miércoles, 24 de abril de 2013

LECTURA DE "El CUENTA-CUENTOS" EN EL EVENTO LA NOCHE DE LOS LIBROS 2013 AUSPICIADO POR LA COMUNIDAD DE MADRID EN EL ESPACIO NIRAM


LECTURA DE "El CUENTA-CUENTOS" EN EL EVENTO LA NOCHE DE LOS LIBROS 2013 EN EL ESPACIO NIRAM 


Hay momentos que marcan nuestras vidas y que con los años. al revivirlos de diversas maneras, cobran un sentido nuevo. Tal vez no los comprendamos del todo pero nos ayudan a avanzar, a vivir la magia e incluso a perdonar.


EL CUENTACUENTOS

Si el rumbo de mi vida no hubiera hecho parada por segunda vez en una situación similar, yo no hubiera rescatado de la memoria dormida la primera vez que vi al cuentacuentos en la biblioteca del barrio, hoy en día cerrada y olvidada por las instituciones junto al centro cultural a causa de la crisis. Es algo que me duele a la vez que me indigna y ante lo cual he intentado movilizar al barrio con dispares resultados. Perdonad, me desvío de la historia… 

En esa primera ocasión yo apenas tenía siete años. Mi padre volvió aquella tarde a casa y madre nos había acostado a mi hermana de dos años y a mí a la hora acostumbrada de la obligada siesta. Ninguno de nosotros podíamos sospechar que nuestro sueño se vería interrumpido por un seísmo con aspecto de progenitor que nos removía mientras cantaba a gritos las excelencias del cuentacuentos, que había aterrizado en nuestro barrio y que no podía comenzar sin nosotros. Mi madre rió, me dio un beso en la frente y se quedó con mi hermana pequeña. Yo no entendía a que venía tanto alboroto y he de reconocer que lo que menos me apetecía era salir de la cama y vestirme como un pincel.

Desde la distancia que los años imponen, apenas si puedo acordarme del edificio modesto que era la biblioteca de aquellos años, del  salón lleno de sillas en filas circulares, quizás dispuestas así para disipar la realidad de unas estanterías feas de madera, unos libros muy usados con signaturas en los lomos y tomos llenos de colorido infantil en las estanterías más bajas, a nuestro alcance. El colorido estaba acentuado por las manchas de chocolate, grasa de los bocadillos de mortadela o chorizo y de bebidas de cola provenientes de meriendas impuestas o golusmeos furtivos. Sin embargo, aparecen nítidas y completas las imágenes del cuentacuentos, aquel personaje que aunque parecía fuera de lugar en el usual recinto destinado a la lectura, ocupó, sin yo saberlo, el espacio más profundo de mi corazón. Al poco me pareció comprender la expectación de mi padre, el hecho de ir tan bien vestido, como si fuera domingo. Aquella era una ocasión muy especial y en nada se parecía a lo que había vivido hasta el momento. Creo que no le pude agradecer lo suficiente aquella tarde juntos de tan excitado que estaba, aunque supongo que para él esa fuera una forma de hacérselo saber. Al llegar a casa, durante la cena, conté a mi madre atropellada e inconexamente lo que había visto, oído y sentido mientras ella escuchaba y gesticulaba exageradamente, como se suele hacer cuando los niños cuentan algo.

Aquél es uno de los últimos recuerdos que tengo de mi padre; camionero de profesión volvió al día siguiente a su trabajo. Una semana después se durmió al volante en una carretera secundaria en Francia, durante la noche, se estrelló...

Pasados algunos decenios, habiendo formado una familia propia, regresé a la “biblioteca” llevando a mi hijo, tal  como mi padre hizo conmigo y quiero pensar que sus padres, de una forma u otra, hicieron con él, con el fin de perpetuar aquello que nos proporciona felicidad y momentos mágicos.

Agarrado a su manita de seis años, nos introdujimos en el centro cultural que sustituía a la vieja biblioteca. Nos sentamos en el salón de actos en la tercera fila, bien centrados, rodeados de padres y madres acompañados de sus hijos y de algunos adultos sin descendencia presente pero que se sentían niños. La cacofonía de quejas, risas, lloros y reprimendas fue disminuyendo cuando él apareció, lleno de recursos, captando su atención y curiosidad en unos segundos.


Mi hijo disfrutó con la presentación, se río ante los gestos del cuentacuentos, escondiéndose casi debajo de mi abrigo, cuando él nos contaba sus aventuras más peligrosas o se enfrentaba a los enemigos más terribles...

