EL HERRERO LOCO DE MAYRIT |
EN LA ANTIGUA MAYRIT DE LOS ÁRABES (MADRID) UN HERRERO MALDECIDO POR LA ESTRELLA BINARIA ALGOL ES CAPAZ DE CAMBIAR LOS DESIGNIOS DEL PROPIO ALÁ.
EL HERRERO LOCO DE MAYRIT
EL HERRERO LOCO DE MAYRIT
El joven herrero lo intuye de sí mismo; los demás lo saben con certeza: ¡está loco!. Los astrólogos del Alcázar de Mayrit aseguraron que en su carta astral se encontraba la nefasta influencia de Algol, la eclipsante estrella doble maldita. Con excepción de los siete astros errantes conocidos, es decir, el Sol, la Luna, Mercurio, Venus, Marte, Júpiter y Saturno, el resto del Universo es considerado inmutable, y las estrellas puntos de luz adosados firmemente a la esfera celeste.
Todos los consejeros árabes estuvieron de acuerdo en su reclusión; todos menos yo: ¡Al fin y al cabo tengo algo de loco! Acostumbrados a atribuir causas sobrenaturales a todo lo que no comprendían, se dieron cuenta de que había un astro que, de manera repentina e inexplicable cambiaba su brillo de manera similar a como lo hacía, según la tradición mitológica, la Gorgona Medusa, divinidad femenina de los infiernos, que convertía en piedra a toda víctima de su mirada.
Desde la alta torre de la fortificación levantada por el emir cordobés Muhamad I en la que se encuentra confinado el desquiciado desde los siete años, junto a otros reclusos sin nombre ni juicio, el herrero no podía sustraerse de cuando en cuando a la tentación de contemplar su obra. Lo hacía a escondidas, disimuladamente, con cierta vergüenza en sus mejillas, manteniendo un nexo emocional que sabia vetado. En su caso, el hecho de que el objeto de su atención tuviera su origen en un desacierto convertía aquella vigilia en algo reprobable.
A causa de aquel suceso se atareaba a diario en los talleres del firmamento, forjando armaduras de perfección, destinadas a cubrir el cuerpo mortal de unos pocos elegidos. Desde el principio había demostrado su habilidad para fraguar, con un molde carente de tiempo, el armazón de voluntad que había de ser sustento de las virtudes, donadas como regalo de un azar caprichoso e inesperado.
Mejorando el espectáculo del más afamado funalbulista lanzaba al aire los tornillos del absurdo, que en un vertiginoso cruce caían de asombrosa manera sobre los agujeros apropiados, logrando en su danza particular conectar la fantasía y la realidad. En ocasiones dejaba algún tornillo sin colocar, en un intento por trazar la línea fina que separa el abatimiento sin remedio, del gozo que, como una avalancha cósmica, lo inunda todo, y que en su precario equilibrio establece los cimientos de la creación y el descubrimiento.
Sin embargo, cuando más disfrutaba el herrero loco, era en el reparto de adornos que colocaba en hombreras, pectoral y cada una de las dos mangas. Saltando en círculos en su frenética danza distribuía la sorpresa en mil apariencias y colores, capaces de transmutar la rutina y el tedio en humo gris que el viento limpia. Finalmente, con brochazos vigorosos, cubría todo su trabajo con el ansia de búsqueda, una pátina que hacia refulgir aquel esqueleto incorpóreo con resplandor cegador y eterno.
Mucho tiempo atrás, su porvenir apuntaba a un destino bien distinto. Recibió entonces el encargo de hacer su primera entrega y, trazando espirales con su alma se subió a lomos de una Ababil, una de las aves fabulosas del Corán enviadas por Alá para atacar a los abisinios frustrando el sitio a la Meca en el mismo año del nacimiento deMahoma. Se desplazó sobre la portentosa ave juguetonamente hasta el patio de su emir, el núcleo central de la ciudadela islámica de Mayrit… Planeo sobre el recinto amurallado compuesto por el castillo, una mezquita y por la casa del gobernado. Fue ahí donde la fortuna, en un antojo molesto, comenzó su sinuosa huida.
Subido al ave gloriosa se coloca en posición. A sus pies un grupo de niños está a punto de entrar en uso de su razón escondida, juegan en un bullicioso desorden sin ser demasiado conscientes de que su patio de juegos permite la vigilancia del camino fluvial del Manzanares, clave en la defensa de Toledo ante las frecuentes incursiones de los reinos cristianos en tierras de Al-Ándalus
Apartada de la algarabía, llama su atención una niña cuyo rubio pelo de oro se expande en ondas inapreciables hasta llegar a su cintura, resaltando su rostro ovalado, magnifico, de blanca y suave piel, en el que resaltan dos bellísimos ojos azules de mar y una dulce y serena boca. Ese es su propósito: la pequeña rehén cristiana de su emir.
El herrero trastornado se coloca entonces justo encima de la vertical de la beldad dispuesto a arrojar sobre ella la coraza de las virtudes. Pero perdiendo el equilibrio por su frenético baile sobre la Ababil -o por el eclipsamiento inoportuno de una de las estrellas dobles de Algol- el objeto invisible resbala de una de sus manos y, tras un forcejeo breve, recuperado finalmente el control, se desprende por fin de la coraza con un impulso glorioso.
La escena dura unos instantes, una fracción ínfima en la longitud perpetua de la existencia, pero suficiente para que la inocencia rubia se vea sacudida por un sólido empujón que le hace caer al suelo llorando. Su ángulo es entonces ocupado por otra muchacha, morena con tez olivácea, de apariencia generosa, con picaros ojos y la boca fruncida en un gesto de terquedad que, con los brazos en jarras le grita si juega o no. Es Nadira, la hija de la cocinera del gobernador, cuyo nombre significa salud, felicidad, rara, preciosa, fase iluminada…
Sobre esa figura rotunda se derraman las gracias en un remojón equivocado con el único efecto visible de una ligera brisa tras la que, impaciente, se desprende con ímpetu en una tosca carrera hasta el grupo de niños que continua gritando y riendo.
Aquella fue su única entrega. Desde entonces su actividad se limita a fabricar aquello que otros deben repartir, como castigo de un mundo superior que aborrece cualquier ínfimo atisbo defectuoso. A pesar de ello, el herrero loco no cambiaría nada del pasado y cuando encuentra la ocasión de asomarse hacia lo material con un clandestino seguimiento, no puede evitar desear la pausa definitiva del tiempo, arrobado como un padre terrenal en la admiración de aquella muchacha mezcla de fuerza creativa, de tozudez y de irreflexiva espontaneidad que, vestida ya de mujer con lino ligero y velo, avanza dirigida por tres empeños:
¡Pensar, sentir, vivir…! Independientemente de lo que quiera el demonio árabe B Persei... ¡Ella es inmune al “heredado” influjo de Algol que enloqueciera al herrero que le proporcionó su inconsciente pero tenaz y brillante coraza!
De un "loco herrero maldito" vino a Nadira su gozo por la vida.