Un pasado que aunque parezca lejano muchos podréis recordar. Eran otros tiempos...
(ADVERTENCIA DE CONTENIDO HOMOERÓTICO)
LA MOVIDA MADRILEÑA DE 1983
La exótica
fauna y flora nocturnas se reunía con desigual frecuencia en aquel extraño
local de moda de Madrid del año 1983. Su publicidad consistía en el boca a
boca; no se anunciaba en los periódicos, revistas o carteles. Era clandestino
entre los clandestinos y solo un escogido grupo de elegidos era invitado, entre
susurros, por otros componentes asiduos con la consiguiente consigna para poder
entrar.
Mario tocó el timbre de un desapercibido local
con apariencia de estar abandonado, sin ningún rótulo que lo identificara. Un
bigardo, de casi dos metros con una anchura de hombros semejante a la de una
mesa camilla, abrió la puerta y la música se hizo estridente. Si bien Mario era
fornido, al lado de aquel gorila pareció un alfeñique. Vestido solamente con
unos vaqueros muy ajustados, marcando paquete, era el mejor reclamo y
recibimiento del garito. Su torso desnudo, sin un ápice del vello,
cuidadosamente depilado, brillaba bajo el efecto de algún aceite de los
utilizados en las exhibiciones de culturismo. Su cuello ancho, bovino, dejaba
raquítico al bien proporcionado de Mario, que le susurró la contraseña
acercando sus labios deseosos a una de sus amplias orejas, que le recordaron a
las palmeritas de hojaldre. Interiormente deseaba lamerla, pero se contuvo. El
armario empotrado simplemente asintió y le indicó con la mano que traspasara
una segunda puerta pintada en color rojo putón.
Al entrar, a la derecha, lo primero que le
llamó la atención fue una escultura de escayola imitación a bronce de dos
hombres semidesnudos, abrazados. Imitaba una idílica escena y entre un adulto y
un efebo de la Grecia clásica. Se aproximó más y contempló los delicados
detalles; admiró los pliegues de las túnicas, el trabajo de los músculos y
tendones, el cincelado de los acaracolados cabellos del joven y la minuciosidad
de la barba del mayor. La mano del adulto tocaba el miembro del joven con
intención iniciática. A la izquierda, cuadros y motivos eróticos cubrían casi
la totalidad de la pared, formando una composición abigarradamente selvática en
la que pululaban animales reales o mitológicos en fraternal convivencia
orgiástica, entremezclada, con hombres y mujeres de diversa orientación sexual.
Dioses y mortales se enzarzaban en simuladas luchas, seducciones y coitos, en
ocasiones complejos y múltiples. Depositó en el guardarropa su cazadora de
cuero negro tras pagar por adelantado un precio que le pareció excesivo pero
ante el cual no replicó. Le dieron una ficha metálica con el número 69. ¡Ironías
de la vida! En el mostrador observó curioso
otra obra clásica del arte erótico grecorromano, hallada en Herculano,
que representaba a Pam, dios de la naturaleza, fecundando a una cabra.
Traspasado el vestíbulo la ambientación
cambió, descubrió vestimentas inimaginables a pesar de conocer gran parte del
ambiente de la movida madrileña. Aquella mezcla era totalmente distinta. Gentes
absolutamente incompatibles en cualquier otro local conocido se daban cita allí
sin mayor problema ni rivalidad, como un catálogo viviente de las distintas
tribus urbanas. Sentado en la barra, un bello travestí que vestía un modelo de
Armani, entornó los rojos, conjuntado con una extravagante pamela similar a un
paraguas. De espaldas, inconfundible por
su antojo en forma de fresa entre las escápulas, descubrió a Victoria. Vestía
un ceñido vestido turquesa con un escote en la espalda que le llegaba casi
hasta las nalgas. Llevaba el pelo más largo y se había teñido de morena. Ella
giró imperceptiblemente la cabeza al sentir una ligera corriente de aire fresco
como consecuencia de la apertura de las puertas de entrada. Reaccionó como si
no lo conociera, sin intención alguna de saludarlo. Mario quedó perplejo. Su
primer impulso fue darse la vuelta y marcharse. Su presencia le incomodaba y
una fuerte sensación de prudencia se aferró a su corazón. Su mente, en cambio,
práctica, razonó que él tenía el mismo derecho que los demás a estar ahí, que
no debía sentirse intimidado o coartado por el hecho de que hubiera coincidido
con una de sus amantes casuales ya descartada. Se fijó en el abrumador parpadeo
de las pestañas postizas de la drag queen,
en los rizos de sus cabellos, en el exagerado maquillaje. Su más pura imitación
de Sara Montiel, con la pose de fumando espero, le resultó cómica de manera
agradable y agradecida. La estética camp comenzó
a recurrir al drag para la personificación de la ironía en las artes,
valiéndose del vestuario afeminado y abigarrado de figuras masculinas para
formular una intención cómica dentro de la cultura masiva y sus medios de
comunicación. Las drag se estaban
haciendo habituales como una expresión de género totalmente enfocada a la
identidad trasgénero formando parte de la expresión del aun incipiente orgullo
LGBT de España. En su intención histriónica, comenzaban a dedicarse al canto,
baile, playback,
su participación en Gay Prides, concursos de belleza y drag shows.