Yo me complacía viéndole, seducido por sus pequeños movimientos. De pronto quedé aturdido, sorprendido  por la unión del presente y el pasado, por la superposición de la imagen del ayer y del hoy. El improvisado escenario se había oscurecido y en el centro de un inmenso foco de luz estaba situado el cuentacuentos, el mismo que visitó mi infancia. Era una de esas personas que podía  haber sido considerada  “corriente” en el sentido en el que su físico no destacaba especialmente; era de aquellas personas  a las que era complicado calcular su edad pero transmitía, vibraba, te seducía, te ganaba con su abanico de recursos desplegados como las plumas de un pavo real.

Su espectáculo seguía siendo tal y como yo lo recordaba; aquel hombre vivía y nos hacía vivir extraordinarias historias sacadas de los libros, corriendo con al trote de un caballo, agitándose con el contoneo sinuoso de una bailarina árabe, saltando en ágiles movimientos para esquivar dagas y espadas asesinas. Las Mil y una Noches – en versión infantil- se transformaban en mil personajes que se esfumaban, evolucionaban o reaparecían en una parte del relato.

Después, el comediante relajaba los brazos a lo largo de sus costados, miraba a ninguna parte y, cómo movido por los aplausos del público  se balanceaba levemente como si fuera un árbol mecido por el viento, esperando ausente a que cesaran las muestras de entusiasmo para iniciar otra ficción donde presentar a nuevos personajes y tramas, animales y lugares, el día y la noche, la lluvia y el sol, incluso la alfombra voladora de Tangu, bajo una apariencia humana.

Aquel espectáculo consiguió que los recuerdos, tantos años proscritos fuera del caparazón protector que me había construido, rompieran la coraza para hundirse en mi cuerpo como dardos agridulces, provocando una oscilación firme en la balanza de las alegrías y las penas. Fuera  por una cosa o por otra, porque por las dos se suele llorar, sentí que mis ojos se nublaban y busqué con la vista la figura de mi hijo, un asidero que consideraba seguro a la realidad.

Al volver la cabeza, sentí como mi asiento desaparecía y yo me hundiera en el vacío; el niño que se encontraba a mi lado no era otro sino yo con siete años, un niño feliz que se reía deslumbrado, que me miraba sin extrañarse de que yo fuera él mismo e inmediatamente caí en la cuenta de que, si este cuadro estaba completo, aquél que miraba mi doble infantil únicamente podía ser mi padre.

Entonces, la añoranza de ser aquel niño una vez más y volver a la vieja biblioteca o donde la buena suerte y mi padre quisieran llevarme, rompió la tela que enturbiaba mi visión y lloré en silencio, perdonando a aquél o aquello que me lo había arrebatado; perdonando a mi padre por haberme abandonado tan pronto aunque fuera en contra de su voluntad.

Para que el caprichoso círculo quede perfecto, cabal, cerrado, es importante decir que a partir de aquel día me redescubrí como escritor tras muchos años de abandono ante el folio en blanco, ante el miedo a las palabras sentidas, ante la repentina consciencia del poder y magia del vocablo para calmar la melancolía de una pérdida o la insatisfacción ante lo que se cree que nunca se llegará a poseer; ante la posibilidad de viajar sin tiempo, espacio a lugares reales o mágicos; o, tal vez -y esta es  una posibilidad que aún me trastorna, para cumplir un deseo demasiado lejano que me agarró el alma para siempre, al encontrar en un bolsillo del abrigo de mi hijo un programa de actividades insólito, descolorido, impreso con la frase “El cuentacuentos ha llegado”; un precio, dos pesetas y una fecha que jamás llegaré a olvidar.

2 comentarios:

  1. Qué bonito. Ojalá yo consiga tocar los corazones contando cuentos como tu personaje lo ha hecho. Es precioso este relato: toda un reconocimiento a los que narran; una delicada reconciliación con un pasado ficticio; un evocador regreso a la niñez y al niño que albergamos dentro y que espera que le dediquemos tiempo. Muy muy lindo, de verdad.

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  2. Hola Gema.
    Viniendo de otra escritora tus palabras son para valorar y agradecer mucho. Has captado lo que quería transmitir y no podía ser de otra manera ya que tu tienes esa pasión que compartimos con las letras.
    Has de saber que a la hora de leerlo he intentado aprender de todos vosotros: los cuenta cuentos.
    Ya me dirás cuando suba el vídeo.
    Besos para ti y para tu madre.


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