viernes, 10 de mayo de 2013

LOS ORGASMOS DE VIGOREXICO





LOS ORGASMOS DEL VIGOREXICO

Dedicado a M.A.V .con todo cariño, tal y como le prometí.

 Algunos pasan por etapas en las que el cuidado de su cuerpo es esencial y una fuente de superación, de realidades e incluso fantasías.

LOS ORGASMOS DE VIGOREXICO

Roberto caminó erguido, orgulloso de su cuerpo, con la presunción y exhibición de aquellos que lo han cuidado y quieren transmitir su masculinidad ante los demás tanto como convencerse a sí mismos de ella.

Tras la noche anterior se sentía vigorizado. Natalia había insistido -sin que él se resistiera- en amortizar la suite del hotel hasta el último momento, antes de abandonarla a las doce. Esperaba que las aparatosas manchas en las sábanas pasaran desapercibidas cuando las camareras asearan el cuarto. Sabía que era estúpido  preocuparse por lo que pudieran comentar; al fin y al cabo no le conocían y estaban acostumbradas a ver manchas de semen –entre otras cosas- todos los días. Habían desayunado juntos, tardíamente, en una pequeña cafetería en la calle Cisneros. Varios albañiles se quedaron mirando a Natalia y, su fuera de lugar vestido de noche. Ante su indiferencia los obreros se la comían con los ojos, se daban codazos y luego carcajeaban escandalosamente. Roberto pensó que aquel objeto de deseo que ellos no podían tocar había estado entre sus brazos poco antes. Esto le hizo sentir que se encontraba en un agradable escalafón de superioridad a pesar de no encontrarse en un andamio. Ellos nunca sabrían lo que era yacer con ella y de lo que era capaz. Culpable por haber devorado ávidamente cinco porras junto a dos cafés con azúcar -pues no tenían sacarina-, se había consolado ante la perspectiva de que durante aquella misma tarde, a base de constancia, perdería las calorías ganadas con glotonería.

Ella se había mostrado silenciosa, su mente parecía estar en otro lugar; no prestaba atención a la conversación. Al contemplar sus ojeras -que no logró disimular el maquillaje- las achacó al cansancio. A la luz del día seguía siendo bella, pero el misterio y sofisticación de la noche habían disminuido notablemente, a pesar de haberse retocado en el baño durante casi media hora. “Al fin y al cabo es bastante mayor que yo, ¿qué esperabas?”-se explicó a sí mismo-. Había intentando mantener viva la conversación, pero sin demasiado éxito. La mujer que se encontraba junto a él no era la dinámica y segura de sí misma de la jornada anterior. Al despedirse, se habían intercambiado los números de teléfono móvil con cierta vergonzosa premura.

Con aparente indiferencia se encaminó a las barras para hacer unas dominadas. Era un magnífico ejercicio para desarrollar los músculos de la espalda: él era un ejemplo evidente de su indudable, a la par que sacrificada, efectividad. Se requería una gran fuerza muscular para llevar a cabo el ejercicio con cierta dignidad y elegancia. Los novatos solían desistir avergonzados a la cuarta o quinta repetición -si es que llegaban-, necesitando en muchas ocasiones un compañero más avezado que les ayudara a alzarse y disminuir el peso de su cuerpo, sosteniéndoles.

Alzó la vista, sabedor de que algunas miradas distraídas contemplarían su evolución. Su joven ego narcisista se sintió henchido, y por lo tanto reafirmado. Indudablemente acudían al gimnasio otros cuerpos mucho más fuertes y desarrollados que el suyo, pero no importaba mientras también gozara de su público. Se ajustó las muñequeras, se agachó para cobrar impulso y, como un resorte, se lanzó hacia las barras. Le satisfizo su precisión. Con una separación de las manos algo mayor que la anchura de los hombros, permaneció colgado de la barra durante unos segundos. Desde esa posición, ascendió hasta que la barra quedó por debajo de sus clavículas, y el  tríceps pegado al dorsal. Tal como le habían enseñado cuando comenzó a asistir al gimnasio a los dieciséis años no se dejó caer volviendo a la completa extensión de los brazos -lo que le había propiciado una pequeña lesión años atrás-, sino que resistió la tensión muscular con estoicismo. El ejercicio, inexplicablemente, le proporcionaba un doloroso placer similar al erótico. Cada vez que el esfuerzo era mayor, la tensión de sus sudorosos brazos se iba haciendo implacable. A pesar de ello continuó –con la mandíbula apretada-, manteniendo el pecho salido y respirando correctamente; aspirando el aire al bajar el cuerpo y expulsándolo al llegar al final de la repetición. Al cabo de tantos años de práctica, el proceso y la sincronía eran automáticos;  por ello, pudo permitirse el concentrar sus pensamientos en Natalia. Recordó sus caricias y su piel. Se imaginó desnudo, realizando complicadas maniobras sexuales junto a ella, ambos colgados de la barra, como si fueran trapecistas de un circo evolucionando sin red. Finalizadas seis series de diez, se dejó caer suavemente sin perder el equilibrio, se sentó y descansó; sólo lo suficiente para recuperarse un poco, no permitiéndose mostrar su verdadero cansancio.

