Se trata de un taller en el que aprenderemos a documentarnos para escribir ficción histórica. Realizado en el Café La Flauta Mágica por iniciativa de la Comunidad Literaria Magerit.
miércoles, 24 de diciembre de 2014
sábado, 20 de diciembre de 2014
XI TERTULIA LITERARIA ZARCO. LA EPILEPSIA Y EL TRIBUNAL DE LA SANTA INQUISICIÓN
Más vale tarde que nunca. Gracias a un asistente a la tertulia os puedo ofrecer el vídeo de la presentación y tertulia que se llevó a cabo el 6 de noviembre de 2014 en el Hospital Clínico San Carlos de Madrid con el apoyo del Aula Zarco.
lunes, 1 de diciembre de 2014
CULO VEO, CULO QUIERO. POR DAVID MARIO VILLA MARTÍNEZ
CULO VEO, CULO QUIERO
Los refranes tienen su aquel y en este caso puede censurar jocosamente a los caprichos, a quienes se les antoja cuanto ven. ¿O tal vez no siempre es aplicable?
Es buena hora en el parque, en
estas fechas, mediados de septiembre. Disminuye bastante el calor en la tarde,
los aspersores que riegan algunas de las plantas estivales entran en
funcionamiento y la gente se anima a salir de sus casas para pasear sola, con
sus familias, con sus amigos o mascotas. Tras el letargo que produce en verano
una comida copiosa y que se traduce en siestas de minutos, o de horas, la gente
se anima, se arregla. Unos lo hacen de manera cómoda e informal expresada en
pantalones cortos y camisetas de tirantes. Otros, los deportistas o con
pretensiones de serlo, con ropas ceñidas u holgadas que facilitan sus
movimientos rítmicos al correr o pedalear en bicicleta... Los hombres más osados
se quitan las camisetas para lucir palmito con la excusa del sudor.
Los de más edad se dividen en
varios grupos: aquellos que se visten con comodidad e informalidad, ya sea por
falta de medios, ausencia de sentido estético o descuido, o los que engalanaran para ser
vistos y admirados. En el tema de los niños la cosa es diversa, como los
caprichos de los padres; ellos no tienen ni voz ni voto y la hora de jugar se ensuciaran
igual si es que no son reprimidos por ser lo que son: criaturas explorando el
mundo y disfrutando de el.
Por estar, no estoy escondido,
pero sí discretamente situado. Algunos de mis compañeros están más a la vista,
y posiblemente mejor situados. Yo me tengo que conformar con mi sitio, recalentado
por el sol, esperando que alguien se acerque lo suficiente como para ser
satisfechas mis curiosidades. Hay que permanecer alerta, inmóvil, paciente para
lograr una buena perspectiva de los cientos de culos posibles y tener la suerte
de que alguno se acerque a mí decididamente o con ciertas dudas. Me gustan
todos, no puedo negarlo; pero tampoco puedo negar que tenga mis preferencias o
predilecciones según qué día.
Algunos dirán que tengo algo de voyeur,
pero mis necesidades van más allá de la mirada discreta de los glúteos. Hay una
imperiosa necesidad de sentir las nalgas prietas o frágiles contra mí, comprobar si son
inquietas o reposadas, si son constantes o irresolutas. Pocos caen en la cuenta
en todo lo que un trasero nos puede contar de su dueño si estamos dispuestos
a aprender. Al principio somos incapaces de sentirlo, pero como en todo es
cuestión de práctica y experiencia. Cada uno tiene su aroma primario, por
decirlo de alguna manera elegante. Con el tiempo, desde donde me encuentro,
puedo comprobar sí las nalgas se han transformado, cambiado de forma con el paso del
tiempo. Pero, como digo, deseó más… Deseo sentirlas en toda su intensidad de
extensión, de manera, a ser posible, sosegada, notando poco a poco cada
pliegue, estría, poro o pelo nalgal si las telas lo hacen factible.
Muchos estaréis pensando que soy
una especie de pervertido sexual con muchos complejos limitantes y que mi
fijación es fetichista cuanto menos. Os puedo asegurar que no es así, que soy
perfectamente normal, aunque incomprendido y que en muchos casos pasó
desapercibido. Me hiere la indiferencia, pues alimenta la soledad que puedo
llegar a sentir, especialmente en las noches. Como todos, quiero ser elegido,
aunque solo sea por unos momentos cómplices o fugaces. Para algunos me he
convertido, por razones que no logro entender del todo, en el banco favorito de
descanso de sus nalgas agradecidas, ya sea por cansancio de piernas, juanetes, guarecimiento del sol cuando los árboles
comienzan a dar sombra sobre mí en desgastados tablones de madera, o por mí
discreta ubicación en el parque, ideal para confidencias, ya sea entre amantes
o vecinos cotillas. Los ancianos que intercambian noticias de achaques y enfermedades,
fallecimientos de conocidos o quejas acerca de hijos o nietos son también
posaderas habituales.
Hay nalgas conocidas que han
cambiado a lo largo del tiempo, como lo hacen las estaciones del año:
primaverales, veraniegas, otoñales e invernales. Como banco nuevo y recién
puesto en el parque llamaba la atención por el barniz brillante, por la
ausencia de pintadas de grafiteros o de marcas de navajas o llaves en mi superficie
impoluta. Hay nalgas ausentes y no sé qué habrá sido de ellas, si se habrán
mudado de barrio junto a su dueño, o han fenecido con él. De vez en cuando
reposan sobre mí traseros que son vacacionales, incluso extranjeros. En esas ocasiones
me siento agradecido, muy cosmopolita e internacional. Siempre es interesante
conocer culos nuevos.
Parece que se acercan traseros diversos en charla amena con toda la intención de descansar en mí. Depende de cómo se distribuyan puede que bascule un poco por la parte delantera izquierda, por donde el cemento ha comenzado a agrietarse. Ya se han sentado, los percibo también con mi respaldo; son muy distintos en forma, musculación y tamaño. Un hombre, una mujer y una niña. ¡Qué satisfacción más grande! Tienen al lado de mi apoyabrazos izquierdo un carrito de bebé. ¿Un posible culo para un futuro incierto, si es que llegó a permanecer aquí para entonces? No lo sé… Muchos bancos del parque están siendo reemplazados por modelos nuevos e incluso más ergonómicos. Mientras tanto disfrutó del presente y me siento realizado al cumplir el cometido por el cual fui diseñado: descansar los cuerpos y los panderos de mis creadores: los humanos.
Parece que se acercan traseros diversos en charla amena con toda la intención de descansar en mí. Depende de cómo se distribuyan puede que bascule un poco por la parte delantera izquierda, por donde el cemento ha comenzado a agrietarse. Ya se han sentado, los percibo también con mi respaldo; son muy distintos en forma, musculación y tamaño. Un hombre, una mujer y una niña. ¡Qué satisfacción más grande! Tienen al lado de mi apoyabrazos izquierdo un carrito de bebé. ¿Un posible culo para un futuro incierto, si es que llegó a permanecer aquí para entonces? No lo sé… Muchos bancos del parque están siendo reemplazados por modelos nuevos e incluso más ergonómicos. Mientras tanto disfrutó del presente y me siento realizado al cumplir el cometido por el cual fui diseñado: descansar los cuerpos y los panderos de mis creadores: los humanos.
lunes, 10 de noviembre de 2014
PRESENTACIÓN DEL NUMERO 11 DE LA REVISTA GRATUITA GAY+ART
Nuevos relatos, más colaboradores; vamos creciendo cada vez más gracias a vosotros.
