viernes, 15 de febrero de 2013

¿Y QUE PINTO YO AQUÍ?





¿Y QUE PINTO YO AQUÍ?
Este es un relato antirromántico creado especialmente para Circulo Mundibook en el que -con mis compañeros de Espacio Niram- hemos abordado el Día de San Valentín desde puntos de vista diferentes e inusuales.


A la mañana la casa le parece aún más extraña y, el desorden más grotesco. Durante la noche anterior no se había fijado prácticamente en ella, llevada por la lánguida pasión de una orquídea marchita. Mientras curioseaba el salón, escuchó el persistente susurrar acuático de la cisterna del retrete -de un color rosa hortera-, donde había orinado instantes antes con toda clase de prejuicios higiénicos, optando por no sentarse y hacer equilibrios apoyándose en el lavabo. “¿Es que nunca va a terminar de llenarse?”-se quejó interiormente.

Envidioso, el frigorífico emitió desde la cocina un zumbido de interrumpidos lamentos, como si agonizara. Se peinó de nuevo, esta vez frente al espejo del salón. Sobre la luna se encontraban adosadas dos tulipas de color gris oscuro -una de ellas ligeramente agrietada- tal vez por el ardoroso ímpetu de una bombilla fundida. No se había fijado en aquel detalle la noche anterior y decidió que el conjunto le repelía.

Inexplicablemente se sintió incómoda ante su desnudez y se vio tentada a ponerse el sujetador y las bragas que había dejado caer descuidadamente en la habitación, en el suelo poblado de pelusas y ácaros invisibles, junto al resto de su ropa y abrigo.

-“En cuanto llegue a casa -se pensó- irán directamente a la lavadora".

En el pasillo cedió al impulso de enderezar los relieves en escayola de varios signos del zodiaco que se encontraban a ambos lados de la pared: cáncer, virgo, tauro y capricornio. Evitó mirar el inmenso jarrón que emergía del suelo como un ánfora romana de color verde agrietado y de dudoso gusto estético. Ante la puerta entreabierta del “dormitorio de invitados” se asomó con cuidado para no despertar a Daniel que dormía desnudo también, boca abajo, roncando, con el cuerpo cubierto por una delicada pátina sudorosa. El olor de las zapatillas deportivas le hizo respingar y apartarse. Había supuesto un tormento el intentar dormir en aquella cama, cubierta por una raída colcha estilo años cincuenta. Habían yacido en una cama de ochenta, y ambos no eran precisamente cortos de talla ni estrechos de hombros. La almohada era dura y el colchón de borra tan blando que, mientras oscilaban las caderas haciendo el amor, sus nalgas se encontraron al ras de lo que se suponía era el somier. Se movió inquieta durante casi una hora, intentando encontrar una postura relativamente cómoda en la que no se deslizara su cuerpo más allá de unos centímetros fuera del piecero, o no expulsar a Gabriel fuera de la cama. El se había adormecido al poco rato; evidentemente estaba acostumbrado a aquel lecho. El calor de los radiadores y el contacto obligado con su cuerpo habían sido espantosos. Minutos atrás, al levantarse, sin haber pegado ojo se había estirado como un gato varias veces con todas las fuerzas para colocar los huesos y doloridos músculos en su lugar origen.

Tras tomar con cautela la ropa interior para no despertarlo, finalmente decidió que no la necesitaba. Se dirigió a la cocina y preparó un café. Tuvo que reconocer que estaba limpia y ordenada, pero la cafetera era diminuta, casi de juguete. Cuando lo bebió, comprobó con disgusto que era amargo y fuerte, a pesar de haber añadido tres generosas cucharadas de azúcar. ¿Estaba el café mezclado con achicoria? Al pronto, admitió que estaba siendo injusta con Mabel, la dueña y compañera de piso de su eventual y frustrado 14 de febrero. Al fin y al cabo era una “invitada” impuesta, y el que no tuviera un mejor alojamiento no mermaba su hospitalidad y calidad como persona. Mabel había sido presentada apresuradamente por Daniel y desapareció sigilosamente para dejarlos a solas. 

Esperando impaciente a que alguno se espabilara ojeó “revistas del corazón” -más bien del hígado- y puso el televisor, con el volumen al mínimo, cambiando de canal continuamente al ver que la programación consistía en reposiciones de rancios culebrones de los años noventa. La antena no debía de estar bien orientada, ya que la imagen se presentaba corrompida por incómodas interferencias que le dañaban la vista. Lo apagó. Por un momento le pareció buena idea conectar el equipo de música, pero el desconocimiento acerca de su "sofisticado y delicado" funcionamiento de los años cincuenta le frenó. Inquieta y aburrida, curioseó las vitrinas y estanterías, que le revelaron los gustos y recuerdos de varias generaciones: inevitables juegos de café -uno de ellos, decorado con filigranas doradas, con un plato desportillado medio escondido-, embarazadas copas de licor, horteras baratijas de colores chillones compradas durante vacaciones en diversas playas, figurillas de cristal o porcelanas de saldo; vistosos libros encuadernados en piel, presumiblemente no leídos y destinados simplemente a dar una imagen de culta decoración; y algunas fotos... En la que estaba situada en una esquina de las baldas del mueble, al lado de una bella figura africana tallada en ébano que representaba una cabeza femenina, advirtió que Daniel y Mabel se encontraban entrelazados por la cintura,con las mejillas juntas. La foto había sido tomada allí mismo, en aquel salón. Las paredes parecían mucho más blancas, casi recién pintadas y a pesar de ser el mismo escenario se manifestaban orden y pulcritud. Ambos llevaban jerseys en ese recuerdo congelado y al fondo, sobre el sofá, reposaban varias prendas de abrigo de inviernos pasados. Centrándose en la imagen de Mabel advirtió que llevaba el pelo más largo y oscuro, que vestía de una manera más informal y colorista, que su sonrisa aparentaba ser real y la felicidad de sus ojos sincera. Una mezcla de sentimientos la asoló: sorpresa ante la contemplación de la foto, indefinidos celos, desazón al intuir que habían yacido juntos. ¿Esporádicos compañeros de cama además de piso?, ¿Pareja que en un comienzo fue estable y que ahora estaba condenada a convivir solo por motivos económicos? ¿Relación abierta?

Traspasó los dos pares de ojos de papel buscando sinceridad o falsedad en ellos, si sabían la verdad y eran capaces de contársela. No obtuvo respuesta clara, o no fue capaz de interpretarla. 

-¿Y qué pinto yo aquí? -se preguntó-.

Comenzó a vestirse siendo consciente que era 15 de Febrero, de que la mariposa del amor posada en sus labios había retomado su caprichoso vuelo.








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4 comentarios:

  1. Enhorabuena!!!
    ¿Quién no se ha levantado una mañana en una casa extrana y se ha hecho esta pregunta?
    Me encantaron las lecturas antirrománticas, todas y cada una de ellas. ;)

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    1. Carmen... yo creo que tod@s nos hemos hecho en más de una ocasión, sea o no sea 14 de Febrero. El caso es que esa experiencia me parecía más sangrante y antirromántica en esa fecha. Las lecturas fueron fantásticas y el público muy agradecido.
      Besos¡¡

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  2. Soy de la opinión de que el tuyo fue uno de los relatos con el cual más se identificó el publico, pues era el más realista y cercano.
    ¿Cuando os mudáis al local más grande?

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