lunes, 10 de febrero de 2014

FIN DE AÑO. POR DAVID M. VILLA MARTÍNEZ.



FIN DE AÑO

Cuando se toca fondo solo quedar subir.
(Dedicado a Celia por permitírselo)

Aturdida -y con los ojos bañados en un lugar en el que el ardor de sal es habitual- Dolores se incorporó en la cama y miró por tercera vez la hora en un pequeño reloj despertador digital. Odiaba el monótono “tic –tac” de los contadores de tiempo de toda la vida. Era el único objeto sobre la mesilla de color desigual que, en más de una noche, se convertía en una dolorosa prolongación del colchón tras inquietos sueños que le hacían moverse y dar vueltas sin fin en busca de la salida de sus pesadillas.

Aquella noche había pasado poco más de una hora y media desde que se acostara y el insomnio volvía a cabalgar desbocadamente, con brío, por los terrenos alterados de su conciencia. Tras un momento de vacilación, se levantó y, una vez calzada se dirigió hacia el baño camuflada con la oscuridad; se sabía demasiado bien los límites de cada uno de los rincones de la casa y solía prescindir de alguna luz en los paseos nocturnos a los que una incontenible excitación nerviosa le empujaba a menudo. Pero en ocasiones los dolorosos golpes en los meñiques de los pies hacían que descubriera la función de estos: orientar espacialmente los objetos y para no chocar contra nada extendía y cruzaba sus brazos en forma de equis protectora.

En el camino pensó que su nombre ahora tenía un sentido completo y esbozó una mueca a modo de sonrisa al descubrir que su mente cansada, la mortal mirada y guiarse a ciegas le mostraban aquella chispa de ironía.

Se movía sin oír sus propios pasos, pues sus oídos estaban protegidos con tapones de cera rosada para evitar la rotura del frágil sueño que tanto tardaba en aparecer cada noche.

Entró en el baño y pulsó el interruptor. Se colocó delante del espejo cuidando de no mirar en él, con la certeza -ya comprobada en otras ocasiones- de que la imagen reflejada sólo sería un esperpento de ella misma de mirada vidriosa y rojiza, enmarcada en unas ojeras oscuras en clara extensión.

Abrió el armarito y tomó un frasco de entre la pequeña colección de medicinas, vendas y pomadas que cohabitaban -en un orden sin reglas- con cremas, exfoliantes y otros productos cosméticos para realzar su belleza.

Con un enorme esfuerzo fijó la vista en la etiqueta impresa en un rojo fuerte, como el anuncio de peligro de muerte que supone el color vivo. Una idea terrible cruzó su mente como un relámpago, dejando a su paso un fulgor a la vez atrayente y amenazador.

Destapó entonces el frasco y, esparciendo  las pastillas en una de sus manos, contó bien las que quedaban. Con la mano abierta, Dolores comenzó de pronto a tiritar. Su cuerpo se sacudió con temblores cobardes y, antes de que pudiera cerrar la palma, varios comprimidos salieron despedidos y tuvo que agacharse para recogerlos; trastabilló en la búsqueda y cayó sobre el inodoro al intentar recuperar el equilibrio. La fría superficie, como un bálsamo estable, consiguió relajar su cuerpo y calmar su ánimo a través de la tela del pijama.

Su mirada -perdida por las hendiduras de entre los azulejos en dibujo- era atraída, ya sin voluntad, por un movimiento detectivesco. Frente a ella el grifo de la ducha dejaba escapar gotas de agua y caían a intervalos matemáticamente iguales como si imitara al reloj que tanto odiaba. No las oía pero las veía como si las vibraciones llegaran a comunicarse con su cuerpo.

Dolores vio en aquello el esquema de su vida: una sucesión de repeticiones vacías, de actos sin objetivo, de subsistencia simplemente vital sin sonido ni sustancia. La fugaz caída seguía produciéndose  sin cacofonía, percatándose entonces de que aún llevaba puestos los tapones se los ahuecó.

Entonces todo su ser se lleno de ruido. Una algarabía inquietante celebraba la noche más esperada, la alineación perfecta entre dos tiempos. El mágico 2014 pleno de promesas y de ilusión se extendía por las calles en ríos de gritos, alegría y alcohol.

Al quitarse totalmente los tapones algo se le rompió dentro. Notó como si los pequeños cuerpos auditivos hubieran abierto compuertas en el pantano de su inquietud destruyendo el muro de insatisfacción largamente alimentada. Se imaginó entonces en el centro de un remolino de agua, arrastrada por un aliento de fortuna que de nuevo la llevó hasta su habitación.

Recién salida del naufragio se reconoció poseedora de un impulso renovado y sometida por entero a él se dejó vestir, animada por la visión seductora de su simetría en el espejo del dormitorio. Más tarde se dejó maquillar, conquistada por los perturbadores aromas y, una vez traspasada la puerta de su casa, se dejó fluir hacia las voces que parecía salir de todas direcciones, al mismo tiempo que un espíritu de búsqueda le brotaba en su interior.

Cuando se acercó a una de las serpientes humanas que se movía anárquica y feliz  una mano se extendió hacia ella… Su flor de esperanza se abrió al fin y disfruto...

5 comentarios:

  1. Un relato reflexivo y para la superación...muy bueno!
    Felicitaciones por ello.
    Saludos.
    Ramón

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    1. Hola.
      Otro año coincidiendo en el concurso.
      Gracias por visitarme y dejar un comentario.
      Un Saludo y suerte en tu categoría.

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    2. A muchos esas fechas no nos agradan demasiado, pero hay que rehacerse y, como dices, superarse.

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  2. Enhorabuena David, hay un trozo del relato que me ha sabido a poesía, tan querida para mi.
    Un abrazo amigo.

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    1. Hola Antonio.
      ¡Que caros nos vendemos los dos!. Me alegra que el relato te guste y traiga a tu paladar esos sabores que tanto te llenan.
      En el fondo somos unos románticos.
      Un abrazo.

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