Gay+Art es un proyecto de auto-promoción para escritores y artistas gays, lesbianas, transexuales y héterosexuales que incluyan en su obra referencias al mundo homosexual en positivo.
Es gratis y si os gusta, por favor, compartid el enlace. Hay alguna modificación respecto al sistema de descarga según las nuevas políticas de Bobok, pero seguimos siendo los mismos de siempre, o mejores.
martes, 4 de noviembre de 2014
EL LUGAR. POR RENÉ RICARDO DE LA BARRA SARALEGUI
RELATO PERTENECIENTE A LA NOVELA "LA BAÑERA DE EFRAIN"
EL LUGAR
Hay
un Lugar en mi casa, en donde las cosas no caen. Uno puede soltar un florero y
no lo verá destrozarse en el suelo; puede derramar vino y jamás manchará la
alfombra… No es un Lugar muy grande; pero está creciendo.
Al
principio, era casi imperceptible: motas de polvo, hilachas, algún minúsculo
trozo de papel, que no se decidían a tocar el suelo. Pero con el tiempo, pude
ver con curiosidad, cómo comenzaron a flotar pétalos de flores mustias, monedas
perdidas y tarjetas bancarias.
Entusiasmado,
comencé experimentar con el lugar; arrojaba peines, tuercas, botones, ¡hasta
caramelos!, por el solo placer de verlos levitar frente a mí.
Pero
un día ocurrió algo inesperado: entré en la sala y
luego de dar algunos pasos, uno de mis pies se elevó por encima de mi cabeza; ésta, a su vez,
cayó sin llegar a tocar el suelo. Las llaves que llevaba en mi bolsillo
izquierdo, flotaron alegremente junto a mi rodilla, mientras las monedas, que
estaban en el bolsillo derecho, cayeron con estruendo.
Quedé
suspendido como si fuera una lámpara; pero sin alambres ni cables que me
sostuvieran.
Desesperado,
logré sujetarme de una puerta y jalar con fuerza, para que el peso del resto de
mi cuerpo, hiciera que mi pie retornara al suelo.
Aquel desafortunado accidente me hizo comprender el
peligro, y decidí no comentar el suceso. Si bien antes
había mantenido el lugar en secreto por temor a que me tomaran por loco, desde
entonces se convirtió en una obligación moral no avivar la curiosidad de mis amigos;
cualquiera, menos afortunado que yo, podría quebrarse algún hueso, producto de
alguna cabriola inesperada.
A
partir de entonces, mi vida giró en torno a las dimensiones del lugar; cada
mañana, arrojaba papelitos de colores, para delimitar sus bordes. Si caían,
aquel era un sitio seguro para caminar. Por la tarde, al volver del trabajo, repetía
la maniobra apenas abría la puerta.
Con
el tiempo, decidí a llevar una bitácora, para anotar cuidadosamente las dimensiones
del lugar, buscando algún patrón que me permitiera anticipar zonas seguras en
la casa. En medio de descripciones detalladas, intercalaba dibujos, gráficos,
mapas, como si en verdad se tratara de un campo minado.
Y
sin embargo, jamás fui capaz de predecir qué tamaño tendría en determinada
fecha, ni hacia dónde crecería después. Mi hogar no era un sitio seguro.
Había
que hacer algo.
Decidí
llevar a cabo algunas remodelaciones; hice construir una nueva puerta de
entrada; después, un segundo acceso a la cocina, el baño y mi habitación, supervisando
personalmente los avances, no tanto para los obreros fueran diligentes, sino
más bien para que ellos no descubrieran mi secreto.
Seguramente,
mis ideas les parecerían desquiciadas, pero a medida que se dieron cuenta de
que mi obsesión era para ellos una buena fuente de divisas, comenzaron a
sugerir otros arreglos; fue así como aparecieron nuevas ventanas, salidas de
emergencia y hasta un corredor que rodeaba la casa, al que se podía acceder
desde cualquier habitación; de ese modo,
pensaba, nunca quedaría atrapado.
Pero
fueron tantas las sugerencias, que pronto me quedé sin fondos y tuve que dar
por terminada la remodelación; todavía no estaba lista la escalera de emergencias,
que había planeado para salir de mi dormitorio directamente a la calle, pero me
conformé pensando en que quizá más adelante podría pedir un crédito en el
banco.
Pasaron
algunos meses, y el lugar siguió creciendo. La mayor parte del tiempo lo hizo
lentamente, de modo que, usando los papeles de colores, pude establecer rutas
seguras para desplazarme dentro de la casa; pero también hubo semanas, en las
que creció vertiginosamente, como cuando abarcó por completo la sala y mis
sillones danzaron en el aire.
Meses
más tarde, incluso mis salidas de emergencia estaban vedadas, y apenas podía
circular por rutas estrechas, usando un complicado sistema de argollas que
instalé en las paredes. Ya casi había agotado las existencias de papeles de
colores de las librerías cercanas y debía usar cualquier cosa para delimitar
fronteras. De ese modo, mi casa se tornó un caleidoscopio de corbatas
flotantes, paños de cocina, periódicos, toallas y revistas, que –como la
mayoría de los muebles– ya nunca más iban a caer.
Por
las noches, no me atrevía a levantarme al baño, por miedo a quedar suspendido
en el aire apenas pusiera un pie fuera de la cama. Dejé de tomar café, no volví
a beber ningún tipo de líquidos después de las cuatro de la tarde y mis comidas,
eran más bien livianas.
Aun
así, no dormía tranquilo; antes de la madrugaba, solían oírse ruidos guturales,
borboteos de cañerías y sonidos como el que hace una válvula de vapor cuando se
abre. Me despertaba sobresaltado, y no podía dormir, hasta que el sol me
mostraba con claridad la distribución de los objetos; con una rápida mirada,
verificaba que la cómoda, los calcetines, la silla y mis pantuflas, estuvieran
adecuadamente asentadas en el piso; entonces, dejaba caer un cojín junto a la
cama; si no levitaba, era un buen lugar para apoyar mi pie; repetía la maniobra
un par de veces, para estar seguro, y entonces,
me levantaba como un zombi, ojeroso y pálido, y siguiendo mis propios
protocolos, iniciaba un nuevo reconocimiento de rutina.
Al
cabo de un año, el insomnio forzado me llevó a quedarme dormido en el trabajo,
y tras varias amonestaciones, fui despedido.
Mis
vecinos me insultaban cada vez que me veían. Los ruidos de mi casa, no dejaban
dormir a nadie, y varias veces estamparon denuncias en mi contra. Hubo,
incluso, una recolección de firmas para expulsarme del barrio.
