domingo, 31 de marzo de 2013

EN LAS FIESTAS PATRONALES





Cuando el servicio militar era obligatorio en este país un amigo me contó esta anécdota, de  como perdió su virginidad. Yo lo he dado mi toque personal y, a pesar de haberme declarado objetor de conciencia en una época complicada con todo lo que suponía, debo de reconocer que el tema de los uniformes no me es indiferente.


 EN LAS FIESTAS PATRONALES  



Tenía casi diecisiete años cuándo durante en las fiestas patronales del pueblo tuve la primera relación homosexual real. Hasta entonces la fantasía había suplido cuerpos y caricias. Había tenido los frecuentes devaneos sexuales con chicos de mi edad  en los que, de manera desinhibida, comparábamos miembros, tamaños, formas y vellos púbicos en compartidas masturbaciones comunitarias en los campos o cobertizos. En alguna ocasión logré convencer a uno de los más jóvenes de que me la chupara. El resultado no fue demasiado placentero. Se limitó a dar tres o cuatro lametazos con la punta de la lengua, conteniendo la respiración. Jamás pude introducirla en boca alguna y mucho menos follarme a nadie. Si era aceptada la masturbación recíproca, que sinceramente me excitaba mucho, sobre todo cuando el compañero expulsaba un fluido blanquecino y pegajoso que salpicaba las ropas con descaro y que al limpiarse o secarse dejaba cercos escamosos.
  Llegaron las fiestas patronales. Como era normal, la bebida alegraba las fiestas en los bailes pachangueros en la plaza del pueblo. Las parejas de viejos y jóvenes bailaban pasodobles con denodados esfuerzos y desiguales resultados. El olor a morcillas, chorizos y pescaditos recién fritos, a algodón dulce y palomitas de maíz, a churros y porras grasientos se fusionaban en el aire. Las comadres conversaban animadamente acerca de las distintas novedades de sus vecinos o indagaban sobre alguno de los forasteros hasta entonces nunca vistos en el pueblo. Los hombres se agolpaban a las puertas de los bares comentando lo duras que eran las faenas del campo, los problemas de los sembrados, los acuerdos de ayuda solidaria para recoger los frutos, o los resultados y jugadas más interesantes de los distintos equipos de fútbol. Los jóvenes guardaban cola  ante la noria o el péndulo, los niños tiraban llorando de las faldas de sus madres para montar en el tiovivo o los toboganes luminosos en forma de espiral, las parejas consultaban a la echadora de cartas para cerciorarse de la dicha futura o paseaban por la sala de los espejos entre jácaras y destellos: los solteros desparejados competían en las barracas de tiro al blanco, billares o aparatos diversos para medir sus fuerzas.
 En ese ambiente de camaradería y complicidad que se entablaba en las verbenas, todo el mundo se encontraba en las calles o terrazas improvisadas y generalmente ilegales a las que el Ayuntamiento hacía la vista gorda.
 En el parquecillo que antecedía a la entrada de la iglesia -en la actualidad de un irreconocible estilo románico parcheado-, unos mozos que estaban haciendo el servicio militar y que disfrutaban de unos días de permiso se habían acercado al pueblo para divertirse en los festejos. Bebía, reían y gritaban escandalosamente, con la vulgaridad propia de aquellos que no se conocía antes de incorporarse a filas pero que terminan compartiendo penas y alegrías durante meses.
 Desde entonces he quedado prendado de los uniformes, del aspecto viril que proporcionan, de la apostura y rudeza que desprenden. Así se lo comenté a mi colega Pedro en aquel momento, que asintió vivamente. Los tres mozos continuaron bebiendo largos tragos de una botella de vino tinto compartida. A sus pies yacían agotadas otras tres. Uno de ellos, él más alto y corpulento, fijó la mirada en nosotros con una  sonrisa en los labios, susurró algo a sus compañeros y se acercó con balbuceante equilibrio. Su distintivo regimental nos desveló que pertenecía al regimiento de legionarios zapadores.
  Nos saludo jocosamente y nos dijo que se llamaba Mario, que él y sus compañeros había venido a las fiestas y que tenían tres días de permiso. Añadió, haciendo un teatral gesto con la mano, que el pueblo era muy bonito y animado. Nosotros callamos; en realidad el pueblo es feo y aburrido. Luego nos dijo que él y sus compañeros querían bañarse en algún río o acequia cercanos, que hacía mucho calor y que como estaban bebidos el baño les  despejaría. Nosotros le dijimos que había un río a unos dos kilómetros de allí, cerca de la ermita de San Lorenzo, pero que sus aguas no eran muy profundas en aquella época. Él nos contestó que no importaba y que les indicáramos el camino. Pedro me dio un codazo de complicidad. La noche era oscura, no conocían la zona y no sería extraño que se extraviaran en aquellas condiciones. Además, mi amigo alegó que durante el trayecto nos podrían contar peripecias de su regimiento e inocentadas a los novatos…
