martes, 4 de diciembre de 2012

LA MUDANZA. DAVID M. VILLA MARTÍNEZ





 ¿Hay momentos irrepetibles e ilusionantes en nuestras vidas que pueden marcar un antes y un después?¿Somos conscientes de cuando empiezan y terminan?

LA MUDANZA  

Recogió la última caja que horas antes había formado parte de un grupo de diez u once, en las que había guardado sus libros y que, dispuestas en el suelo del salón, quedaron para concluir la mudanza.
A punto de traspasar la puerta y salir al pasillo que la conduciría hasta la calle, y soportando a duras penas el peso, cedió a la tentación de volverse. Contempló unos últimos segundos las paredes con los escasos elementos decorativos que originalmente poseía la casa alquilada, camuflados en esos momentos en una semi oscuridad que parecía destinarlos al olvido.
Insensible a la presión de las aristas de cartón que se le calvaban sin piedad en sus dedos, se abandonó al recuerdo, repasando, a medida que sus ojos que se acostumbraban a la oscuridad, los recovecos que durante seis años fueran cómplices mudos de sus alegrías y desdichas.
Todo rastro de nostalgia se esfumó, no obstante, al poner en marcha el coche, ya cargado, e iniciar el último viaje hacia la vivienda que comprara meses atrás, tiempo que había empleado en reunir los colores y las formas forjados en mil y una fantasías y proyectos que poco a poco había convertido en realidad.
Aparcó cuidadosamente cerca de la nueva casa, elevada hasta el tercer piso de un edificio de color marrón. Tras varias subidas y bajadas, realizó el viaje final, que concluiría finalmente su sueño: tener su propia casa.
Una vez más, subió los escalones y al parar delante de la puerta, no logró distinguir si el temblor de sus piernas era a causa del esfuerzo realizado o a la excitación, contenida con dificultad, ante la proximidad de algo tan largamente anhelado. Sosteniendo el bulto bajo un brazo, sacó con la mano libre las llaves de uno de sus bolsillos y tras abrir la puerta, con la caja empeñada en cambiar constantemente su centro de gravedad, casi se arrojó dentro de la vivienda.
Fue incapaz de evitar dar un grito prolongado al comprobar que el suelo que debía de haber pisado, y cuya instalación supervisó personalmente, había desaparecido y ella, seguida por la caja de libros, caía, sumergiéndose cada vez más en la oscuridad de un mundo amenazador y vacío.
Casi al instante la fuerza de la atracción inesperada que la obligaba a caer sin fin, fue sustituida por un dolor repentino en el costado y brazo izquierdos. Al sentir el frío del suelo y reconocerse al pie de la cama recuperó de golpe la conciencia, aún con el recuerdo intenso, casi real, del sueño del que bruscamente acababa de despertar.
Recogió los libros que, ahora dispersos por el suelo, debía de haber arrastrado desde su mesilla de noche en su corta caída. Aunque aún no había amanecido aprovechó para iniciar la mudanza a su nuevo hogar.
Resultó ser una jornada agotadora de viajes, subidas y bajadas, forcejeos, tropiezos, golpes, cardenales, carreras y sudores, pero a media tarde por fin recogió la última caja que horas antes había formado parte de un grupo de diez u once, en las que…