Una
noche, un vecino demasiado contrariado, lanzó una piedra enorme contra el
ventanal de la sala; corrí aterrado, escalera abajo, contraviniendo mis propios
protocolos. Temía que el lugar, al ver profanado sus límites, se apoderara de
la calle. Pero solo encontré esquirlas de vidrio flotando sobre la mesa,
mientras la piedra circulaba como un asteroide por entre libros y animales de
porcelana.
Suspiré
aliviado. Había sido una falsa alarma; solo debía alcanzar una de las argollas y volver a subir por la escalera. Di un paso
temeroso, y mi pie se asentó firmemente en el suelo; mi mano derecha empuñó la
argolla más próxima y una vez que me sentí firmemente asido, levanté con
cuidado el otro pie, para alcanzar el primer peldaño.
Entonces,
una especie de geiser invisible me levantó violentamente, desprendiéndome de la
argolla. Sentí que no pesaba, que era un objeto más en una órbita errática en
torno al retrato de mis padres que había caído estrepitosamente durante el último
sismo; más allá estaba mi cristalería fina, que años de torpeza de diversas
domésticas habían acabado por llevar a la extinción, la colección de estampillas
de mi abuelo, que desbarató mi infancia, unos botines de lana para bebé, que
supuse que alguna vez fueron míos… El lugar se había apoderado de toda la casa
y ya no le bastaba con impedir que las cosas cayeran, sino que además devolvía
a la vida a las que habían caído en el olvido… Había lagartijas, volantines
rotos, carcajadas, biberones, pantalones cortos, trenes a escala, cuadernos ajados,
lápices y gomas de borrar. Todo mezclado con discos de vinilo, estilográficas,
posters, casetes, soldados de plomo, y el anillo de boda que Beatriz rechazó.
Ahí estaba todo, cada día y cada año de mi vida, flotando, girando torpemente,
como globos de fiesta, sin ton ni son. Y en medio de todo eso, formando parte
de ese mundo ingrávido, estaba yo. Sabía que –como las migas de pan que alguna
vez cayeron de la mesa, como los cristales rotos y los juguetes perdidos– jamás
volvería a la realidad de los demás. Ahora, lo veía todo desde arriba.
Distinguía claramente a la mujer que limpiaba el piso, trapeando con impunidad,
incluso el sitio exacto donde el lugar apareció por primera vez.
Sentí
compasión por los nuevos dueños, que no sabían que en esa casa había un lugar,
un puntito más pequeño que un átomo en el que las cosas nunca llegaban a caer.
BIOGRAFÍA
René
Ricardo de la Barra Saralegui: nace el 15 de junio de 1962, en Valdivia, Chile.
Pasa la mayor parte de su infancia y
adolescencia en Temuco, en donde nace su vocación literaria. En 1980 inicia sus
estudios de Medicina en la Universidad Austral de Chile (Valdivia). En plena
dictadura militar, forma parte de las Juventudes Socialistas, participando
activamente en la recuperación democrática y en la creación de la revista de la
Escuela de Medicina, que a su vez dirige.
Una
vez que se produce la vuelta a la democracia en Chile, deja de participar en
política y se dedica por completo a la medicina.
En 1994,
retoma de lleno su actividad literaria.
El año 2001, se traslada a Buenos Aires,
República Argentina, para cursar la especialidad de Psiquiatría, retornando a
Chile el 2004. Desde entonces, reside en
Puerto Montt, Chile. Está casado con María Edith Oliva; es padre de 4 hijos
(René, Víctor, Felipe y Catalina), y tiene dos nietas (Amanda y Tiare).
El año
2012, recibe un nuevo impulso en su carrera literaria, al resultar finalista en
un concurso de micro-cuentos en México, y al ser invitado al "V Encuentro
de internacional de escritores", en Tarija, Bolivia. A fines de ese año,
publica "Barrio bullicioso"; luego publicará dos libros más.
A la
fecha, ha escrito cinco libros de cuentos, tres novelas, un poemario y un
estudio monográfico sobre la mitología de Chiloé.
Ha
publicado en las revistas Casa de las Américas, Insomnio, Palabras diversas,
Punto de libro y Acantilados de papel, entre otras. Sus poemas y cuentos forman
partes de antologías como "Recitario Nacional", “Épica Batalla y otros cuentos breves”,
"1000 poemas a Miguel Hernández", "500 obras a Oscar
Alfaro", “Érase una vez…un microcuento II", "Márgenes
Azules".
Libros
Publicados:
"La
bañera de Efraín", 2014
"El
extraño hechizo de la noche", 2014
sábado, 25 de octubre de 2014
COLABORACIÓN DE AGUSTÍ PERICAY PIJAUME: BARBIES,NANCIS Y CHOCHONAS
BARBIES, NANCIS Y CHOCHONAS
por Agustí Pericay Pijaume
Había
quedado con mis hermanos en la casa familiar después del entierro. La ceremonia
fue todo lo sobria que podía ser, teniendo en cuenta que dentro del ataúd solo
había una urna orgánica con las cenizas de mamá. Nadie entendía por qué había
insistido en su testamento vital en que se la incinerase. Todos la creían una
católica devota, aunque, desde que quedó viuda de papa teníamos la sensación de
que había florecido como persona, al estilo como florecen las rosas en
primavera: progresiva y espectacularmente.
Jaime, el mayor, y su esposa solo
hablaban de las posibilidades que tenía ese enorme caserón perdido en mitad del
campo, sin duda alguna ya habían pedido algún presupuesto para convertirlo en
un hotelito rural. Lidia, mi hermana, fingía un falso respeto por la difunta;
todos sabíamos que el ludópata de su marido la había dejado seca y necesitaba
su parte de la herencia como el aire que respiraba.
Intentando alejarme de ese par de
cretinos que repasaban todos los rincones del dormitorio, buscando las joyas de
nuestra madre, subí a la que había sido mi habitación de la infancia. Estaba
igual que hace doce años, el día en que me fui de casa, supongo que ella la
había mantenido así porque nunca perdió la esperanza de que fracasara en mi
objetivo. Y de producirse esa situación en algún lugar habría tenido que
refugiarme y que mejor sitio que en casa de mamá.
Todas las muñecas seguían en las
estanterías: infinidad de Barbies, Nancis y
Chochonas se amontonaban, vestidas con sus infumables vestiditos rosas con
brillos de princesa. Si las muñecas y el rosa infundían carácter, mis padres
hicieron una grandiosa inversión. Al final siempre acababa jugando con los
Madelmans y los Geipermans de mi hermano, con el consiguiente cabreo por su
parte (el gen egoísta siempre había sido, y seguía siendo, muy fuerte en él).
En el armario se amontonaban todos los vestiditos rosas y a rayas de colores
chillones. No se dieron por vencidos ni cuando se enteraron que tenía camisetas
y pantalones tejanos viejos de mi hermano escondidos en la caseta del jardín y
me los cambiaba para ir a jugar al pueblo. Cuando destruyeron el alijo de ropa
de chico que tenía escondido, les respondí rapándome la cabeza con la
rasuradora de mi padre. Al descubrir en el suelo del baño todos los preciosos
rizos rubios que mi madre se afanaba en cuidar para que su niña fuese la
princesita de papa, se deshicieron de la maldita máquina y desde entonces mi
hermano y mi padre tiraron de peluquería. Se empeñaron y esforzaron muchísimo
en intentar transformarme en la niña adorable y repelente que la sociedad les exigía.
