LICENCIATURA DE VERANO |
(Gracias a Daniel García -compañero de Circulo Mundibook- por ponervoz y sentimiento a este relato en el Espacio Niram al no poder yo asistir)
El calor, el maldito calor no impide que "los chicos de alquiler"se ganen su sustento.
LECTURA DEL RELATO EN EL EVENTO "MALDITO CALOR" EN EL ESPACIO NIRAM: LICENCIATURA DE VERANO
Aun siendo las cuatro de la madrugada el bochorno de estas noches de
Junio es insoportable. El “portero” -un hombre maduro de rostro afable a la
vez que respetuoso- viste un uniforme azul y rojo. Inclinando levemente la
cabeza como señal de cortesía nos da la bienvenida al Hotel. Mi acompañante
corresponde; yo soy incapaz de articular palabra.
Traspasamos la balaustrada de hierro forjado -de al menos tres metros de
altura- y pisamos la larga alfombra roja como si fuéramos embajadores en visita
oficial. Admiro el techo, embobado, contemplando las inmensas lámparas de
cristal iridiscente. Antes de atravesar la inmensa puerta giratoria, flanqueada
por columnas dóricas, me fijo en los cuidados maceteros cuajados de flores
naturales.
-Gabriel, ¿sabes que el
precio no varía? –insisto agarrándole suavemente del brazo.
-De vez en cuando hay
que hacer alguna locura. Nunca he venido aquí, y me apetece conocer el hotel.
En cuanto al dinero... No soy millonario, pero dame este gusto -insiste
meloso-. Hace mucho que quería dormir en una de sus habitaciones, y esta noche
quiero hacerlo... contigo.
Con algo de malignidad disfruto de la incomodidad que siento ante la idea
de que page por mi y por estar conmigo tal cantidad de dinero. De haberme
llevado a otro lugar, incluso a su casa, posiblemente hubiera aceptado de mejor
gana, pero la presumiblemente escandalosa minuta me desasosiega un poco.
Simplemente me abro a esta experiencia, como he tenido que hacer en los últimos
meses desde que no me quedó más salida…
Debe de estar forrado de dinero de todas las maneras. Este capricho no
lo puede pagar cualquiera.
Me indica que espere mientras
él se acerca a recepción. Me
siento en un vistoso tresillo de color blanco impoluto con adornos dorados,
admirando su comodidad. Con el rabillo de ojo él ve como paso la mano por la
tapicería impulsado por una irresistible curiosidad al tacto: es suave y
agradable. Ahora lo hago de una forma insinuante, llena de intención para
excitarle. El recibidor no es muy amplio. Esta adornado con columnas nuevas, de
mármol resplandeciente, barrocos espejos, cuadros clásicos y relojes antiguos.
Intuyo que se ha prescindido del gran vestíbulo original, tal vez para evitar
curiosos y corrillos, habilitándose salones adyacentes, tal y como puedo
divisar desde donde me encuentro. En su casi un siglo de historia, reyes y
príncipes, aristócratas, la dorada bohemia intelectual de la generación del
noventa y ocho y del veintisiete, creadores de moda y de fortunas y
celebridades internacionales han creado, alimentado y mantenido su peculiar
estilo.
Jean Claude Van Erik, el tercer hijo de una familia de burgueses belgas,
había abandonado pronto las verdes praderas y las majadas de vacas por el
brillo de Madrid. Ambicioso, dotado de una notable intuición y orfebre de las
relaciones humanas, decidió hacer de la hospitalidad un arte. Antes de los
treinta años había conseguido comprar uno de los mejores hoteles de la capital,
El Dorado, destruido desgraciadamente durante la guerra civil. En aquellos
tiempos ya era el director del Mónaco. Años antes había conseguido contratar a
Mariano Rivera, el más célebre chef
de su tiempo. Con él formó pareja, tanto comercial como íntima. Además de cama,
compartían las mismas ideas: orden y limpieza en las cocinas, cuidada
presentación de los platos, calidad y frescura de los manjares hasta la mesa.
