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LOS ORGASMOS DEL VIGOREXICO |
Dedicado a M.A.V .con todo cariño, tal y como le prometí.
Algunos pasan por etapas en las que el cuidado de su cuerpo es esencial y una fuente de superación, de realidades e incluso fantasías.
LOS ORGASMOS DE VIGOREXICO
Roberto caminó erguido,
orgulloso de su cuerpo, con la presunción y exhibición de aquellos que lo han
cuidado y quieren transmitir su masculinidad ante los demás tanto como
convencerse a sí mismos de ella.
Tras la noche anterior se
sentía vigorizado. Natalia había insistido -sin que él se resistiera- en
amortizar la suite del hotel hasta el
último momento, antes de abandonarla a las doce. Esperaba que las aparatosas
manchas en las sábanas pasaran desapercibidas cuando las camareras asearan el
cuarto. Sabía que era estúpido preocuparse
por lo que pudieran comentar; al fin y al cabo no le conocían y estaban
acostumbradas a ver manchas de semen –entre otras cosas- todos los días. Habían
desayunado juntos, tardíamente, en una pequeña cafetería en la calle Cisneros.
Varios albañiles se quedaron mirando a Natalia y, su fuera de lugar vestido de
noche. Ante su indiferencia los obreros se la comían con los ojos, se daban
codazos y luego carcajeaban escandalosamente. Roberto pensó que aquel objeto de
deseo que ellos no podían tocar había estado entre sus brazos poco antes. Esto
le hizo sentir que se encontraba en un agradable escalafón de superioridad a
pesar de no encontrarse en un andamio. Ellos nunca sabrían lo que era yacer con
ella y de lo que era capaz. Culpable por haber devorado ávidamente cinco porras
junto a dos cafés con azúcar -pues no tenían sacarina-, se había consolado ante
la perspectiva de que durante aquella misma tarde, a base de constancia,
perdería las calorías ganadas con glotonería.
Ella se había mostrado
silenciosa, su mente parecía estar en otro lugar; no prestaba atención a la
conversación. Al contemplar sus ojeras -que no logró disimular el maquillaje- las
achacó al cansancio. A la luz del día seguía siendo bella, pero el misterio y
sofisticación de la noche habían disminuido notablemente, a pesar de haberse
retocado en el baño durante casi media hora.
“Al fin y al cabo es bastante mayor que yo, ¿qué esperabas?”-se explicó a
sí mismo-. Había intentando mantener
viva la conversación, pero sin demasiado éxito. La mujer que se encontraba
junto a él no era la dinámica y segura de sí misma de la jornada anterior. Al
despedirse, se habían intercambiado los números de teléfono móvil con cierta vergonzosa
premura.
Con aparente indiferencia se
encaminó a las barras para hacer unas dominadas. Era un magnífico ejercicio
para desarrollar los músculos de la espalda: él era un ejemplo evidente de su
indudable, a la par que sacrificada, efectividad. Se requería una gran fuerza
muscular para llevar a cabo el ejercicio con cierta dignidad y elegancia. Los
novatos solían desistir avergonzados a la cuarta o quinta repetición -si es que
llegaban-, necesitando en muchas ocasiones un compañero más avezado que les
ayudara a alzarse y disminuir el peso de su cuerpo, sosteniéndoles.
Alzó la vista, sabedor de
que algunas miradas distraídas contemplarían su evolución. Su joven ego
narcisista se sintió henchido, y por lo tanto reafirmado. Indudablemente
acudían al gimnasio otros cuerpos mucho más fuertes y desarrollados que el suyo,
pero no importaba mientras también gozara de su público. Se ajustó las
muñequeras, se agachó para cobrar impulso y, como un resorte, se lanzó hacia
las barras. Le satisfizo su precisión. Con una separación de las manos algo
mayor que la anchura de los hombros, permaneció colgado de la barra durante unos
segundos. Desde esa posición, ascendió hasta que la barra quedó por debajo de
sus clavículas, y el tríceps pegado al
dorsal. Tal como le habían enseñado cuando comenzó a asistir al gimnasio a los
dieciséis años no se dejó caer volviendo a la completa extensión de los brazos
-lo que le había propiciado una pequeña lesión años atrás-, sino que resistió
la tensión muscular con estoicismo. El ejercicio, inexplicablemente, le
proporcionaba un doloroso placer similar al erótico. Cada vez que el esfuerzo
era mayor, la tensión de sus sudorosos brazos se iba haciendo implacable. A
pesar de ello continuó –con la mandíbula apretada-, manteniendo el pecho salido
y respirando correctamente; aspirando el aire al bajar el cuerpo y expulsándolo
al llegar al final de la repetición. Al cabo de tantos años de práctica, el
proceso y la sincronía eran automáticos; por ello, pudo permitirse el concentrar sus
pensamientos en Natalia. Recordó sus caricias y su piel. Se imaginó desnudo,
realizando complicadas maniobras sexuales junto a ella, ambos colgados de la
barra, como si fueran trapecistas de un circo evolucionando sin red.
Finalizadas seis series de diez, se dejó caer suavemente sin perder el
equilibrio, se sentó y descansó; sólo lo suficiente para recuperarse un poco,
no permitiéndose mostrar su verdadero cansancio.