Solo lo consiguieron con la complaciente y manipulable de mi hermana.
A los doce años ya estaba fuera de
control, conseguía raparme la cabeza continuamente y siempre vestía como un
chico. Continuamente me juntaba con alguna pandilla peleándome con todas las
demás pandillas de los chicos del barrio. Esos disgustos fueron los que
acabaron matando a mi padre, según mi madre, que me lo echaba en cara continuamente.
Por lo visto el colesterol y la cirrosis alcohólica no tuvieron nada que ver. ¡Vaya!,
guardó todos mis rizos dorados en una cajita junto las muñecas.
Entre los libros que jamás devolví a la
biblioteca encontré todos los trabajos que la profesora Rosita me corrigió.
Siempre fui buena estudiante, tenía una facilidad innata para recordar datos y
fechas, lo que me hacía muy buena estudiante de humanidades. La Señora Rosita,
siempre tuvo fe en mí. Feminista recalcitrante, se aseguró de que leyese a
todas las escritoras feministas que pudo, sin duda alguna estaba convencida que
yo era una mujer lesbiana igual que ella. ¡Qué equivocada estaba! Durante toda mi adolescencia fui
consciente de que me atraían sexualmente las mujeres, pero no porque yo fuese
una mujer homosexual; me atraían porque yo me sentía completamente como un
hombre. Como un hombre atrapado en un cuerpo equivocado. ¡Qué broma más cruel del
destino!
A los diecisiete años, con un trabajo de reponedor en el
centro comercial, me fui de casa. Me puse a vivir con Martha. Que gran fracaso.
Fue cuando descubrí que hacía falta mucho más que amor para conseguir que una
relación funcione. También descubrí con gran sorpresa que, el vivir alejado de
mi familia me proporcionaba muchísimo tiempo, claridad y espacio en mi mente.
Era el que hasta ese momento había usado con un solo fin: luchar contra la
presión que ellos ejercían sobre mi identidad sexual.
El disponer de tanto tiempo extra me
permitió dedicarlo a mi pasión: la fotografía. Junto a los libros estaba mi
primera cámara digital; sin duda alguna en el antiguo ordenador estarían
todos mis primeros trabajos y arreglos hechos con un rudimentario Photoshop.
Desde ese momento mi vida profesional se disparó, empezaron los premios y
enseguida vinieron los primeros encargos y los trabajos para revistas de moda y
magacines culturales. Con el éxito empecé también mi transformación, quería que
mi cuerpo estuviese acorde con mi mente e inicie el tratamiento para mi cambio
de género.
Junto al tratamiento hormonal empezaron
las operaciones, primero eliminándome los pechos y después realizando las
dolorosas y complicadas operaciones para crearme unos genitales masculinos. Al
final no reconocía al hombre que veía ante el espejo, pero sin duda alguna era
lo más parecido al hombre que deseaba ser.
Por suerte tenía un trabajo en el que
no se te valora por quien eres sino por la calidad de lo que realizas. Nunca he
dado explicaciones a nadie, y procuro no relacionarme excesivamente con la
gente del mundo de la moda pues son infantiles y superficiales en grado
superlativo. Tengo mi familia, Rose me ha acompañado durante todo este viaje transgénero
y los dos hijos que me ha dado gracias a la inseminación artificial, son lo que
hace que me levante y sonría a la vida cada día.
Ahora miro a mis hermanos y me rio de
sus convencionalismos sociales. Están convencidos de que soy un fracasado;
bueno, fracasada para ellos, que aún me tratan con el género equivocado. Pero
en realidad los fracasados son ellos, uno viviendo la vida de su esposa,
planeando un negocio del que dudo que tengan el capital y la experiencia para
ejercerlo; la otra, viviendo a remolque de una relación que la está
destruyendo y de la que no puede desprenderse por temor a que la sociedad la
juzgue.
Sobre los cojines de la cama descubro
una carta con mi nombre escrito en el sobre. Es de mi madre: dentro hay una
nota y una llave. Me sorprende que haya tenido el detalle de hacerme llegar un
mensaje póstumo. Tengo dudas sobre leerla o no, ya que la última vez que la vi
hace doce años nos dijimos cosas muy duras, y no sé si estaré preparado para
escuchar una sarta de reproches de alguien que siempre me dejo muy claro que yo
había sido su gran decepción.
-Querida Alexandra, hace diez años que
no se de ti, deseo pedirte perdón por todo el daño que te he hecho en mi
ignorancia. Fui educada en un mundo en el que los hombres eran hombres y las
mujeres, mujeres. Cada uno tenía su rol asignado desde el momento de su
nacimiento, eso nos lo repetían continuamente en la iglesia y en las reuniones
sociales de moralidad. Cualquier cosa que se desviase de esos roles debía ser
considerado y tratado como una aberración. Ninguno de esos meapilas podía
aceptar que Dios se hubiese equivocado tanto contigo.
Desde que te alejaste de mi vida, he
intentado llenar el vacío de nuestras discusiones con sabiduría. Primero
buscaba el consuelo de la iglesia, pero el falso amor disfrazado de resignación
que me recetaban no calmaba mi alma. Y busque ayuda en el centro cívico. Conocí
un grupo de padres de hijos homosexuales que me enseñaron a sustituir la fe por
conocimiento. El conocimiento me llevo a conocer a un pequeño grupo dentro del
grupo formado por padres de chicos y chicas transexuales.
El conocerlos a ellos y la historia de
sus hijos e hijas me permitió descubrirte de nuevo a ti. Al niño asustado y
molesto por tener vulva en vez de pene, al adolescente que busca su amor y
tiene que ocultar sus pechos bajo una faja y odiarse a sí mismo cada mes con la
menstruación. Al hombre que tiene que sacrificar gran parte de su juventud y su
salud para poder tener el cuerpo que se corresponde con su cerebro.
Ahora me maldigo a mí misma por haber
permitido que te alejases tanto, porque el deber de una madre es acompañar a
sus hijos en el viaje hacia su desarrollo pleno, y contigo fracasé
estrepitosamente. Puse todas las trabas imaginables e inimaginables en tu
camino para que no lo consiguieses. Y ahora, daría todo lo que tengo para que,
en alguna de sus interesadas visitas, alguno de tus hermanos me diese alguna
noticia sobre ti, si te va bien o si has conseguido tus objetivos.
Esta mañana el doctor me ha
diagnosticado un cáncer de pulmón, y no me gustaría morirme sin poder decirte
lo orgullosa que me siento de ti, te escribo estas líneas para que sepas que ya
no soy esa mujer que odiabas, he mirado al interior de mi alma y he podido ver
a la maravillosa persona que vivía dentro de ti: Alex.
Tu madre que te respeta.
Posdata:
He puesto la casa a tu nombre, y las
joyas las tengo en una caja del Banco Central que abre esa llave que está
dentro del sobre.