 Mientras el dulzón aliento a vino agredía nuestras narices, el recluta hizo una señal a sus camaradas. Tras los viriles saludos de rigor nos encaminamos a las afueras del pueblo hasta que el olor y el retumbar a celebración se amortiguaron hasta convertirse en recuerdos. La noche era estrellada. Durante el camino contaron anécdotas de la vida castrense, uniformes, guardias, novatadas, arrestos, cuidado y manejo de las armas y entrenamientos. Como zapadores cavaban, minaban y horadaban para construir trincheras, fortificaciones, obstáculos antitanques, minas, galerías, túneles, zanjas y, evidentemente, zapas. Los imaginé  utilizando palas, badilas, piquetes, cizallas, mechas con detonador y explosivos bajo un sol justiciero. ¡Cuánto reluciría la sudación al ser traspasada por los rayos! De cuándo en cuándo los movilizados se echaban los brazos al hombro y cantaban a coro canciones picantes bromeando, pellizcándose el culo o sobándose las vergas con esa confianza que dan las duchas comunitarias. Varias veces simularon ofenderse persiguiéndose a carreras, fingiendo pelearse rudamente y con insultos. Todo teatro.
 Al llegar a la rivera del río los pichones de soldado se despojaron de sus uniformes de media gala con premura. Las guerreras verdes de botones resplandecientes, las oliváceas camisas sudorosas, los pantalones caquis, los cinturones cetrinos, los calzoncillos verduscos se confundieron con el oscuro verde agostado del campo. Incluso de noche percibimos las zonas blancas que habían sido protegidas por las camisetas o pantalones cortos durante las jornadas de instrucción. El contraste con el resto del cuerpo, tostado oscuro, me llamó mucho la atención. Dando saltos, cabriolas y chapoteos se internaron en las aguas. En la zona más profunda no llegaba a cubrir las ingles.
 Uno de ellos nos preguntó si no nos bañábamos y aseguró que el agua estaba estupenda. Otro nos preguntó con sorna si nos daba vergüenza y nos dijo que  en el cuartel, verse en pelotas era algo cotidiano; que verse el culo en las duchas no tenía remedio y que dentro de pocos años nos tocaría a nosotros.
 Aun deseándolo, nos desnudamos con timidez. Se nos puso la piel de ave de corral. El agua se encontraba demasiado fresca para mí y se me encogieron los genitales. Dos de los reclutas comenzaron a retozar salpicándose, haciéndose aguadillas o forcejeando. Entre gritos y blasfemias parecían chicos pequeños.
  -¡A por ellos! -gritó Mario.
 Entonces todos rozamos nuestros cuerpos, luchamos, nos asimos sin miramientos. Todos contra todos, todo valía, no había reglas… Así, cuando quisimos darnos cuenta estábamos empalmados y los miembros fueron considerados como una posibilidad añadida de ser aferrados.
 El corpulento Mario se dedicó a mí, que intente zafarme de las aguadillas mientras me agarraba por  el bálano. Al tomar unos segundos de descanso para recuperar el aliento sentí que me  agarraba el miembro con más fuerza y lo manipulaba con lentitud. Nos miramos y sin decirme nada acercó su boca a la mía. Me sentí sorprendido. Sentí su aliento espiritoso y me gustó. Ante mi desconcierto introdujo su lengua en mi boca y comenzó a moverla. Fue mi primer beso de tornillo; en realidad mi primer beso.
  El resto habían organizado una terna complicada en la que Pedro se encontraba a sus anchas al ser el núcleo de la dedicación. Con reciprocidad, tomé la culebra de agua de Mario en las manos, sorprendiéndome por su grosor y peso. No era demasiado larga, y si ruda y tosca, sobresaliendo del agua como el periscopio de un submarino. En las gruesas venas abultadas sentí un palpitar acelerado y espasmódico. Deseé fervientemente tenerla así cuándo tuviera su edad.
    Esa noche penetré a Mario ansiosamente, con impericia. Posteriormente, los cinco nos enfrascamos en una complicada danza en la orilla. Se confundieron cuerpos, flores, piernas, espigas, hormigueros, brazos, yerbajos, miembros… Al vestirnos, cada grupo se fue por un lado con los cabellos húmedos. Nos saludamos con la mano a la vez que renovaron sus pretensiones musicales. Pedro y yo descubrimos un mundo nuevo. No sabíamos si aquellos amantes ocasionales comentarían la orgía o se interrogarían al día siguiente: “¿Que pasó anoche? Estaba tan borracho que no me acuerdo muy bien”. ¿Eran gais, un desahogo ocasional? ¿Heterosexuales complacientes bajo el efecto del alcohol? Nosotros si tuvimos mucho de qué hablar, y durante mucho tiempo...
 Los mozos nunca regresaron al pueblo y nosotros no volvimos a ser los mismos. Habíamos perdido la virginidad. Las esquirlas a sabor a pecado que llevábamos clavadas en los genitales a causa de la atracción hacía los hombres fueron extraídas limpia e indoloramente. Desde entonces  los uniformes, la rudeza, la virilidad, la fortaleza se convirtieron casi en fetiches de mi libido, si bien luego tras esa imagen los prefería sumisos en la cama. En el fondo tal vez buscaba en ellos a Mario, a aquel que hizo despertar la realidad de mi homosexualidad convirtiéndome en el ser más feliz de la tierra.
  Desgraciadamente para mí, que deseaba hacer el servicio militar -no precisamente por motivos patrióticos-, mi nombre y número salieron como excedentes de cupo en el momento del sorteo de destinos. Nunca pude admirar de cerca la apostura que los atavíos militares prestaban, ni contemplar docenas de cuerpos desnudos  de compañeros en las duchas comunitarios
Años más tarde me encontré con Mario -ya capitán- en una sauna. Sintiendo nostalgia hablamos un buen rato y rememoramos viejos tiempos demostrándole en una cabina que ya no era tan torpe e inexperto.





