Todos podemos ser creadores...Cada uno debe decidir cual es su mejor obra maestra.
EL ARTESANO
Ese día el artesano tenía
dificultades para concentrarse en lo que sus manos tallaban. La madera se le
antojaba áspera, estéril, torpe para descubrir la maravilla de sus formas y
volúmenes a medida que con los golpes maestros, perfeccionados a fuerza de ser
repetidos, arrancaba del tronco macizo, aún cubierto en parte por la corteza
oscura, astillas finas, de unas dimensiones breves, casi medidas.
Nunca hasta el momento había sido
tan consciente de lo limitado de sus intentos por devolver parte de su fuerza
primitiva a aquello que fue sólido sustento del milagro verde de la Naturaleza.
Esculpía una imitación del movimiento en figuras congeladas, cincelando el brillo
de una mirada bajo una capa de barniz, adornando de colores vivos lo que ya no
tenía vida.
Tras haber visto su gran obra,
cualquier intento de apartarla de su pensamiento era fútil; la contemplaba como
si estuviera en su presencia y su fantástica visión hacía que todos los objetos
que habían salido de sus manos, alabados en exposiciones y codiciados por
coleccionistas y decoradores, quedaran sin valor, reducidos a reflejos
pasajeros del arte auténtico.
Siguiendo un apremiante impulso,
abandonó el taller, con tal urgencia que olvidó colocar el cartel que
rezaba:”vuelvo en unos minutos”. En el trayecto hacia su casa recordó la
omisión, pero fue incapaz de alterar su camino, sus pies, como si fueran dueños
de voluntad propia, no parecían
dispuestos a perder un solo minuto en regresar.
A pesar de que no lo esperaba
aún, su compañera no se extrañó al verle llegar, aún antes de confirmar en sus
ojos la causa de su vuelta anticipada.
Caminó hasta el dormitorio y
contempló, exhausto por la carrera y ahogado por la emoción, el comienzo de la
vida, impresionado como el primer día ante la fragilidad de la cabeza menuda, ahora lo único visible de la figura en reposo. Advirtió el pequeño torso,
apenas dilatado por una leve y tranquilizadora respiración, que mecía
suavemente las alegres sábanas; las proporcionadas extremidades que se
estiraban y encogían en intervalos irregulares en una comunicación sin
palabras.
Sin apartar la vista del
ignorante durmiente, acercó una silla y al sentarse, sintió las manos de su
mujer apretando sus hombros. Estiró una de las suyas hacia el pequeño
cuerpecito para asegurarse, una vez más, de su realidad y -ajeno a todo lo que
no estuviera en aquella habitación- disfrutó, perdido el control del tiempo, de
la más perfecta de sus creaciones:
Su hijo.