Una lágrima recorrió mi mejilla. Por un
instante pensé: ¡Los hombres no lloran! Que cojones, descubrir que tu madre
había podido cambiar tanto, bien merecía una lagrima… o dos.
Agustí Pericay, un artista multidisciplinar, compagina su oficio de profesor de disciplinas artísticas (cerámica, joyería, comic, dibujo y pintura) para niños, jóvenes y adultos con el servicio de recepción en el pequeño hotel de turismo rural que regenta su familia.
Si queréis conocer más cosas de la obra de Agustí Pericay podéis visitar
o en facebook
miércoles, 15 de octubre de 2014
CRITICA SOBRE LA VERDAD. REFLEXIONES DE ARNIEL LEVIS
Tengo la alegría y el honor de compartir con vosotros una colaboración en forma de reflexión del escritor Arniel Levis, un compañero de fatigas en la revista gratuita GAY+ART.
CRITICA SOBRE LA VERDAD. Por: Arniel Levis
En un rompecabezas las piezas encajan perfectamente para dar vida a
una escena que bien puede reflejar la hermosura de una imagen, las piezas con
aristas únicas van encajando para poder colocar las próximas piezas en perfecto
orden, no se puede tratar de encajar piezas que no corresponden al lugar que
ocupan porque el tablero se va desfigurando hasta dar una mal hecha figura. Dando
como resultado escenas que no tienen lógica ni forma correcta y si nuestra terquedad continua, seguimos colocando estas piezas sobre
premisas falsas que lejos de aclarar el panorama va desfigurando aún más la
escena que queremos llegar a formar. El resultado en una obra falsa que hemos
construido en base a querer encajar a la fuerza piezas donde no van.
El rompecabezas va haciéndose más pesado porque hemos decido forzar
las piezas, y hemos buscado posibles soluciones a nuestra inicial traspié,
frustrados hemos escudriñados lugares diferente por dónde empezar, pero no
importa por donde lo tomemos si las base están malas y por lo tanto nuestro
rompecabezas nunca encajará. Como última solución buscamos las vías fáciles
tratando de negociar la correcta posición de las piezas basándonos en la pasión
y el deseo de que nuestra visión sea entendida, vendiendo nuestra alma y
enfrascándonos en inútiles diatribas
para poder justificar lo injustificable.
¿Y si la verdad como la el
rompecabezas debe ser construida en
bases sólidas para evitar que la colocación de piezas discordante vayan
torciéndose hasta dar un panorama nada agradable de nuestra propia vida?,
intentando encajar situaciones que no encajan y dando grandes discursos en pos
de justificar nuestra propio descalabro mental, la verdad como habito iría
dando al tras luz de un escenario firme un rompecabezas que tiene cierta lógica,
puestos nuestras premisas tiene el sentido estricto de la realidad y esta a su
vez permite la colocación de las piezas exactas que encajen y vayan ampliando
un rompecabezas bien hecho, que no necesita mayores explicaciones que las de
presentar una imagen diáfana de lo que somos, una imagen clara de los que anhelamos
y el respeto por quienes nos rodean.
La verdad no necesita presentación ni mayores explicaciones, brilla
con una luz propia y esto hasta un niño lo sabe, porque con escrupulosa visión
ha puesto el mayor empeño en tratar de que su rompecabezas no se distorsione, y
hay un brillo en sus ojos una vez colocada la última pieza de su gran obra, se
siente realizado y feliz del trabajo bien hecho. Hay un deseo por continuar
viviendo y realizando obras de mayores envergaduras, su verdad ha sido puesta
siguiendo el más estricto orden de un sentido crítico y de duda ante las cosas
que no entiende, cambiando nuevos esquemas para adaptar la verdad a como se
produzca en un momento dado y no a un pensamiento previo y obstinado de lo que
fue su verdad alguna vez. Cambiando esquemas, cediendo en opiniones,
desglosando maneras de pensar y buscando en único norte que lo satisfacer, la
verdad plena y la felicidad como medio de trasporte en donde transitar el mundo.
El hábito de la verdad.
martes, 14 de octubre de 2014
ALTURAS Y PROFUNDIDADES. POR DAVID MARIO VILLA MARTÍNEZ.
ALTURAS Y PROFUNDIDADES
El hombre de las profundidades contempló una vez más las simas en que se contenía su reino, los hoyos de distancias invertidas que se prolongaban más allá de lo medible, mostrando relieves dispares en los breves relámpagos de luz, provocados por la electricidad estática de infinidad de seres que se mezclaban en una bacanal de roces ciegos. La fauna abisal iluminaba, con gamas increíbles de colores y formas indescriptibles, aquella belleza de naturaleza oscura y oculta.
Contempló cómo se expandían en
fosas verticales, escarbando con
hambrientas lenguas de agua el fondo en busca de alimento invisible a los ojos
en la mayoría de los casos, donde la presión, el frió y la oscuridad anunciaban
el límite de la vida. Admiró los cráteres colonizados por la vida, huellas del impacto cósmico de algunos meteoritos. Atisbó los barrancos y cañones,
frescos regazos donde reposaban riachuelos y arroyos, regueros y torrentes
fusionados con los océanos: todo lo que aspiraba a ser centro y entraña del
mundo.
Sabía, o mejor intuía, la
existencia de un mundo más elevado y de un ser que como él, lo poseía y regia. Se confesaba a si mismo que estaría
bien conocer aquello que crece en busca del ciclo. A pesar de todo, en
silencio, hace recuento una vez más de sus pertenencias, consciente de ser la mano que ejecuta un plan superior
ineludible.
El hombre de las alturas elevó la
vista hacia sus dominios. No dejaba de asombrarse ante el hecho de que, cuando ascendía
hasta lo más alto del territorio, todo a su alrededor parecía elevarse, dejándolo
nuevamente sumido en una altura menor. Lo comprobaba una y otra vez e intentaba
disfrutar con ello. Se exaltaba por el paisaje de nieves eternas, de cielos sin
nubes bajo un sol constante. Durante las noches daba la impresión de que, alargando la mano, se podía cosechar un racimo de parpadeantes estrellas
burlando la vigilancia del guardián lunar.
No obstante, eran las aves las
que ofrecían el espectáculo más bello a sus ojos. Sus formas y tamaños, especialmente
concebidos para el vuelo, se dibujaban sobre un fondo de escarpadas y
vertiginosas cumbres. Se deslizaban por los cielos en maravillosas coreografías
aladas, al son de los ecos de la música inmortal del espacio sin fin.
Desde sus cimas, el hombre de las
alturas observaba a veces lo que a sus pies se extendía y que, sin una razón
fundada, sabia propiedad de otro individuo como él, al que le gustaría enseñar
las maravillas de su elevada morada.
Ambos ignoraban que, cada veinticuatro mil años, se rompe el equilibrio de la Naturaleza, sin ninguna razón aparente, como
si el único enemigo fuera ella misma. Como se troca la impureza en virginidad, la
locura en juicio y la nada por el todo, las alturas y las profundidades se
intercambian con el fragor de una contienda sin armas, con el estrépito de
millones de rocas reorganizándose en una permuta imposible. Se suspende el
tiempo y se concentra la vida en una diminuta semilla que brotará nuevamente
sobreviviendo a aquella vorágine.
