El miedo es intrínseco al ser humano,nos pone en alerta ante los peligros.Sin embargo la fantasía y realidad son difíciles de discernir. La imaginación nos puede causar malas pasadas...o no.
EL BAILE MALDITO
Afuera estaba lloviendo.
Era de noche y hacía frío. Dentro de la aislada cabaña, resguardados por la
bebida y una compañía amena, un grupo de hombres y mujeres escandalizan
alegremente alrededor de una gran mesa de madera situada en el centro de una de
las estancias, iluminada por el amor de la lumbre.
En la mesa se encuentran
suculentas viandas exquisitamente preparadas por manos expertas, la bebida
espiritosa desborda los vasos con indolencia, las risas femeninas imitan el
cloqueo de las gallinas espantadas, las de los hombres como la de perros
retozando. Animación, despreocupación, goce relajado.
¡Y cómo silba el viento
en las montañas! ¡Y cómo penetra por las rendijas de la covacha! El temporal
arrecia ante la impasibilidad de la parentela.
El pueblo es una
aldehuela de montaña donde la tradición luce, sin cortapisas, su extravagante
imaginación. Los hombres son duendes caprichosos, imprevisibles; las mujeres
ninfas veleidosas, brujas disfrazadas. Todo sirve, todo vale.
Uno de los contertulios
se ha retrasado y viene sólo por los caminos sorteando los charcos, barrizales
y otras trampas de la oscuridad. Perseguido por el eco chapoteado de sus
propios pasos aprieta la marcha, inmerso en un confuso terror que le es difícil
interpretar. Aquellos que ni en elfos, hadas, duendes, magos, brujas, fantasmas
y dragones creen, nada pueden entender del miedo milenario que la oscuridad
causa. ¿Fantasía? ¿Realidad? Lo cierto es que la noche ofrece oportunidades
sobradas para que lo impredecible suceda.
En su etílico caminar su
imaginación se dispara, cree ver seres de cuentos y leyendas danzar ancestrales
movimientos que observa hipnotizado. ¿Ha bebido demasiado o tan solo lo ha
conjeturado? Un extraño atrapado por la casualidad en un aquelarre incruento.
En su delirio, aparecen y desaparecen ante él machos cabríos que huelen a heno
mojado, excitantes bambas vestidas de domingo que intentan enrollarse en sus
pies como grilletes mortales. En un charco, dos elfos cruzan espadas de madera
al son de una frenética música que ellos sólo pueden oír, parodiando
caballerescos duelos galantes de la época imperial. Las hadas, coquetas, se
maquillan mutuamente e intercambian el carmín; comparan sus vestidos, sacan
brillo su varitas. Ve a tres jóvenes brujos
a los pies de su maestro al que prestan atención: los conejos que eran gallos
crestas tienen. Las brujas están enamoradas no de hombres, entre ellas dos. Los
fantasmas, que son novatos, el verle se esfuman asustados pues se han dejado
los gritos que hielan la sangre en el congelador. Un dragón presumido saca
brillo a sus garras para cegar a los hombres y causarles más terror Los
peñascos envueltos en niebla junto con los cortinajes aguacerados prestan una
densa atmósfera de irrealidad al baile. De pronto, todo desaparece de su
mente. “Es sólo un sueño, una quimera
-se intenta convencer-, he bebido demasiado"
Su mano está agarrotada
en la botella que compró. Vino color sangre aguada, vino aferrado en acto
inconsciente de aferrarse a algo, todos los sentidos alerta, pendientes de
luces y sombras, ruidos y susurros dispuestos a dispararse ante la menor señal
de peligro.
Está calado hasta los
huesos, humedad sobre su piel, holgadas vestiduras que en nada le protegen de
la dura inclemencia. Echa un trago. Siente el vino en la garganta, experimenta
el delicado ardor en su vientre, y espera, espera a que el alcohol circule por
sus venas con la esperanza vana de entrar en calor.
Jadea. La cuesta es
demasiado pronunciada, es resbaladiza y traicionera. Las piernas se cansan, los
músculos se tensan y suda copiosamente a pesar del gélido ambiente que le
envuelve. El viento abofetea su cara, la golpea y la desgarra, le hace llorar
fatuamente pues aparentemente ninguna pena le espera. El frio se burla de sus
ropas, la carne muerde y hasta los huesos duelen.
El camino se bifurca,
gira a la izquierda y vuelve a bifurcarse. Duda. La oscuridad, el inconsistente
muro líquido confunde su memoria. El efecto del alcohol su visitón engaña, todo
parece moveré .Se decide. Da un paso, tropieza sin llegar a caerse, al intentar
guardar el equilibrio parece que danza. Aún no se divisa la casa.
Se ha alejado mucho del
pueblo, está en campo abierto, abierto al raso, abierto al viento, abierto al
miedo... A ambos lados del serpenteante sendero, unos olvidados muros de piedra
siluetean caprichosas figuras, como un infierno inventado de vacas y ovejas
grandes con dientes puntiagudos, devoradoras de carne prieta. A la derecha, la
pared se detiene violentamente, y en ella destaca algo más elevado, sentado,
inmóvil, a la espera.
Noche sin luna, noche
sin estrellas, noche cerrada por la lluvia y por la niebla.
¡Mas fíjate bien! ¡Es la
Muerte! No se mueve debajo de su manto color noche, no se inmuta bajo la
oscuridad extrema. Está aquí por ti, quiere verte pasar, contemplarte,
recordarte que más pronto o más tarde tienes una cita con ella. Esta vez no es
una visión. Es una presencia real y certera.
Aprieta los dientes,
cierra los ojos y sigue caminando irreflexivamente. Cálmate caminante, no te
llevará contigo esta noche, parece saciada. Pero, ¡Cuidado! ¡No la mires! ¡No
la encares! Si atisbas su rostro velado tendrá que iniciar contigo el Baile
Maldito, el que todos hemos de danzar un día, mas nunca nadie acabó; deberás
danzar con lentos pasos que en frenesí aumentaran dejando en ellos tu aliento,
consciente de tu final. ¡Cuidado! ¡No la contemples por mezquina curiosidad!
Humo difuso en la
chimenea. La casa se divisa. Ya el transeúnte se acerca con la lengua negra por
el pavor. La puerta chirría. Un viento más glacial que el del campo culebrea y
escapa por ella. El hogar está silencioso, en penumbras, no se oyen las risas,
ni música, ni cantos, ni el chocar las jarras de cerveza en brindis
anecdotarios. Apenas rescoldos y cenizas quedan en la hoguera. Copas vacías,
copas llenas; instrumentos musicales yacen en el suelo sin estrofas en el aire.
La cabaña está vacía, yerma se encuentra. Solo hay huellas negras que parecen
girar y girar cada vez con más fuerza
como si un ritmo frenético acabara en ellas.
¿Quién habrá ocupado
esta vez el lugar del caminante? ¿Todos? ¿Ninguno? ¿Han escapado despavoridos?
¿Quizá ha bailado un familiar querido, algún entrañable amigo u otro anónimo
viajero cuyo camino se cruzó, por azar o por destino, con el suyo? ¡Despéjate caminante; piensa!.. Sé cauto: si
Muerte cuida tus pasos, contempla tu ir y venir, te busca a ti mas no tu vida oscuras sombras conjurarán tu futuro. ¡Ha
elegido pareja de danza para un próximo Baile Maldito!