miércoles, 20 de marzo de 2013

domingo, 10 de marzo de 2013

Reflexiones: La obsesión de tener pareja



LA OBSESIÓN DE TENER PAREJA


Por medio de mi cuenta de Google un amigo de Colombia me sugirió -en una discusión en uno de los grupos al que pertenezco- tratar este tema para varios países de América Latina, donde hay cuestiones e inquietudes comunes con España pero realidades diferentes.En España y en otros países gozamos de derechos que aún no se han conseguido en la mayoría. Por ello, si leéis aquí algo ya superado considerad que este blog recibe visitas de todo el mundo.

Reflexiones: La obsesión de tener pareja

Una enorme proporción de hombres y de mujeres gays (y como no también de heterosexuales) experimentan comúnmente un profundo sentimiento de frustración debido a que -en el mejor de los casos- no han hallado una pareja amorosa o, lamentablemente, a que se encuentran enfrascados en una relación que no es lo que esperaban y que, por el contrario, les desgasta, les ahoga y les hace terriblemente infelices.

En cualquier caso, tanto para el que no ha encontrado a la pareja ideal como para el que padece la condena de vivir literalmente con el enemigo, subyace la premura por conseguir una relación amorosa "perfecta" y, con ello, la promesa de satisfacer por completo (como si esto fuera posible) las necesidades emocionales, sexuales y hasta económicas de cada individuo de la pareja.

Al respecto, hay quienes aseguran que el amor más que una emoción que se pueda localizar en la anatomía del cerebro o en la química del cuerpo humano, es en realidad una construcción social; es decir, lo que se asume como amor en cada cultura o comunidad humana, es simplemente el conjunto de atributos, supuestas cualidades y definiciones, aceptadas por la mayoría como los componentes fundamentales de ese misterioso sentimiento. Así pues, todo lo que se haga para conquistar ese amor que todos añoran, es socialmente correcto, deseable y aceptable.

Todos gozamos enormemente cuando leemos novelas o vemos en el cine historias en las que una pareja -al final del cuento- termina unida, vence obstáculos casi imposibles de salvar, compartiendo y viviendo feliz su amor. Para nadie (o casi nadie) resulta repulsiva la idea de unirse a otra persona cien por ciento compatible y construir junto con ella una vida alimentada con respeto, sensualidad, aspiraciones, sueños, convicciones, sentimientos y logros comunes. "Y juntos vivieron muy felices", terminaban diciendo siempre los mejores relatos literarios, las novelas más impactantes y hasta los coloridos cuentos de Walt Disney.

Pero la cosa no es tan sencilla como nos la contaron. Sucede que el estereotipo de la relación de pareja perfecta que idealiza y venera la sociedad de consumo, tiene condiciones muy estrictas y pocas veces (o casi nunca) hay personas que protagonicen con éxito historias de amor y sus ensoñaciones cinematográficas. Por el contrario, son los testimonios del fracaso y del desamor, del desengaño, la decepción y la soledad los que nos parecen más comunes, vívidos y familiares. Muchos hombres y mujeres en nuestra sociedad conocen la experiencia del amor por vivir con intensidad su antítesis. Y aunque resulta también una experiencia emocionalmente intensa y válida, están convencidos de que lo que sienten y viven no es el amor, de que no puede serlo porque no es de color de rosa y azucarado como en el cuento que cada noche le leía mamá o papá.

La doctrina religiosa -sobre todo en Occidente- es tajante y, sin tocarse el corazón, abiertamente señala como fracasadas a las uniones que no buscan su aprobación sacramental, a las que (por la causa que sea) no traen hijos al mundo o a las parejas que se alejan de los cánones de conducta que establecen sus escrituras e iglesias. Por su parte, la ley (influenciada centenariamente por las máximas del dogma religioso) se da hoy golpes contra las paredes al ver transformarse las relaciones humanas que pretende regular, confrontándose cada vez más con la sociedad al tratar, de manera infructuosa, de imponer un concepto caduco de la familia, del matrimonio, del amor de pareja o de la justicia social. En los hechos, la institucionalidad del amor y de la vida en pareja se ha colapsado, tanto para la mirada "piadosa" de un Dios inquisidor como frente a los ojos cubiertos de la dama de la espada y la balanza.