Justo en el ecuador de la mudanza
ambos hombres se encuentran al mismo nivel. Solo durante un ínfimo fragmento de
la mínima fracción de segundo. Es suficiente, no obstante, para que ambos se miren
a los ojos, se reconozcan en la repetición de un cataclismo similar que se
viene produciendo sin principio dese el infinito de los tiempos. Tiempo suficiente
para que aquel tenue deseo sembrado en su interior de conocer lo opuesto, aquello
que a que cada uno es vedado, germine, crezca, se desarrolle, de fruto y se
seque donde nació. Y es que, al instante siguiente, el hombre de las alturas se
despierta como señor de las profundidades y su desconocido acompañante se viste
con la túnica de las alturas, enterrando bajo el polvo del olvido su afán
común: un efímero milagro que son incapaces de alcanzar llamado comunicación.
martes, 7 de octubre de 2014
EN EL FONDO DE MI CONCIENCIA por DAVID MARIO VILLA MARTÍNEZ
La nostalgia y la ternura han conseguido que incluya este relato. Pertenece a la "prehistoria" de mis comienzos, siendo uno de mis primeros relatos de juventud. Por aquel entonces era muy idealista y tal vez, en cierto modo, siga siéndolo en el fondo de mi conciencia.
EN EL FONDO DE MI CONCIENCIA
En el fondo de mi Conciencia,
en mi interior viajaba yo y en la Sala de los Sueños del Palacio del Corazón
del hombre fui a encontrarme. Allí fui a parar como un desconocido encuentra el
Manantial de la Sabiduría Arcana y del Sencillo Conocimiento. Conocimiento que
va más allá de las palabras, los gestos y la memoria, que es más un devenir de
la Verdad que una voluptuosa marcha de la mentira e ignorancia.
Marchaba yo por toda la
lujosa Sala, llena de los semblantes mis miedos y seguridades, de las puertas de
los fantasmas de mis penas y alegrías, las de las mascaras de mis victorias y
frustraciones… Saludando uno tras otro a estos mis diferentes egos como a
prestos desconocidos con los que no quisiera relacionarme con toda profundidad,
me encontré sin dame apenas cuenta en un Jardín paradisiaco en el que a pesar
de ser manifestación de una eterna Primavera, se mostraba el desgarro de las
zarpas de un Inverno mortal. Era inmenso, lleno de posibilidades.
Ante mí, de entre las
sombras de mi mente, las sombras de aquello que se negaba a aceptar, salió un
espectro de lo que fue hermoso, pero que ahora se encontraba enternecedoramente
desfigurado y desvalido: la así misma mentada Libertad. Su rostro se encontraba
envejecido, sus ojos mostraban los abismos del sufrimiento de la esclavitud.
Sus mejillas ya no tenían el color rosado de la alegría, ni sus manos la
suavidad de la Esperanza inalterable; sus dulces labios apenas tenían ya los
besos reconfortantes de la Paz. Veíase herida en su esencia, en su origen, más
no en su final, pues la Libertad jamás moriría del todo y esa era su larga
agonía.
Lentamente me acerqué a
ella y un escalofrío recorrió mi ser al pensar en que hubierala acontecido para
que su inigualable belleza estuvierase marchitando. Poniendo su desvaída mano
derecha sobre mi frente me dijo:
-He aquí que yo he de
hablarte en enigmas, porque todo lo que Soy y todo lo que tú Eres va más allá
de la comprensión. Soy, como bien has deducido, la Libertad, hija de la
Conciencia y más exaltada en la conciencia del hombre. Agonizo y mi tormento es
ilimitado, pues la libertad fue concebida, gestada y parida para nunca morir
aunque si padecer y en ocasiones verse desfigurada por los antojos de la misma
voluntad dada a los hombres… aunque no de todos. Camino junto a vosotros en
vuestras vidas, junto con una Conciencia en Libertad.
Aliviada por revelar lo
revelado suspiró dolorosamente, mientras su mirada se dirigía hacia un rincón
del Jardín donde la yerba ya no nacía, ni los arboles daban sus frutos, donde
las flores tiempo ha habíanse marchitado; donde las teóricas e imposibles
nieves de la esclavitud se posaban con intención destructora. Tomó mi mano y
con dulzura de mirada, anhelante de que comprendiera, me invitó a seguirla y yo
la seguí. Y me mostró mejor ese extremo del Jardín que antes era llamado
Dádiva, mas que mudo recientemente su nombre en Egoísmo. En él se tendió,
cansada, sobre las impolutas nieves. Allí yacía aquella que se revivía a sí
misma, pero que ahora se encontraba también enferma y ligeramente deformada.
La Libertad abrió su boca
y vertió su corazón por ella al decirme:
-En ocasiones enjauláis
la Vida en cárceles de oro o de hierro oxidado… Lo mismo da… Me encarceláis y
esclavizáis haciéndome criada vuestra. ¡Yo no soy vuestra esclava aunque estoy
para serviros! Si yo muriera moriríais. Sin mi pereceríais irremisiblemente,
porque más pertenecéis vosotros a mí que yo a vosotros. Yo lo albergo todo, mas
vosotros solo podéis albergar la nada que sois y el algo que podéis llegar a
Ser si sois fieles y rectos en vuestros corazones.
¡Pobre del pájaro que
conoció la libertad, pues esos cielos y esa vida siempre anhelara y estarán en
el! ¡Y pobre del Ave que ya nació esclava! ¿Acaso no intuye que la libertad
está más allá de lo que los barrotes le han permitido conocer? ¿Acaso desde ahí
no ve a otros de los suyos volar? Pero él, ni siquiera puede desplegar las alas
en su plenitud y alzarse a la independencia, pues no sabría qué hacer con ellas
sin aprender a planear y aprovechar la fuerza de los vientos.
-Esclavizáis tantas cosas
bellas y hermosas para destruirlas o transformarlas en feas… ¿Es que acaso el
resto de lo Creado no tiene el mismo derecho a Ser que vosotros? ¿Os creéis
extremadamente mejores que un árbol o una flor? Yo os digo que no, que cada
cosa está en su sitio, tiene su valor y su sentido irremplazable. Vosotros
jamás podréis tener frutos colgando de vuestros dedos y contemplar como
maduran; o servir de cobijo a los nidos de los pájaros. Jamás seréis flores ni
tendréis pétalos, ni las abejas libaran de vuestro cáliz. Jamás seréis
montañas, ni valles, bosques, océanos, estrellas o soles…Nunca seréis Agua pura
y cristalina que pueda refrescar la Sed del sediento o no ser que antes os dejéis
purificar por ella misma. No sois mejores que estas cosas, sino que formáis una
hermanada con ellas.
Y en cuanto a vosotros os
estáis esclavizando al no tener aire que respirar, al no tener un lugar donde
yo os pueda acoger y vosotros Vivir, al no tener alimentos que tomar, al no
poder expresar y defender vuestros pensamientos y sentimientos, al consentir
ser aplastados por una sociedad que os despersonaliza y reduce a meros números
que se pueden manejar e incluso sacrificar al antojo de unos pocos a los que concedéis
el poder; al ocultar vuestras realidades y disfrazaros con la máscara de la hipocresía
y el disimulo. Al no tener tiempo, sencillamente, de Vivir y Amar… ¡Liberadme!
