí, que intente zafarme de las aguadillas mientras me agarraba por  el bálano. Al tomar unos segundos de descanso para recuperar el aliento sentí que me  agarraba el miembro con más fuerza y lo manipulaba con lentitud. Nos miramos y sin decirme nada acercó su boca a la mía. Me sentí sorprendido. Sentí su aliento espiritoso y me gustó. Ante mi desconcierto introdujo su lengua en mi boca y comenzó a moverla. Fue mi primer beso de tornillo; en realidad mi primer beso.
  El resto habían organizado una terna complicada en la que Pedro se encontraba a sus anchas al ser el núcleo de la dedicación. Con reciprocidad, tomé la culebra de agua de Mario en las manos, sorprendiéndome por su grosor y peso. No era demasiado larga, y si ruda y tosca, sobresaliendo del agua como el periscopio de un submarino. En las gruesas venas abultadas sentí un palpitar acelerado y espasmódico. Deseé fervientemente tenerla así cuándo tuviera su edad.
    Esa noche penetré a Mario ansiosamente, con impericia. Posteriormente, los cinco nos enfrascamos en una complicada danza en la orilla. Se confundieron cuerpos, flores, piernas, espigas, hormigueros, brazos, yerbajos, miembros… Al vestirnos, cada grupo se fue por un lado con los cabellos húmedos. Nos saludamos con la mano a la vez que renovaron sus pretensiones musicales. Pedro y yo descubrimos un mundo nuevo. No sabíamos si aquellos amantes ocasionales comentarían la orgía o se interrogarían al día siguiente: “¿Que pasó anoche? Estaba tan borracho que no me acuerdo muy bien”. ¿Eran gais, un desahogo ocasional? ¿Heterosexuales complacientes bajo el efecto del alcohol? Nosotros si tuvimos mucho de qué hablar, y durante mucho tiempo...
 Los mozos nunca regresaron al pueblo y nosotros no volvimos a ser los mismos. Habíamos perdido la virginidad. Las esquirlas a sabor a pecado que llevábamos clavadas en los genitales a causa de la atracción hacía los hombres fueron extraídas limpia e indoloramente. Desde entonces  los uniformes, la rudeza, la virilidad, la fortaleza se convirtieron casi en fetiches de mi libido, si bien luego tras esa imagen los prefería sumisos en la cama. En el fondo tal vez buscaba en ellos a Mario, a aquel que hizo despertar la realidad de mi homosexualidad convirtiéndome en el ser más feliz de la tierra.
  Desgraciadamente para mí, que deseaba hacer el servicio militar -no precisamente por motivos patrióticos-, mi nombre y número salieron como excedentes de cupo en el momento del sorteo de destinos. Nunca pude admirar de cerca la apostura que los atavíos militares prestaban, ni contemplar docenas de cuerpos desnudos  de compañeros en las duchas comunitarios
Años más tarde me encontré con Mario -ya capitán- en una sauna. Sintiendo nostalgia hablamos un buen rato y rememoramos viejos tiempos demostrándole en una cabina que ya no era tan torpe e inexperto.





15 comentarios:

  1. Me ha gustado mucho...yo no hice el servicio militar por pies planos pero supongo ahí dentro han de haber ratos para todo y lo encuentro genial.
    ¡Gracias! :)

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Aunque tenga su aquel me quedo solo con los uniformes y no con la experiencia de estar más de un año sometido por obligación a algo con lo que no estaba de acuerdo. Pero si, los uniformes, aunque sean de "butanero" me ponen.

      Eliminar
  2. Buen final, muy chulesco. Me parece un buen relato erótico, el ritmo me ha encantado. Y, oye, rompes la opinión generalizada de que la primera vez es una chusta, quizás porque en esta ocasión todo es muy improvisado (entre promesas), y lo improvisado suele salir fenomenal, porque nadie le pide nada a la situación.
    ¡Un abrazo! ^_^

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Hola Jorge.
      En un principio dudaba en incluir este relato en el blog, ya que se sale de lo habitual que he estado publicando. Finalmente, tras incluirlo en la revista digital GAY+ART me decidí. Posiblemente valla alternando un tipo de relatos con otros.
      Como siempre gracias por visitarme y dejar un comentario.
      ¡Un abrazo!

      Eliminar
  3. El majo de la foto está lindo ¿de cuál país es ese mozalbete?

    ResponderEliminar
  4. Si no me he equivocado -pues hay uniformes muy similares- el uniforme es de La legión y es de España.

    ResponderEliminar
  5. Hola, David. Acabo de ver tu comentario en La Blogoteca sobre mi blog, La Profecía de Circe (se me pasó totalmente que tenía una cuenta allí!). Muchas gracias. La verdad es que tienes un blog estupendo, me quedo como seguidora!

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Hola.
      Aunque han pasado meses de lo de la blogoteca y el concurso 20 Mejores Bologs veo que todavía da sus frutos, como por ejemplo tu visita.
      Gracias por tu apoyo y por seguirme.
      Un abrazo.

      Eliminar
  6. Hola chicos, buenos días, los uniformes también me pone, el Arcon excita... me vuelve de deseos

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Hola Adám.
      Me agrada que este blog despierte en ti tantas cosas. Espero que me sigas visitando.
      Un saludo

      Eliminar
  7. Hola, MAGNÍFICO BLOG, Mil gracias por tu comentario en la Blogotera sobre mi blog: Puertas a la imaginación.
    Saludos cordiales.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. De nuevo La Blogoteca trae regalos...Muchas gracias por tu halagos.
      Un beso.

      Eliminar
  8. DAVID.
    Ante todo gracias por acercarte a mi blog http://lascosasdegabi.blogspot.com.es/`y haber participado en la votación de la Blogoteca.
    Por mi parte he estado paseando por éste tuyo y me ha parecido de buena factura, sobrio, y 'con fundamento'.
    Lo que ocurre es que el entorno LGTB no tiene demasiado interés para mí
    De todas formas, estoy seguro que tus post no relacionados con ese tema, tendrán una calidad contrastada y seguro que un gran interés

    Saludos
    GABRIEL MADROÑERO

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Hola Gabriel.
      Como siempre suelo decir gracias por visitarme y dejar un comentario.
      Últimamente hay más equilibrio y/o diversidad en los relatos ya que diversas actividades literarias ajenas al blog así lo han mandado.
      Espero que me sigas visitando; estoy casi seguro de que encontraras algo que será de tu interés.
      Un saludo

      Eliminar

Se agradecen comentarios y sugerencias.