Por su parte, las empresas de la comunicación masiva (tan distintivas de la sociedad contemporánea) todos los días dedican incontables esfuerzos, horas de discursos e imágenes, para ensalzar, darnos la pauta y reiterar la idea lícita de lo que se considera es -o debe ser- el amor en pareja. En mensajes de todo tipo y a través de medios impresos y electrónicos, se nos busca convencer de que quienes no vivimos en pareja y no nos comportamos como "es debido", somos mitad personas, humanos incompletos, medias naranjas, fracasados o una suerte de pecadores que no hemos sido capaces de concretar el éxito emocional. Pero, por fortuna y como lo ha demostrado Ugly Betty ("Betti la Fea"), siempre hay la posibilidad de encontrar el buen camino, de transformarse consumiendo los productos y los servicios que nos harán lucir funcionales, deseables, saludables, juveniles y prósperos (¡'ajá!).

Y el fin último de todo este consumo mercantilista será, desde luego, el de convertirnos en candidatos aptos para conformar un matrimonio tradicional y después formar una feliz familia nuclear (..."los seres vivos nacen, crecen, ¡se reproducen!.... y mueren", nos repiten insistentemente desde la escuela primaria). Cualquier otro tipo de trayectoria o de unión y, desde luego, de intención para institucionalizarla, es ilegítima, disfuncional, antinatural y, por tanto, justificablemente reprobable.

Según la publicidad masiva, a través del consumo de prácticamente cualquier producto (un auto, un desodorante, un perfume, un aceite comestible, una lavadora, una casa o un refresco) invariable y hasta mágicamente estamos propiciando la posibilidad de tener una relación de pareja ideal, legítima, funcional y socialmente deseable. En la mayor parte de los mensajes publicitarios con los que somos bombardeados diariamente, se interpreta que la felicidad no radica sólo en la convivencia humana de la pareja o en cosas como tener sexo con alguien atractivo; la felicidad es -sobre todo- aquel momento cuando los integrantes de la pareja alcanzan el poder adquisitivo suficiente como para subir en la escala social y logran consolidar -por fin- un patrimonio para reproducir a una nueva familia tradicional (con papá, mamá, hijos, hermanos, nietos...).

Para este discurso que sacraliza y hace válida una sola forma de unión (la pareja heterosexual viviendo en matrimonio), cualquier otra forma de convivencia o de familia no merece la pena tratar de entenderla y mucho menos de explicarla. Definitivamente, para el concepto de amor que prevalece en las sociedades contemporáneas, otras formas de pareja (como el amasiato, el concubinato y ya no se digan otras rarezas) son uniones monstruosas y antinaturales que atentan contra la reproducción y la permanencia de la vida y, desde luego, operan en contra de la sociedad. No hay vuelta de hoja.


La abrumadora mayoría de las parejas formadas por individuos homosexuales, a pesar de su evidente contradicción y subversión en contra de los cánones establecidos, busca adaptarse y reproducir los mismos esquemas de convivencia y los patrones de conducta diseñados para las parejas heterosexuales. Incluso, quizás sea por ello que para muchas parejas gays es determinante definir con claridad cuál será el rol sexual que cada uno jugará durante el desarrollo de este vínculo emocional en el que, llenos de esperanza, se busca el amor perfecto. En la mayor parte de los casos, en las parejas homosexuales uno es el sujeto activo y otro es el sujeto pasivo. Uno domina y el otro es sometido. Uno compra y el otro vende...

Ha sido tal la necesidad de muchas parejas gays por construir vínculos que se asemejen a los matrimonios heterosexuales, que durante la última década se han logrado consagrar en las estructuras jurídicas de muchas naciones y localidades, derechos civiles que reconocen su unión o que incluso se esté debatiendo en las cámaras legislativas la posibilidad de que parejas del mismo sexo adopten y eduquen a sus propios hijos.

Como sucede comúnmente entre hombres y mujeres heterosexuales, existe también entre las personas homosexuales una especie de urgencia emocional -muchas veces social- por tener una pareja amorosa que les complemente. El bombardeo publicitario al que todos estamos expuestos nos hace percibirnos como individuos incompletos o mutilados cuando no tenemos una pareja sentimental a nuestro lado, siendo entonces la respuesta más lógica complementarse con una pareja. Cuando esto no es posible, cuando la persona permanece sola sin una pareja con la que pueda construir el amor, la sociedad lo reprueba y lo margina (como lo hace invariablemente con el fracaso). En el caso de las mujeres heterosexuales es muy visible la crueldad social hacia el fracaso, al calificar a la que aún no se ha casado después de los treinta años de edad como "solterona" o "quedada" (adjetivos peyorativos de uso muy común). No todos ven en esto a una mujer independiente, emancipada, dueña de sus actos y decisiones.