Su intuición
le susurró que ambos habían compartido intimides ocultas. Mario, sin saber el
origen, se sintió herido. Pero era algo más, era el temor, la precaución, el
rechazo a aquella amante caprichosa y desechada. No deseando echar a perder
aquella noche en aventuras de cama pasadas, se dedicó a investigar el resto del
local y su clientela. Se encontraba abarrotado, desprendía un humo asfixiante y
aire modernista que le hizo sentir fuera de lugar inicialmente. Su indumentaria,
aunque juvenil y actual, desentonaba estridentemente con la forma de vivir y
sentir de la mayoría de aquellos otros jóvenes, aunque en aquel recinto todo
fuera permisible. Como chico pop en ciernes que
buscaba su estilo vestía ropa de marca, e intentaba imitar a su ídolo preferido
del momento. Llevaba pantalones cómodos, una chomba color hueso, zapatos a la
moda, cadenas, anillos de oro y anteojos
de sol. Le llamaban la atención las nuevas tecnologías y la cultura bailable le
acompañaba. Le gustaban las motos y los autos de marca con los que se sentía
identificado a través de la publicidad; lo suyo era consumir marca. La frase que definiría mejor a su tribu
sería:”Lo importante no es ganar si no participar de las ganancias”
Se percibía
la movida madrileña como un estilo más que una sustancia, una explosión
de anhelos contenidos de libertad durante el periodo de La Transición
en el que estaba teniendo lugar la llegada de la cultura punk o New Wave, la moda
y la revolución sexual. La Movida era un momento de expresión de música pop y
underground, comics, fotonovelas, marketing descarado, películas y diseños
extravagantes. Todo el mundo se cubría con purpurina, maquillajes exagerados,
chaquetas de cuero y peinados multicolores. Era el tiempo de los punks, glams, rockers y otros
muchos más; del abuso del alcohol, drogas, experimentos sexuales y otros
excesos que Mario comenzaba a explorar. Grupos como Mecano, Alaska, Radio Futura, Paraíso, Kaka Deluxe, Burning,
Gabinete Caligari, Nacha Pop y Hombres G eran sus preferidos. El trío Mecano se
preguntaba ese año, abandonando la estética bohemia de su primer disco para
adoptar una imagen cercana al post punk, ¿Dónde
está el país de las hadas? Y
él también lo hacía y buscaba un particular y personal “Barco a Venus” que le llevara a ese país interior para no
hundirse. ¿Lo encontraría ahí?
A unos metros, dos chicas vestidas como si
fueran hermanas gemelas se besaban tiernamente, indiferentes a todo. Ambas
llevaban vestidos largos en crepé de
lana con ataduras en los brazos. La más alta, morena y delgada, tenía tatuada
en su hombro izquierdo una enorme tarántula con todo lujo de detalles. La otra,
algo mayor y más corpulenta lucía aretes a lo largo del borde de la oreja
derecha. Un poco más allá, apretujados, había un grupo de unos seis chicos y
chicas empréstitos al más puro estilo de los años 60, tarareando canciones de la
época a la vez que las coreografiaban. Al fondo, vio a una chica sola con un
top de gasa transparente y franjas de raso, con un chal de plumas. Comenzó a
sonar la canción “Embrujada” de Tino Casal y Mario se dejó invadir por las
notas mientras encontraba crudas semejanzas con la vida de Victoria.
Al lado de
Mario, con el pie apoyado contra la pared, un joven punk con cresta rubia
platino, una argolla en la nariz, tirantes y botas militares bebía un generoso
coñac, muy posiblemente de garrafón. La estética punk
se basaba en el principio fundamental de la provocación visual, es decir la “estética
"es anti-estética. Buscaban la provocación y la expresión de los ideales
de desprecio por la burguesía y todo lo que se le relacionaba mediante el uso
de la ropa vieja y andrajosa. Él nunca había estado con uno y la idea le
excitó. El punk volvió la cabeza y
mirándole, sonriendo vivamente, le dijo que iba a mear.