Una parte de él se sentía tentada a llamarla durante los próximos días; otra, reconocía que, en el caso de hacerlo, la relación nunca iría más allá de decrecientes escenas de cama y relativa intimidad. Con el tiempo, si es que continuaban tratándose, podrían llegar a ser amigos, pero desde luego no empalagosos enamorados. Emocionalmente sólo conseguiría implicarse con un hombre, enamorarse de un hombre. Había sido sincero durante el desayuno cuando le confesó que, si bien había disfrutado con ella, sus preferencias bisexuales eran predominantemente masculinas. Ella no había demostrado sorpresa, su rostro no se inmutó ni hizo comentario alguno, quizá albergando la consabida esperanza de “redimirlo” totalmente para la heterosexualidad, demostrando así el poder de su femineidad. Muchos caían en aquel error de perspectiva y creían que el fracasar equivalía a un menoscabo de su poder de seducción. “No -rechazó Roberto-, es demasiado inteligente como para pensarlo”. Llegó a especular sí que aquel silencio durante el desayuno se podía atribuir a aquella revelación, pero lo cierto es que éste había aparecido mucho antes, prácticamente al salir del hotel.

Roberto se levantó para hacer unas series de bíceps crural. Se tumbó boca abajo, con los talones enganchados en la parte del aparato giratorio, haciendo fuerza con el bíceps crural hasta que el aparato se elevó con facilidad. La resistencia que ofrecía no le pareció suficiente. Movió la clavija que equilibraba las pesas dos líneas más arriba, sumando diez kilos al contrapeso de la máquina. Mantuvo todo el cuerpo en contacto con el tablero  apretando los glúteos para no levantarlos. La presión contra la acolchada superficie y el inevitable deslizamiento le originó una erección.

Desde donde se encontraba contempló a un compañero de gimnasio haciendo aberturas con mancuernas. Era Jorge, un joven moreno, bien proporcionado, con rizado vello en el pecho y algo mayor que él. Se había matriculado tan solo unos tres meses atrás. Sus músculos no estaban tan definidos como los suyos, ni eran tan voluminosos, pero denotaban un trabajo constante y una equilibrada proporción. No habían coincidido demasiado durante los entrenamientos y, cuando lo hacían, tal sólo cruzaban unas palabras de saludo, comentarios triviales y adioses. Nada personal... Roberto se sentía cada vez más atraído por él y procuraba estar cerca suyo.

Jorge, con el propósito de atacar directamente los músculos pectorales, se encontraba tumbado en el banco con las mancuernas encima del pecho y los brazos semi-extendidos. Bajaba los brazos hacia los lados, con los codos ligeramente doblados y las palmas de las manos hacia arriba. A través de las piernas abiertas -sujetándose con los tobillos al banco- asomaban sus genitales de entre unos vaqueros cortados casi a la altura de la entrepierna. Algunos no utilizaban ropa deportiva a pesar de que las normas del gimnasio así lo establecían. A la hora de la verdad, cada uno vestía como quería sin que ningún monitor le llamara la atención por ello. Roberto le contempló ensimismado, agradecido de que no llevara ni slips ni suspensorio, disfrutando aún más de su ejercicio y de la situación privilegiada, intentando ajustar su ritmo al de su compañero como si se encontrara sobre él, armonizando y complementando ambos ejercicios en uno solo. El objeto de su deseo, al llegar a la posición máxima, comenzó a subir nuevamente los brazos contrayendo los músculos durante todo el movimiento, procurando no encajar los codos al finalizar el ejercicio, realizándolo estrictamente, con lentitud.

La excitación de Roberto llegó al clímax. Los gemidos del orgasmo pasaron desapercibidos, confundiéndose con los del sufrimiento del esfuerzo físico. Finalizó las series cuando finalizó su placer. Exhausto, permaneció unos instantes tendido, parpadeando pero sin apartar la vista, jadeando ante aquel doble esfuerzo cardiaco. El sudor corporal disimulaba la humedad de la corrida

Satisfecho de la placentera jornada se duchó con la intención de sentir deslizar del agua fría sobre su cuerpo para vigorizarlo nuevamente. En las duchas comunitarias compartió su desnudez con un jubilado de sesenta y dos años que en unos meses, sin haber hecho anteriormente ningún tipo de ejercicio, consiguió moldear su aspecto con la armonía de un joven. Era extraño el contraste con su cara avejentada y llena de arrugas, que conservaba el innegable atractivo de cuando fuera mozo. Roberto le admiraba por su constancia y tenacidad. No conocía ningún caso como aquel  y deseó envejecer como él.

Dejó el gimnasio, despidiéndose virilmente de los compañeros y monitores, cargando sobre el hombro la bolsa de deportes. “Ciertamente, hacer ejercicio proporciona grandes satisfacciones -se dijo a sí mismo con picardía.”

En las últimas veinticuatro horas había hecho el amor en tres ocasiones: dos físicamente con una mujer, y una con un hombre, en su imaginación. Hacerlo con Jorge en su mente durante unos minutos le había satisfecho más que con Natalia durante casi toda la noche.

“¿Cómo será tenerlo realmente entre mis brazos?”

Pensó que tendría que hacer algo para intentar averiguarlo.

Mientas hacía ejercicio en el salón de su casa encontró la manera de hacerlo...

LOS ORGASMOS DEL VIGOREXICO


(RELATO INCLUIDO EN EL NUMERO DOS DE LA REVISTA GAY+ART)

4 comentarios:

  1. Felicidades, me encantó en todos los sentidos, gracias!!

    (José Miguel)

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    1. Me alegro¡¡¡
      Me están pidiendo una continuación. ¿Quien sabe?
      Un abrazo

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  2. Me ha encantado!!!! Queremos continuación.....

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    1. Valla¡ pues tendré que ponerme manos a la obra¡ :)

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