Con respecto a los clientes consideraron vital anticiparse a sus deseos y
satisfacer las más difíciles exigencias. El hotel debía ser perfecto, no
solamente bello sino también higiénico, eficiente, íntimo y discreto. Tras la
muerte del afamado cocinero -fusilado en la posguerra por “ser rojo y maricón”-
Jean Claude se sumió en una profunda depresión de la que no logró salir,
teniendo que abandonar la dirección del hotel. A pesar de ello, sus socios han
conseguido conservar tanto los ideales de servicio como su fama.
¿Cómo iba a pensar que mi carrera de arquitecto con honores tendría estas
peculiaridades? Cosas de la vida. Ahora
ya no se nota la climatización y comienzo a transpirar de nuevo.
Cuándo Gabriel dirige la vista hacía mí, vislumbro la mirada fija que me
dirige el recepcionista. Me siento avergonzado al pensar que me crean puto, un gigoló. En realidad es así; lo llamen
como o llamen soy un cuerpo en venta, un chapero, un chico de compañía, un
scort a la fuerza aún no muy acostumbrado a su nuevo oficio. No asimilo
encontrarme en un lugar donde se codean princesas, banqueros, representantes de
diversos gobiernos y grandes fortunas en general. ¡Y yo con pantalones vaqueros
ajustados “marcando tendencia” y una
camiseta sudada –eso sí, de marca-!
Regresa. Tras mio permanece la mirada del recepcionista. Tampoco me
importaría hacerle un favor. Un botones entrado en años de mirada afable que
dice “ya-lo-he-visto-todo” lleva las
llaves de la habitación.
-Ya está –dice Gabriel
con satisfacción.
-Tengo la sensación de
que el recepcionista me ha mirado de una manera –digo sin pensar-... no
demasiado amistosa. Vuelvo la cabeza y descaradamente le lanzo un guiño.
Colorado, simula revisar el libro de admisión. ¿Acabo de reaccionar como en la
película “Pretty Woman? ¡No doy crédito¡
El calor está haciendo estragos en mi. Solo me falta mascar chicle.
Mi cliente me tranquiliza diciendo que aquí deber haber un credo básico:
Ver todo sin mirar, oír sin escuchar, ser atento sin mostrarse servil, prever
sin parecer presuntuoso. El botones responde asintiendo con la cabeza -con
estoicismo- que así es.
La habitación se encuentra en el tercer piso. Esta totalmente alfombrada,
con chimenea -más decorativa que funcional- y amueblada al estilo Luis XIV. El
inmenso lecho de baldaquino ostenta un hermoso cubrecamas de chintz en tonos pastel, exquisitamente
combinados. La cómoda, el tocador, el tapiz y los cuadros me recuerdan al
Palacio de Versalles. Ambos nos sentimos como insaciables esponjas incapaces de
absorber el maridaje de lujo, arte y belleza que despide el cuarto. Y como esponja
me lanzo a precioso minibar con el propósito de reponer fluidos pasados y
aminorar los futuros.
-Tengo que reconocer –me
dice Gabriel, dejándose caer en el mullido colchón- que es la más barata. De todas formas es muy
bonita, ¿no? -pregunta mirando alrededor, como si buscara mi aprobación.
No replico; no sé qué decir ante este tipo de clientes. Como niños,
agarrados de la mano, admiramos las rutilantes lámparas, dorados y cortinajes
dobles adornados de pasamanerías. Al pasar al cuarto de baño nos encontramos
con un escenario a semejanza de una pequeña terma pompeyana, con una sauna, jacuzzi y mobiliario de mármol blanco a
la usanza de la época. En las paredes hay pequeños estucos imitando la época
flavia, con amorcitos, trofeos y bacantes. Sin cruzar palabra nos desnudamos mutuamente arrojando la ropa al suelo. Nos sumergimos en una cálida y
burbujeante fluidez. Sigo teniendo calor, pero al menos estoy aseado para
comenzar de verdad mi trabajo… mi nuevo trabajo… hasta conseguir la licenciatura.