¿Hay momentos irrepetibles e ilusionantes en nuestras vidas que pueden marcar un antes y un después?¿Somos conscientes de cuando empiezan y terminan?
LA MUDANZA
Recogió la última caja que horas
antes había formado parte de un grupo de diez u once, en las que había guardado
sus libros y que, dispuestas en el suelo del salón, quedaron para concluir la
mudanza.
A punto de traspasar la puerta y
salir al pasillo que la conduciría hasta la calle, y soportando a duras penas
el peso, cedió a la tentación de volverse. Contempló unos últimos segundos
las paredes con los escasos elementos decorativos que originalmente poseía la
casa alquilada, camuflados en esos momentos en una semi oscuridad que parecía destinarlos
al olvido.
Insensible a la presión de las
aristas de cartón que se le calvaban sin piedad en sus dedos, se abandonó al
recuerdo, repasando, a medida que sus ojos que se acostumbraban a la oscuridad,
los recovecos que durante seis años fueran cómplices mudos de sus alegrías y
desdichas.
Todo rastro de nostalgia se
esfumó, no obstante, al poner en marcha el coche, ya cargado, e iniciar el
último viaje hacia la vivienda que comprara meses atrás, tiempo que había
empleado en reunir los colores y las formas forjados en mil y una fantasías y
proyectos que poco a poco había convertido en realidad.
Aparcó cuidadosamente cerca de la
nueva casa, elevada hasta el tercer piso de un edificio de color marrón. Tras
varias subidas y bajadas, realizó el viaje final, que concluiría finalmente su
sueño: tener su propia casa.
Una vez más, subió los escalones
y al parar delante de la puerta, no logró distinguir si el temblor de sus
piernas era a causa del esfuerzo realizado o a la excitación, contenida con
dificultad, ante la proximidad de algo tan largamente anhelado. Sosteniendo el
bulto bajo un brazo, sacó con la mano libre las llaves de uno de sus bolsillos
y tras abrir la puerta, con la caja empeñada en cambiar constantemente su
centro de gravedad, casi se arrojó dentro de la vivienda.
Fue incapaz de evitar dar un
grito prolongado al comprobar que el suelo que debía de haber pisado, y cuya instalación
supervisó personalmente, había desaparecido y ella, seguida por la caja de
libros, caía, sumergiéndose cada vez más en la oscuridad de un mundo amenazador
y vacío.
Casi al instante la fuerza de la
atracción inesperada que la obligaba a caer sin fin, fue sustituida por un
dolor repentino en el costado y brazo izquierdos. Al sentir el frío del suelo
y reconocerse al pie de la cama recuperó de golpe la conciencia, aún con el recuerdo
intenso, casi real, del sueño del que bruscamente acababa de despertar.
Recogió los libros que, ahora
dispersos por el suelo, debía de haber arrastrado desde su mesilla de noche en
su corta caída. Aunque aún no había amanecido aprovechó para iniciar la
mudanza a su nuevo hogar.
Resultó ser una jornada agotadora
de viajes, subidas y bajadas, forcejeos, tropiezos, golpes, cardenales,
carreras y sudores, pero a media tarde por fin recogió la última caja
que horas antes había formado parte de un grupo de diez u once, en las que…