Quizás por miedo al juicio puntilloso o al rechazo del grupo, pero sobre todo por el sentimiento de frustración que trae consigo el no poder degustar de las mieles que promete el amor ideal, infinidad de hombres y mujeres, de gays y heterosexuales, viven cotidianamente una obsesiva y neurótica búsqueda del ser amado, de la relación de pareja ensoñada. Desafortunadamente, el encuentro del amor ideal no es algo fácil ni accesible para todos (de no ser para el príncipe del cuento); pero, en cambio, la frustración parece ser la condición más generalizada entre los que viven enfrascándose en breves amancebamientos y hasta matrimonios que terminan siendo -en su percepción del amor- un total fiasco.

Para combatir la frustración de no poder encontrar el amor ideal, perfecto y funcional al que aspiramos, lo primero es dejar de creer en todo lo que se dice es y debe ser este casi intangible sentimiento humano.

Desmantelar la construcción social del amor y tratar de frenar el fluir de ese concepto que invade todas las venas del sistema (especialmente los días de San Valentín), no es cosa fácil y requiere de mucha voluntad y algo de inteligencia. En el camino hacia este fin, nos enfrentaremos con palabrotas como "monogamia", "fidelidad" o "promiscuidad", tan arraigadas en el juicio social en contra de los amores que se declaran diferentes (esos a los que con tanta pasión dirigieron su poesía hombres como el francés Jean Genet, el mexicano Agustín Lara o el estadounidense Walt Whitman).

Lo más trascendente y, sin duda, lo más gratificante para uno mismo, sucede cuando -alejados de la idea social del amor perfecto- comenzamos a reconocer y a disfrutar en todo lo que valen las relaciones afectivas que establecemos con cada una de las personas que comparten nuestra vida..., con cada amante, con cada amigo, cada familiar e incluso con cada enemigo.

Además de muy respetable, es de la mayor trascendencia el que la ley reconozca y regule las uniones civiles entre personas del mismo sexo (los popularmente llamados "matrimonios gay"). Esta es una conquista liberal, anti-conservadurista y que indudablemente ha ampliado los derechos civiles de miles de hombres y mujeres gays (antes marginados, perseguidos y discriminados en muchas partes del mundo). Sin embargo, en otros ámbitos de nuestra vida cotidiana, esa idea del amor perfecto que ha sido construida por la sociedad fluye y penetra -como la mismísima humedad- a diferentes escalas e intensidades en el discurso colectivo, en la psicología de los individuos, en los mensajes publicitarios de la comunicación masiva, en la economía, en la cultura y en los sistemas jurídicos locales y nacionales. La construcción social del amor lo corrompe todo, absolutamente todo.

Querer equiparar o buscar asemejar las relaciones afectivas de una pareja heterosexual con las de una homosexual, o viceversa, es ocioso. Ambos sentimientos emergen desde el fondo de nuestra naturaleza humana y ambos están expuestos al fracaso y a la frustración por no ajustarse fielmente a las premisas básicas que, supuestamente, garantizarían el éxito del amor (como si el amor fuera una contienda bélica o una confrontación de poder de la que hay que salir exitoso, ganador, vencedor). Cada pareja -gay o heterosexual- presenta su propia disfunción frente al sistema del amor perfecto y cada cual manifiesta su propio síntoma. Así, por ejemplo, el divorcio, el adulterio y el concubinato -entre otros supuestos jurídicos-, configuran conductas consideradas indeseables y que son sinónimo de fracaso en las relaciones que son reguladas por la institución matrimonial.

Para dejarse de tanto rollos: si eres una persona que siente una enorme necesidad de encontrar a una pareja sentimental con la cual complementar tu vida, y lo único que has conseguido con tu búsqueda casi obsesiva es acrecentar en tu interior un fuerte sentimiento de frustración y vacío, de que eres una media naranja o un individuo incompleto, entonces la mejor opción con la que cuentas es la de reinventarte, desmantelar y reconstruir completamente la idea que tienes del amor.

No somos partidarios de acuñar una definición precisa de lo que es o debe ser el amor y las relaciones de pareja gays, pues inmediatamente ésta se volvería limitada, impositiva -como lo es hoy- y hasta falsa. El amor, el concepto y no el sentimiento, quizás debiera ser algo muy parecido a la suma de las vivencias que hemos tenido a lo largo de nuestra historia personal con cada uno de nuestros amores (amantes, amoríos o como se les quiera nombrar), del gozo y del infortunio que junto a ellos vivimos, y finalmente, la manera en que esas experiencias han forjado -positiva o negativamente- a nuestra personalidad.