En otro
contexto aquella información entre desconocidos hubiera sido considera
innecesaria o grosera, pero allí era una proposición sexual en toda regla.
Mario le siguió. Dando codazos, pidiendo disculpas constantemente a los que
bailaban enloquecidos, llegó a los
lavabos. Los cotidianos muñequitos en las puertas habían sido sustituidos por
primeros planos fotográficos de genitales masculinos y femeninos en todo su
esplendor. Empujó la puerta que le correspondía por su sexo. Ante él, sobre los
lavabos, dos jóvenes extremadamente pijos, esnifaban unas rayas de cocaína.
Haciendo caso omiso a las cordiales invitaciones a compartirlas con ellos, se
dirigió a los urinarios, situados a mano izquierda. En realidad era un círculo
dividido en cuatro radios, con bajos paneles verticales transparentes de
metacrilato, lo suficientemente altos para no salpicar al compañero miccionario
que apuntaba a una narcisista pared espejada. Se acercó, se aflojó el cinturón,
desabrochó los cuatro botones del pantalón, tomó el pene en la mano y orinó
sobre una sinuosa espiral, también de metacrilato. Casi inmediatamente dos
jóvenes se pusieron a cada lado y le imitaron, e incluso fueron más allá:
comenzaron a masturbarse. Uno de ellos era el de la argolla nasal,
extremadamente guapo, aunque con algún que otro kilo de más. El otro, un gótico con ropa
inspirada en la época victoriana, camisa vaporosa, elegantes tejidos, leotardos, y calzado similar
era más vulgar, picado de viruela bajo un aspecto pálido, pero de buen cuerpo y
miembro generoso. Sin pretenderlo se excitó por la morbosa situación y opuestas
opciones, participó momentáneamente en el juego de miradas explícitas y lentos
repliegues. El punk pasó el brazo
sobre el pequeño tabique trasparente; le masturbó lenta y deliciosamente,
mientras que el de camisa con bellas puntillas le besaba como si le fuera la
vida en ello. Al cabo del rato se vio arrastrado a los retretes cuando uno de
ellos quedó libre. Mientras, sus anteriores ocupantes se lavaban las manos y
enjuagaban la boca bajo un grifo en forma de falo. La puerta abierta mostraba
un inodoro casi cósmico, posiblemente de aluminio. Cuando estuvo cerrada, pensó
en lo traslucida que era al recordar las eróticas evoluciones de sus usuarios
anteriores, como si se tratara de un teatro de nítidas sombras chinescas.
Conocía los cuartos oscuros, las saunas, incluso había hecho el amor en lugares
indiscretos y públicos... Se dejó llevar.
Al salir,
vio que el recinto se encontraba a algo más despejado. Sin dificultad divisó a
Victoria, que esta vez charlaba animadamente con un chico que parecía haberse
vestido con uno de los visillos de la casa de su madre. Vaporosamente,
desplazaba sus brazos con armonía, causando un efecto posiblemente ensayado
ante el espejo. Tal como preveía, Victoria no le prestó atención. Sin saber la
causa decidió quedarse, tal vez ante la expectativa inconsciente de repetir en
aquellos cósmicos retretes. Ya no se sentía desplazado. Victoria estaba bebida,
alegre, mordaz, hiriente incluso ante su textil interlocutor drag. Parecía
decidida a causar daño indiscriminadamente, jugando con unos y con otros,
manejando las situaciones, fomentando las hostilidades.
Frente
Mario, una cabeza lustrosa y brillante casi le deslumbró. Vestido con unas
amplias y presumiblemente cómodas vestiduras negras, y capa, a pesar del
ambiente cargado, parecía vampiro de película serie b. Mantuvieron la mirada denotando un mutuo interés más allá de la
curiosidad y más cercana a la valoración. Mario, curioso, se acercó a él.
-¡Hola!
-saludó gritando la criatura de la noche sin dejar de seguir el ritmo de la ensordecedora música.
-¡Hola!
–correspondió sin lograr a que tribu urbana podía pertenecer.
-Eres nuevo.
Nunca te he visto por aquí -siseó el alopécico por elección. ¡Pareces tan
salido del mundo real!
Mario no supo cómo interpretar y corresponder
a tan extraña observación. Esperó a que prosiguiera con una conversación menos
cabalística.
-Mira -le
dijo al tiempo que entreabría su capa y desabrochaba su holgada camisa para
mostrar el pecho- todo esto es tuyo si lo deseas.
Mario se sintió turbado al ver sus pezones
atravesados por gruesas argollas de las que colgaban unas enormes pesas
caseras, aparentemente de plomo. Le dolieron los suyos solidariamente con solo
verlos.