Una parte de él se sentía
tentada a llamarla durante los próximos días; otra, reconocía que, en el caso
de hacerlo, la relación nunca iría más allá de decrecientes escenas de cama y
relativa intimidad. Con el tiempo, si es que continuaban tratándose, podrían
llegar a ser amigos, pero desde luego no empalagosos enamorados. Emocionalmente
sólo conseguiría implicarse con un hombre, enamorarse de un hombre. Había sido
sincero durante el desayuno cuando le confesó que, si bien había disfrutado con
ella, sus preferencias bisexuales eran predominantemente masculinas. Ella no
había demostrado sorpresa, su rostro no se inmutó ni hizo comentario alguno,
quizá albergando la consabida esperanza de “redimirlo” totalmente para la
heterosexualidad, demostrando así el poder de su femineidad. Muchos caían en
aquel error de perspectiva y creían que el fracasar equivalía a un menoscabo de
su poder de seducción. “No -rechazó
Roberto-, es demasiado inteligente como
para pensarlo”. Llegó a especular sí que aquel silencio durante el desayuno
se podía atribuir a aquella revelación, pero lo cierto es que éste había
aparecido mucho antes, prácticamente al salir del hotel.
Roberto se levantó para
hacer unas series de bíceps crural. Se tumbó boca abajo, con los talones
enganchados en la parte del aparato giratorio, haciendo fuerza con el bíceps
crural hasta que el aparato se elevó con facilidad. La resistencia que ofrecía
no le pareció suficiente. Movió la clavija que equilibraba las pesas dos líneas
más arriba, sumando diez kilos al contrapeso de la máquina. Mantuvo todo el
cuerpo en contacto con el tablero apretando los glúteos para no levantarlos. La
presión contra la acolchada superficie y el inevitable deslizamiento le originó
una erección.
Desde donde se encontraba
contempló a un compañero de gimnasio haciendo aberturas con mancuernas. Era
Jorge, un joven moreno, bien proporcionado, con rizado vello en el pecho y algo
mayor que él. Se había matriculado tan solo unos tres meses atrás. Sus músculos
no estaban tan definidos como los suyos, ni eran tan voluminosos, pero
denotaban un trabajo constante y una equilibrada proporción. No habían
coincidido demasiado durante los entrenamientos y, cuando lo hacían, tal sólo
cruzaban unas palabras de saludo, comentarios triviales y adioses. Nada
personal... Roberto se sentía cada vez más atraído por él y procuraba estar
cerca suyo.
Jorge, con el propósito de
atacar directamente los músculos pectorales, se encontraba tumbado en el banco
con las mancuernas encima del pecho y los brazos semi-extendidos. Bajaba los
brazos hacia los lados, con los codos ligeramente doblados y las palmas de las
manos hacia arriba. A través de las piernas abiertas -sujetándose con los
tobillos al banco- asomaban sus genitales de entre unos vaqueros cortados casi
a la altura de la entrepierna. Algunos no utilizaban ropa deportiva a pesar de
que las normas del gimnasio así lo establecían. A la hora de la verdad, cada
uno vestía como quería sin que ningún monitor le llamara la atención por ello.
Roberto le contempló ensimismado, agradecido de que no llevara ni slips ni suspensorio, disfrutando aún
más de su ejercicio y de la situación privilegiada, intentando ajustar su ritmo
al de su compañero como si se encontrara sobre él, armonizando y complementando
ambos ejercicios en uno solo. El objeto de su deseo, al llegar a la posición
máxima, comenzó a subir nuevamente los brazos contrayendo los músculos durante
todo el movimiento, procurando no encajar los codos al finalizar el ejercicio,
realizándolo estrictamente, con lentitud.
La excitación de Roberto
llegó al clímax. Los gemidos del orgasmo pasaron desapercibidos, confundiéndose
con los del sufrimiento del esfuerzo físico. Finalizó las series cuando
finalizó su placer. Exhausto, permaneció unos instantes tendido, parpadeando
pero sin apartar la vista, jadeando ante aquel doble esfuerzo cardiaco. El
sudor corporal disimulaba la humedad de la corrida
Satisfecho de la placentera
jornada se duchó con la intención de sentir deslizar del agua fría sobre su
cuerpo para vigorizarlo nuevamente. En las duchas comunitarias compartió su
desnudez con un jubilado de sesenta y dos años que en unos meses, sin haber
hecho anteriormente ningún tipo de ejercicio, consiguió moldear su aspecto con
la armonía de un joven. Era extraño el contraste con su cara avejentada y llena
de arrugas, que conservaba el innegable atractivo de cuando fuera mozo. Roberto
le admiraba por su constancia y tenacidad. No conocía ningún caso como aquel y deseó envejecer como él.
Dejó el gimnasio,
despidiéndose virilmente de los compañeros y monitores, cargando sobre el
hombro la bolsa de deportes. “Ciertamente,
hacer ejercicio proporciona grandes satisfacciones -se dijo a sí mismo con
picardía.”
En las últimas veinticuatro
horas había hecho el amor en tres ocasiones: dos físicamente con una mujer, y
una con un hombre, en su imaginación. Hacerlo con Jorge en su mente durante
unos minutos le había satisfecho más que con Natalia durante casi toda la noche.
“¿Cómo
será tenerlo realmente entre mis brazos?”
Pensó que tendría que hacer
algo para intentar averiguarlo.
Mientas hacía ejercicio en el salón de su casa encontró la manera de hacerlo...
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LOS ORGASMOS DEL VIGOREXICO
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(RELATO INCLUIDO EN EL NUMERO DOS DE LA REVISTA GAY+ART)