Aquí caben monogámicos y poligámicos, bugas y gays, hombres y mujeres...; cabe esa inmensa mayoría de gente que experimenta el fracaso por no protagonizar en carne propia ni poder realizar plenamente la construcción social del amor. Hay quienes han optado por sufrir su propio calvario lamentándose de lo que no fue, de lo lejos que estuvo su relación afectiva del "deber ser" del amor; pero por fortuna los hay quienes sólo toman de las personas (de una, dos o las que sucedan) lo mejor que les pueden dar. Felizmente, hay quienes se dan primero y que dan de sí siempre lo mejor.

lunes, 4 de marzo de 2013

LANZAMIENTO DE LA REVISTA DIGITAL GRATUITA "GAY+ART"





LANZAMIENTO DE LA REVISTA DIGITAL GRATUITA "GAY+ART"


Buenos días. Ya ha llegado el tan esperado día 4. Tal como estaba previsto un grupo multidisciplinar de artistas os ofrecemos la revista digital gratuita GAY +ART en el enlace

Si os gusta, por favor, compartid el enlace.

domingo, 3 de marzo de 2013

SUEÑOS DE ÁNGEL


SUENOS DE ÁNGEL



Especialmente escrito y dedicado a M. Z en su 20 + 50 + 20, a V.I.A.L. y a M. É (los tres en este día tres) con todo mi cariño, y con un guiño de agradecimiento a N.  



SUEÑOS DE ÁNGEL


Desde hace años, bastantes años se ha extendido una máxima que pretende reflejar una realidad que a mi modo de ver es exacta, pero también incompleta: “Hay otros mundos, pero están en este”. Sí, creo que hay otros mundos y siento que algunos de ellos obedecen al paralelismo de la individualidad del hombre con el resto de la humanidad. Hay conexiones invisibles de las que no somos conscientes y no nos percatamos. Hay  otros mundos, dentro y fuera de nuestro ser, de nuestra consciencia. Uno de ellos es el mundo interior. En ocasiones es personal e intransferible: nuestros deseos, esperanzas, anhelos y fantasías de hermosa y complicada arquitectónica. Esto es lo que nos hace, en gran manera, sobrevivir en este mundo, en esta realidad subjetiva que tocamos con las manos. En nuestro mundo interior forjamos nuestras defensas, nos encarcelamos o creamos nuestras victorias. Es una tierra en gran parte extraña y desconocida, incluso para nosotros mismos, en la que todo es posible, en la que los sabios encuentran las respuestas y los tontos disculpas a la ignorancia; donde las caprichosas musas susurran a los oídos de los hombres las cosas que parecían imposibles y en la que la belleza que se escondía en el fondo del alma solo encuentra vida y expresión a través de la pluma, los pinceles o el cincel, o simplemente mediante una mirada nueva o palabra compartida.

Estas divagaciones son ciertas para mí, aunque muchas veces lo olvide. Donde más difícil es   separar la realidad de la fantasía es en los niños, ya que hemos olvidado como éramos… Tienen una forma de vivir y ver la vida que hemos descuidado pues ya no nos maravillamos ante las cosas con sus ojos. Este mundo interior, esas dimensiones paralelas son tan reales o más como el exterior, con el cual estamos en contacto con nuestros cinco sentidos físicos. No podemos escapar de ninguno de estos mundos pues cuerpo, psique, espíritu propio y alma  que nos permite relacionarnos con el polvo de estrellas son los que nos hacen completos y por siempre intentaran integrarse en uno solo si nos escuchamos en el silencio.

Por ello, cuando alguien me cuenta asomos fuera de lo común -especialmente niños- intento no hacer juicios sobre si puede ser verdad o mentira bajo mis criterios o etiquetas si no si para esa persona es una realidad positiva y feliz que ha vivido en esa trasposición del tiempo y del espacio en la que con frecuencia nos vemos imbuidos sin darnos cuenta.

Hay mentiras descaradas, tomaduras de pelo magistrales, pero siempre se puede llegar a intuir, ciertamente con la probabilidad de equivocarse en algunas ocasiones, cuando es por malicia, por imaginación desbocada o por influencia de un ego entrometido.

Por lo dicho, cuando mi hija vino a mí con gran expectación para contarme lo que le había pasado la noche anterior, yo cerré la caja de la seriedad, compostura y prejuicios; guardé silenciosamente la llave, disponiéndome a gozar de la exorbitante vitalidad e inocencia de sus años. Y tal como me lo narró intento expresar lo que tanto me impresionó hace ya tantas décadas rogando recta intención de discernimiento, capacidad para transmitir y el uso de palabras sanadoras.

La habitación estaba a oscuras. El plácido sueño se reflejaba en el rostro de la pequeña Orquídea. Sus cabellos claros, sedosos y trenzados era uno de los orgullos de su madre. Su nerviosa respiración en algunos momentos, como la de todos los niños pequeños, resaltaba continuamente su afán de vida. Orquídea contaba apenas cinco años y ya estaba acostumbrada a dormir sola, en el piso de arriba de la casita de dos pisos con jardín en el que de vez en cuando las ardillas se mostraban muy confiadas para bajar a suelo desde los árboles. En su sueño suspiró; parecía tan frágil y vulnerable entre sus sabanas. Quizás los querubines se parecieran a ella, si no fuera tan traviesa…