¡Por caridad a vosotros mismos y por la defensa de vuestra dignidad! ¡Liberadme!
¿Quiénes son capaces de
presionar su mente y la de los suyos, destruir la dignidad que hace honesto al
hombre ante sí mismo y ante lo creado? Solo locos, mentes enfermas, orgullosas
y autosuficientes hambrientas de poder y desmesurada autoestima que olvidan sus orígenes para infantilmente,
pero en ocasiones con efectividad malsana, intentar construir un modelo de
futuro, un poder, un dominio que no les
corresponde solo a ellos dominando así lo más inherente de ser humano.
-La Libertad es tan
difusa y extraña –dicen los hombres-. No tiene faz, ni ojos, ni oídos, su
imagen se nos desdibuja y parece inalcanzable, pero está…No sabemos dónde, pero
está. Y cada uno intenta imponer al otro su concepto de libertad.
Ved en este jardín la
maravilla de la Libertad. Todo es armonioso, a pesar de que el invierno se
cierne peligrosamente sobre él. Aquí, el árbol da libertad a sus ramas, hojas,
yemas y frutos para que se desarrollen como quieran; aquí, la hierbecilla no
lucha, no coarta la libertad de la flor que comparte tierra junto a ella, sino
que la comparten. La libertad de ser como se es y manifestarse coherentemente
con ello es respetada.
Solo vosotros, en
abundantes ocasiones, rompéis ese respeto destruyendo sin razón coherente, por
puro morboso placer, lo que se os antoja. ¡Luchad por aquello que también os
pertenece! Que no os dejen sin la libertad de ver la flor, el rio, la nube o la
hoja caer del Árbol. Que no os dejen sin la libertad de Ser, de ser Vosotros
mismos, de luchar en contra de convertiros en un número, en un ladrillo
anónimo en el monstruoso muro de la
sociedad que os atrapa.
Y así ella me habló. Y
nada más pude decir porque el asombro de lo que había escuchado me obligaba a
permanecer callado y, aun perplejo, como si un viento dorado arrasara las
imágenes convirtiéndolas en pensamientos, todo desapareció.
Salí del Jardín, de la Sala,
del Palacio de mi Corazón; volví al “mundo verdadero” que me rodeaba, a la
limitada realidad que existía fuera de mí. Y una gran tristeza y esperanza me
invadieron como hermanos gemelos de un mismo parto.
En mi fría celda todo
cobraba su forma y de la oscuridad resucitaron poco a poco la amplia gama de
grises. El amanecer surgía, y los primeros rayos de luz traspasaron la pequeña
ventana con barrotes cayendo sobre mi cual espíritu de Dios sobre la Virgen María
en la Anunciación de la buena nueva. De mi ensoñación salí, me levanté del
camastro y me aproximé al ventanuco. El minúsculo capullo de una hierbecilla
aferrada entre las piedras había florecido durante la noche, y sobrevivía…
No recordaba cuantos años
hacia que estaba privado de mis libertades, ya perdí la cuenta. No tenía espejo
en el que mirarme y comparar mi rostro con el del pasado; y mi cuerpo a fuerza
de ser visto día tras día, mes tras mes, año tras año, no me servía de gran
referencia pues sus cambios habían venido poco a poco, con el sigilo de un
ladrón nocturno. Me encontraba más delgado, con arrugas donde antes veía
tersura, con canas donde antes el color era de ala de cuervo. ¡Muchas
estaciones había contemplado a través de
mi ventana! ¿Cómo sería ahora el mundo? Aparte del sol, nubes, lluvia, nieve
y viento, los altos y feos muros de color gris tierra solo me permitían ver, a
lo lejos, altísimos edificios de metal y cristal. ¿Seguiría todo como lo conocí
o ya los niños no sabrían lo que era contemplar las estrellas? Recordaba haber
visto alguna a través de los contaminados cielos, pero no estaba muy seguro.
Tal vez fuera un satélite de vigilancia.
Estaba preso, estoy preso
y posiblemente lo estaré hasta el fin de mis días. Cometí el crimen de
rebelarme en mi conciencia y por lo tanto contra algunas normas y formas de vivir que pocas veces
entendí pero acaté hasta que dije: ¡Basta!
Quería vivir a mi manera, según mis normas. No hubo crímenes, ni atentados, ni
sangre vertida. Quise hacer comprender a la gente que no podíamos continuar
como hasta el momento, que nuestros descendientes merecían algo mejor que las
ruinas y basura que les estábamos dejando como herencia. Al hombre le estaba
siendo también castrando el espíritu para no poder realizarse y perpetuarse a
través de su existencia. Clamé por las calles entre monstruosos edificios,
ruidos ensordecedores, entre maquinas con forma de hombres que imponían una
sola manera de pensar, vivir, amar. Sé que algunos escucharon y comprendieron.
Esa es mi victoria. El despertar de la conciencia del hombre.
¿Y yo? ¿Qué como terminé?
Como un loco, encarcelado en una habitación con paredes acolchadas, recibiendo
mi alimento de una maquina impersonal y satisfaciendo mi higiene por medio de
otras. Desde que me internaran aquí no
he visto, ni oído, ni hablado con ser humano alguno. Mis conversaciones son
conmigo mismo y, en ocasiones, con distintos habitantes del Palacio de mi Corazón,
cuando tengo la suerte de visitarlo. Pero sé que no estoy loco. ¿O quizás si?
Solo sé que no me siento preso del todo pues hace tiempo que comprendí que la
Libertad, la verdadera libertad está dentro de mí; es la libertad de espíritu
de mi conciencia. El universo entero se encuentra dentro de mí y no solo en lo
que me puede rodear. La libertad de cuerpo es importante, esencial, pero cuando
te es arrebatada no por ello se debe sucumbir al total dominio del hombre por
el hombre. Siempre quedará en un rincón el germen suficiente para brotar cuando
los tiempos sean propicios. Para el
alma, por llamarla de alguna manera, no hay más cadenas que las que yo pongo
por miedo a asumir mi vida y mis responsabilidades con valentía y los pesos que
mi conciencia no compensada me amarren.
Un día vendrá el nuevo
Reino al Corazón del Hombre y todos comprenderán. En verdad que siempre se es
libre si se penetra en la sala de los Sueños y se hace sin miedo.
¿Son imaginaciones mías?
¿Oigo pasos? ¿Hay alguien tras la puerta de mi celda?
viernes, 26 de septiembre de 2014
LUNA DE PERIGEO. POR DAVID MARIO VILLA MARTÍNEZ
La Superluna es una suerte de efectos especiales que nos
regala la naturaleza y que se completarán con las mareas
extremas. Por siglos se ha reconocido la influencia de la luna
en la agricultura y las mareas, así como en los ciclos
menstruales y nuestras emociones.
