Somos lo que somos,con nuestras virtudes y defectos. Es en lo que somos donde,tras muchas experiencias, buscamos lo que queremos ser.
LA GOTA DE LUZ
Aquella gota de luz, un minúsculo átomo de claridad, curiosa
e inquieta con asomarse fuera de la red ardiente que la envolvía, y que la
preservaba, según decían sus compañeras, de la terrible y mortal oscuridad, no
dejaba de experimentarse a sí misma
Ella sabía por lo que le habían contado, que fuera del calor
que la unía a otras innumerables partículas luminosas, solo existía la negrura
de las tinieblas, el frío que extingue la vida; pero esto, lejos de
intimidarla, avivaba aún más su imaginación, estimulando su voluntad ante lo
que suponía el mayor reto de su ínfima existencia.
Había límites marcados, normas establecidas, modos de comportamiento por los que todas se regían,
pero ella se percibía incompleta a pesar de las grandes posibilidades que se
presentaban ante sí.
Mientras tanto, seguía naciendo en las farolas y tubos fluorescentes,
en las bombillas navideñas y en los focos de un teatro o de una feria, aunque
prefería el movimiento de la llama de una vela, donde mil y un corrientes
apenas perceptibles la balanceaban en una danza insinuante e hipnótica. Ardía
también en fuegos abrasadores, destructores y asesinos unas veces, reparadores
y festivos otras. Sin embargo la tarea que más disfrutaba era cuando, desde la nada,
crecía poco a poco, inflando las velas del amanecer, hasta que la luz lo
inundaba todo, o cuando se despedía lenta, pausadamente, bajo las mansas
sábanas del ocaso. Entonces, se vestía con colores encendidos, y en un arrebato
de coquetería se removía y contoneaba por el espacio, confundido su impetuoso
entusiasmo con la emoción serena al contemplar a su alrededor el horizonte de
un cielo fulgurante e ilimitado.
A pesar de todo ello, en alguna parte de su elemental anatomía sentía acrecentarse el vacío, el anhelo de hacer cierto deseo
ignorado, que la sumía en una tristeza inclasificable, en la que a duras penas
evitaba el naufragio, asida a una tenaz voluntad de búsqueda y a un recelo
innato de la rutina y la costumbre. ¡Tenía que haber más!
Cuando peor se encontraba, a punto incluso de que se desmoronara
su férrea autoestima, y tal vez para hacer cierto aquello de que Dios aprieta
pero no ahoga, su enigma vital encontró solución.
Dado su estado confuso, había sido enviada a un arcoíris. Se
estaba mudando del azul al rojo cuando observó algo que la dejó pasmada entre
ambos colores, arrobada por la sorpresa del encuentro con su propio destino.
Unos humanos miraban hacia ella y el más pequeño no paraba
de brincar, gritar y señalar en su dirección, alzando las manos en un vano
intento de agarrarla. Su sonrisa y pequeños saltos despertaron inmediatamente
su simpatía y su ternura, mas no fueron los que apresaron su atención, sino sus
ojos, provistos de un brillo que, como un castillo de fuegos artificiales, se
deshacía en chispas de marfil, virutas albinas de pureza e ingenuidad, con una
luminosidad que desde su minúsculo receptáculo competía, sabiéndose ganadora,
con la energía absoluta del Universo.
Y desde ese momento esta briza de nieve encendida, se sintió
completa, con la ilusión decidida de llegar a ser algún día tan solo aquello
que nunca fue capaz de imaginar: la luz de la mirada de un niño.