Comenzó a gemir y, bruscamente, se despertó sobresaltada. Había tenido un mal sueño, un sueño malo –como diría ella-… Llamó a sus padres entre lágrimas y sollozos, pero no alcanzamos a oírla desde el salón del piso de abajo mientras veíamos un concierto en directo. Buscó  con nerviosismo la luz de su mesilla pero solo consiguió tirar su lamparita de la sirenita Ariel al suelo, quedando algo maltrecha. Rayos de luna se filtraban por entre las láminas de madera del estor. Como pudo, lo subió lo suficiente como para que la oscuridad fuera penumbra. Sus lágrimas se calmaron y su respiración se fue normalizando. Había descubierto una noche estrellada y era la primera vez que se daba cuenta de ello de verdad. Una cosa era verla por la televisión o las láminas de los cuentos, pero aquello… El silencio y aquella momentánea sensación de inseguridad y pequeñez le hizo sentir de una manera especial. Tras el mutismo, una sencilla pregunta salió de sus labios:

-¿Estás por ahí, mi niño dios?... ¿me puedes ver? Yo no te veo -dijo convencida- “A lo mejor y todo”, tú estás más solito que yo.

Para terminar de calmarse, con un incipiente reconocimiento y aceptación de una fe que aun no comprendía, empezó a recitar las oraciones que había aprendido hacía unas semanas: “Jesusito de mi vida” y “Ángel de la guarda”

Y una brisa suave, cálida movió el estor de la ventana abierta, acariciando su rostro anhelante de algo que no entendía. Ella seguía orando a su manera, con los ojos cerrados y a punto de dormirse de nuevo, sin percibir que tras ella una pequeña esfera luminosa salida de la nada comenzaba a tomar la forma de un ser angélico. Tal resplandor a sus espaldas hizo que Orquídea se volviera y con sorpresa contempló a un ser compuesto de Luz, de belleza incomparable y cariñoso aspecto. Sus cabellos eran cortos y oscuros, su piel ligeramente aceitunada, los ojos de un azul rasgado. Unos carnosos labios enmarcaban sus blancos dientes, sus manos parecían fuertes  pero no exentas de suavidad  y sus pies se encontraban descalzos. No era capaz de describir su ropaje.

-¿Quién eres tú?, ¿Cómo has entrado?- preguntó la niña con los ojos abiertos como platos, restregándoselos para asegurarse de que era cierto lo que veía- ¿Qué haces aquí?

El resplandor invadía de tal forma la estancia que parecía ser de día y todos los rincones eran bañados por la luz que emanaba y que no dañaba la vista.

-¿Acaso te infundo miedo?-preguntó él.

-¿Qué s i me “infun...que”?

-¿Que si me tienes miedo?

-No lo sé, creo que no...”¡Oye! ¿Dónde tienes las bombillas para alumbrar tanto? Brillas más que mi lamparita –dijo recogiendo del suelo a su querida Ariel destrozada.

-Mi luz es la luz de Dios, la de ese a quien has preguntado si estaba solo. Yo vengo en nombre de Él para decirte que está en el cielo y en todo lo que ves: en tus padres, en tu perrito, en ti, en todo lo que ves o que no ves.

-¿Entonces también está en esa repelente de Clarita, la que es tan plasta conmigo en la “guarde”?

-Si, también está en ella -afirmó el sonriendo-.
.
-¡Jo! ¡Qué pena!... si es así no podré meterme más con ella, porque si no es como si me metiera con Él, ¿No?

-Sí, así es. Debes de intentar respetar y querer a todos. Solo por hoy no te irrites o enojes –añadió-.Sería bueno que lo dijeras todas las mañanas al levantarte.

-¡Oye!, si no son bombillas ¿son velas mágicas?

-Lo que ves es Luz, es Amor, es Energía. Tú también los tienes, todos lo tienen. Tú eres Luz, tú eres Amor, eres Energía. Es algo que a la vez está dentro y fuera, que nos hace ser mejores.

-¿De verdad que yo tengo esas cosas? -Preguntó Orquídea excitada-, suena bonito, pero no lo entiendo bien.

-Y lo entenderás. Solo por hoy no te preocupes -afirmó-; dilo todos los días.

-¿Por qué hablas sin abrir la boca? ¿Eres uno de esos que hablan con las tripas y tienen muñecos a los que ponen voces?

-No, no soy de esos. No hace falta que mueva los labios para que me oigas. Es un poco pronto para que me entiendas. Ya te lo explicaré. Ahora metete en la cama que mañana tienes que levantare descansada para ir a la guardería. No se te olvide pensar todos los días que, solo por hoy has de hacer tus deberes con honestidad para cuando tengas que ganarte honestamente la vida.

Con una mirada el ángel levantó las sabanas y arropó a la niña.

-¡Huy!... ¿Cómo haces eso? ¡Enséñame! ¡Anda!
            
-Lo hago así porque no tengo cuerpo físico, no tengo un cuerpo como el tuyo. ¿Acaso me puedes tocar?

-No hace falta…te creo, aunque la verdad es que eres lo más raro que he visto. ¡Y eso que he visto el otro día un animal muy raro con un cuello muy laaarrrrrgo y otros con la nariz muy grandeeee!