-Si lo
deseas puedes ser mi amo. Tengo sitio -le susurró con complicidad- y una
inmensa cantidad de juguetes... Puedes dejar caer cera hirviendo en mis
pezones, en mi culo o en el capullo, después de eso orinarme encima, puedes
pegarme y pedirme que te lama los pies
como un perro... ¡lo que desees! ¡Soy tuyo, amo!
-Lo siento
–contestó Mario lo más cortésmente que fue capaz-. Creo que me he confundido.
No buscamos lo mismo.
Hizo
intención de marcharme, pero en un último intento el sadomasoquista le sujetó
la muñeca.
-Te que dicho que no -repitió con más firmeza
de la que hubiera deseado apartando el brazo bruscamente-. Si soy tu amo te
dejo en libertad.
Enfadado por el rechazo, incomprensible para
él, cerró de nuevo su capa, dio media vuelta y se alejó. Mario se sintió muy
extraño, pero lo dejó pasar. ¿Qué sentido tenía que me quedara allí? ¡Venus
cada vez parecía estar más lejos! Anecdóticamente, Carmen, la nueva y
posiblemente temporal amiga de cama de su hermano, le había hablado de aquel
lugar de manera ambigua, sin dar demasiados detalles. Había dicho que no
recomendaría a aquel lugar a nadie tan inexperto como él, pero que quizá
mereciera la pena conocerlo. Algo en su pecho le oprimía, sentía como si una
bola de estopa le impidiera respirar: era la ansiedad, la angustia. Recordó lo
sucedido durante las últimas semanas, en lo mucho que estaba cambiando su vida,
en lo mucho que echaba de menos a Jorge, su amante más duradero. De camino a la
salida encontró a Victoria en pésimo estado. Su borrachera era tal que apenas
podía mantenerse en pie. El complejo de Ángel de la Guarda resucitó en Mario,
¿Cómo podía abandonarla en aquella situación? Sin embargo, ella había
demostrado reiteradamente que no quería ser salvada. Una víctima del desamor...
Fue entonces cuando
posó su mirada en uno motoqueros, uno de los hijos de los bikers, a
los que gustaban las motos antiguas, las marcas y modelos Harley Davidson e Indian,
escuchaban música heavy, country y rock & roll, como Motorhead, Steppenwolf
o Judas Priest. Era común que los motoqueros se asociaran a moto clubes, con el fin de compartir con
otros aficionados, su pasión por los vehículos así como una filosofía de vida
que fomentaba los valores del compañerismo, la libertad y el contacto con la
naturaleza. Eran nómades fanáticos de las travesías ruteras. Era lo más
parecido al capitán del “Barco a Venus” que buscaba.
Tenían fama de poseer un carácter machista junto a una
estética relacionada con el fetichismo del cuero convirtiendo al arquetipo viril
del motoquero en uno de los mitos sexuales más difundidos en la cultura
gay. Recordó diversos dibujantes eróticos y
especialmente a Tom de Finlandia. Sin embargo éste era delgado, pero con músculo.
Cejas enmarcadas, ojos lánguidos como un cordero que llevaran al matadero,
labios alegres y barbilla cuadrada pero sobresaliente con respecto a la
mandíbula. Según momentos le parecía guapo o normal.
Admiró su chaleco de
cuero vacuno, en este caso fino, acompañado de chaleco jeans con tachas y
parches con el nombre a de la comunidad motoquera a la que pertenecía. Al bajar
la vista comprobó su bulto en los pantalones vaqueros algo gastados. Su pelo era
salvaje, acompañado por una barba de distintos cortes. Sus botas eran texanas.
Tras las gafas tipo Ray-Ban vislumbró una mirada amable. El motero comenzó a
acercarse y algunos de sus accesorios, cadenas, billetera de cuero, anillos,
muñequeras y la cruz de hierro que usaba como protección, comenzaron a
tintinear.
-Mi nombre es Héctor –dijo el motero extendiendo
la mano. Estoy aburrido de estar aquí y me marcho. ¿Quieres que te lleve a
algún sitio?
Entonces pareció embargado de encanto y su
sonrisa lo iluminó todo. Podía respirar mucho mejor.
Mario no lo dudó. En la Harley Davidson,
agarrado fuertemente a los abdominales del conductor, con los genitales
apretados a sus nalgas, le había asegurado que le llevara donde quisiera.
Disfrutó de su Barco a Venus personal y del desconocido trayecto hasta llegar al
destino. Se sentía como una chica Almodobar en un papel estelar; poseído por un
laberinto de pasiones que deseaba experimentar junto a Héctor, su príncipe
troyano.
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