LUNA DE PERIGEO
Con los pensamientos evadidos, en
una realidad distinta de la que pisaba en esos momentos, Vicente abrió la
puerta del edificio y se introdujo en el ascensor. Apretó mecánicamente el
tercero, que sobresalía de entre otros números de la pared del pequeño espacio
y, una vez en el piso solicitado, salió al rellano y se dirigió hacia la
puerta: el 4 B.
Como si la llave que acababa de
introducir en la cerradura hubiera removido también sus conexiones neuronales, recordó
de pronto que no había recogido el correo de su buzón que, por pereza o
descuido, tendía a acumularse con frecuencia.
A medida que habían avanzado las horas
mañaneras también se había incrementado su impresión de que cualquier cosa que
realizara ese día le iba salir mal. Vivía esa amarga sensación, más o menos
subjetiva, de haberse levantado de la cama con el pie izquierdo, como se suele
decir coloquialmente.
Pensó, por un momento, que podía
recoger sus cartas y la inevitable publicidad al día siguiente. Ahora lo que le
apetecía era acostarse y esperar que al despertar todo hubiera sido un mal e
imposible sueño. Pero la intuición, uno de sus sentimientos premonitorios a los
que intentaba hacer caso, le empujó nuevamente abajo. Mientras deshacía el camino
recorrido segundos antes, repasó una vez más los extraños acontecimientos del día.
Nada más levantarse había
comprobado, pasmado, que la báscula añadía otros dos kilos a la cifra que le
diera días atrás. Cada vez que se pesada se prometía sí mismo que nunca más
volvería a pisar artilugios tan malignos cargados por el diablo, tan peligrosos
como las escopetas de caza. En realidad no transcurría más de una semana sin
que cediera a la tentación, para volver a comprobar que la ilusión de adelgazar
seguía siendo una quimera; un deseo inalcanzable. No disminuía un gramo a pesar
de su dieta diaria, del desayuno austero
de cada mañana antes de partir hacia el trabajo y que, en ese día, había sido
interrumpido al derramar su taza de té rojo sin azúcar. Masculló algunas
maldiciones, pero sacando a la fuerza su vena optimista, se alegró de que al menos el
té, como siempre, estuviera frío. Así se librado de una posible quemadura
incómoda y todo quedó solucionado con cambiarse de camisa.
El día continuó torcido, porque
con el inesperado percance llegó tarde a su trabajo y, preocupado por el
retraso, tardó en entender que su jefe había elegido ese día para comunicarle,
entre vagas justificaciones y una apariencia de pesar fingida y ensayada, que
debía despedirlo por ajustes de personal y que dejaría de trabajar en dos
semanas. No supo que decir; por otro lado hubiera sido inútil.
Estaba ante los buzones. Los
contemplaba con cierta indiferencia mezclada con gotas de repulsión ante las
inevitables facturas que, en el futuro, no sabría como afrontar. Tenía ganas de
volver a subir rápidamente a su casa y llamar a Javier, al que consideraba su
mejor amigo, para contárselo todo, vomitarlo como si fuera una indigestión con
nauseas tras una comida en un restaurante de higiene cuestionable. Necesitaba
desahogarse, comunicar a alguien su impotencia y frustración, oír unas
palabras de ánimo, compartir las neblinas con que el destino parecía cubrir su
horizonte.
Sacó abundante publicidad acerca
de odontólogos, reformas caseras a bajo coste, ofertas de supermercados,
comidas a domicilio, catálogos de muebles que no había solicitado y seis cartas.
De entre las del banco temido, una llamó inmediatamente su atención.
No tenía remite, pero en la dirección reconoció la letra de Javier: pulcra,
firme y ligeramente inclinada a la derecha. No pudo evitar abrirla con extrañeza y leerla,
mientras sus pies, acostumbrados al acto automático, le llevaban
de vuelta, ahora ya definitivamente, a su vivienda.
Antes creería a adivinos apocalípticos anunciando que el fin del del mundo se produciría al día siguiente, que imaginar
que fuera cierto lo que estaba leyendo. Su mejor amigo le confesaba su amor en aquella carta inesperada en la que se culpaba de que, a pesar de la gran
confianza entre ambos, le era imposible comunicárselo personalmente; que le era
duro, que tenía miedo a su reacción. Añadía que le visitaría a mañana siguiente para tomar un café.
Vicente sintió como la amistad
había sido asesinada por el amor. Las lágrimas acudían a sus ojos hasta anular
su visión y su mente, a una velocidad que le mareaba, procesaba la
situación de anticiparse a los frutos de la visita de Javier, al día siguiente, en un
ardor de una pasión que estaba muy lejos de compartir. Un amor ante el cual no
podía corresponder, una situación ante la cual no sabía actuar.
¡Se ahogaba! Las paredes, el
edificio, el mundo se conjuraban para cercarlo por los cuatro puntos cardinales y aplastarlo
en el centro de todas las cosas, en un extraño lugar de su mente donde todo venía
a nacer y todo acababa por morir en la nada. ¡Extraño cumulo de sensaciones las
de aquel día!
Salió a la terraza con la carta
arrugada, convertida en una bola de papel deforme, que apretaba en el interior de
una de sus manos. Fuera, tomó aire profundamente un par de veces en
inspiraciones largas y pausadas, regeneradoras, concentrado en el ritmo de su
propio aliento, con los ojos cerrados a todo lo que físicamente le rodeaba.
Cuando los abrió, la visión que
se iba deslizando delante de él le dejó inmóvil y carente de voluntad. Una super
luna llena enorme asomaba casi en su totalidad por encima de los edificios, con
una majestuosidad activa, a la vez que intimidante, de ciertos tonos rojizos. Era
una de las varias lunas de perigeo que tenían lugar en ese año y de las cuales
apenas se había percatado. En cierta medida era un efecto óptico. La ilusión se producía cuando la Luna
está cerca del horizonte. Por razones no comprendidas completamente por los
astrónomos y psicólogos, las lunas a baja altura se perciben anormalmente
grandes cuando se las ve a través de árboles, edificios y otros objetos en
primer plano. Cuando la ilusión de la luna amplifica una Luna de perigeo, el
orbe hinchado saliendo por el este, al atardecer, podía parecer muy cierto.
Vicente había oído, tiempo atrás, una poesía que recitaba como la luna se batía a cada noche en duelo con las estrellas. Esta vez, sin duda, la luna había ganado uno de los combates. Ya asomaba su faz sepulcral de fuego blanco, como si anunciara que aquella victoria fuera la definitiva.
Vicente había oído, tiempo atrás, una poesía que recitaba como la luna se batía a cada noche en duelo con las estrellas. Esta vez, sin duda, la luna había ganado uno de los combates. Ya asomaba su faz sepulcral de fuego blanco, como si anunciara que aquella victoria fuera la definitiva.
Contemplo la manera en la que el
astro ascendía el horizonte a medida que su cara redonda empequeñecía. Permaneció
un rato más absorbiendo aquella energía cósmica, confundido ante la infinitud e
intemporalidad del universo. Cuando entró en la sala de nuevo percibió como
una nueva fuerza, ya temporal, dirigía sus movimientos.
Al menos había paz interior…
Al menos había paz interior…
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