-Si, soy un poco raro, pero no tanto como para que me compares con un animal con esa nariz –dijo él fingiéndose ofendido-. Recuerda todos los días que, solo por hoy has de ser amable con todos los que te rodean y respetar a todo ser viviente.

-¿Quién eres tú? , no me lo has dicho…

-No me lo has preguntado claramente, no dudes en preguntar varias veces.  Has oído hablar de los Ángeles de la guarda, pues en cierto modo me has llamado.

-Si, son Ángeles que cuidan de los niños, aunque no sé muy bien lo que es un ángel.

-Pues yo soy Norbiel, tu Ángel de la guarda enviado en tu nacimiento para protegerte durante toda tu vida.

-¿Tu? ¿Un ángel para mí?...replicó saltando de excitación en la cama.

-Si, un Ángel para ti, al igual que tu lo eres para mí. ¡Venga, acuéstate! Y recuerda que todos los días has de pensar en que has de agradecer todas las cosas de tu vida y ser agradecida con ella. Duérmete, duerme tranquila, no tengas miedo. Siempre estaré a tu lado, aun cuando te sientas sola, triste, vacía; aun cuando no creas en mí, en ti, en nada… o me olvides.

-¡Yo siempre creeré en ti! -protestó Orquídea-.

-De mayores nos soléis olvidar, pero es por eso: porque os habéis hecho mayores y no dejáis que el niño que fuisteis siga viviendo en vosotros. Ahora duerme, no te preocupes…

Una dulce y sosegada música, que no sabía de dónde venía, fue lo último que escuchó cuando se durmió, soñando con colores alegres…

Todo eso me contó tras mucho insistirle cuando vino a mí a la mañana siguiente para que arreglara su lamparita de la sirenita. Al principio no quería contarme como se había roto, ni por supuesto lo que había pasado después. En cierto modo creí entenderlo, pues un tesoro guardado parece más valioso cuando no se lo enseñas a nadie al no coincidir como tasarlo, cuando en realidad es al compartir su visión cuando reluce más al compartir los detalles.

Me admiré del enorme potencial de la mente del ser humano para crear cosas maravillosas, para imaginar viajes, sueños y héroes. Sin embrago, quedé extrañada al pensar en la precocidad de mi hija y que con tan solo cinco años se planteara conceptos como luz, amor, energía, respeto, así como algunas frases que decía bajito y que solían comenzar por “Solo por hoy…”

Por la noche, acostados todos, me puse a arreglar las conexiones para que la corriente eléctrica volviera a pasar por donde debía, con algo de pegamento arregle la base para que estuviera en solido contacto con la superficie donde se apoyara y adherí tres de las siete piedrecitas de colores diferentes en forma de estrellas de mar que se habían despegado. Aún estaba un poco torcida y tuve que enderezarla un poco para que la luz que salía de la cabeza de la Sirenita Ariel diera bien en el techo. Aproveche para limpiarla bien por dentro y por fuera; en ocasiones bastaron algunos roces suaves, pero en otras tuve que esforzarme tanto que pensé que se iba a romper de nuevo. Cuando me pareció que todo estaba bien –sería la una de la madrugada- quise darle la sorpresa de dejársela en su mesilla para que, al día siguiente, fuera lo primero que viera. Pero he aquí que al acercarme a su cuarto vi una gran luz que salía de debajo de su puerta –cosa extraña, pues la única fuente de iluminación que estaba a su alcance era la que tenia entre mis manos-. Quise abrir la puerta y dar cumplimiento a mi curiosidad. Sin embargo me quedé fuera, como si estuviera a punto de quebrantar un silencio importante.

Los cabellos se me erizaron y mi mente intentó ser coherente, incluso probé ser imaginativa para dar explicación a mis delirios. No conseguí infundirme del valor suficiente para entrar pues sentí miedo y absurdamente creí  que podía profanar una especie de santuario.

Intenté dormir, pero no lo conseguía. Solo pude recordar con nostalgia y cariño a ese Ángel perdido que en un tiempo creí tener pero que hacía tiempo había olvidado. ¿Por qué se rompió el encanto? ¿Por qué me hice mayor?

Solo tras unos momentos, largos y cortos a la vez, unas frases me tranquilizaron consiguiendo que durmiera dulcemente, con la paz e inocencia de un niño. Esas frases fueron, venidas de un lejano y casi borrado pasado, las siguientes:

-Si, un ángel para ti. ¡Venga, acuéstate! Duérmete, duérmete tranquila. No tengas miedo, ni frío pues siempre estaré a tu lado, aunque dudes de mi existencia. Lo importante es que todas las mañanas recuerdes lo siguiente: Solo por hoy no te preocupes, solo por hoy no te irrites o enojes, solo por hoy sé amable con todos los que te rodean y respeta a todo ser viviente, solo por hoy realiza tu trabajo honestamente y gana honestamente tu vida, solo por hoy agradece todos los dones de tu vida y sé agradecida con la vida… mi pequeña Margarita.

Y así es como recordé, y volví a ser niña de Luz, de Amor, de Energía hasta el día de hoy, mis queridos nietos...