FIN DE AÑO
Cuando se toca fondo solo quedar subir.
(Dedicado a Celia por permitírselo)
Aturdida -y con los ojos bañados
en un lugar en el que el ardor de sal es habitual- Dolores se incorporó en la
cama y miró por tercera vez la hora en un pequeño reloj despertador digital.
Odiaba el monótono “tic –tac” de los contadores de tiempo de toda la vida. Era el
único objeto sobre la mesilla de color desigual que, en más de una noche, se
convertía en una dolorosa prolongación
del colchón tras inquietos sueños que le hacían moverse y dar vueltas sin fin
en busca de la salida de sus pesadillas.
Aquella noche había pasado poco
más de una hora y media desde que se acostara y el insomnio volvía a cabalgar desbocadamente,
con brío, por los terrenos alterados de su conciencia. Tras un momento de
vacilación, se levantó y, una vez calzada se dirigió hacia el baño camuflada con
la oscuridad; se sabía demasiado bien los límites de cada uno de los rincones
de la casa y solía prescindir de alguna luz en los paseos nocturnos a los que
una incontenible excitación nerviosa le empujaba a menudo. Pero en ocasiones los
dolorosos golpes en los meñiques de los pies hacían que descubriera la función
de estos: orientar espacialmente los objetos y para no chocar contra nada
extendía y cruzaba sus brazos en forma de equis protectora.
En el camino pensó que su nombre
ahora tenía un sentido completo y esbozó una mueca a modo de sonrisa al
descubrir que su mente cansada, la mortal mirada y guiarse a ciegas le mostraban
aquella chispa de ironía.
Se movía sin oír sus propios
pasos, pues sus oídos estaban protegidos con tapones de cera rosada para evitar
la rotura del frágil sueño que tanto tardaba en aparecer cada noche.
Entró en el baño y pulsó el
interruptor. Se colocó delante del espejo cuidando de no mirar en él, con la
certeza -ya comprobada en otras ocasiones- de que la imagen reflejada sólo sería
un esperpento de ella misma de mirada vidriosa y rojiza, enmarcada en unas
ojeras oscuras en clara extensión.
Abrió el armarito y tomó un
frasco de entre la pequeña colección de medicinas, vendas y pomadas que cohabitaban
-en un orden sin reglas- con cremas, exfoliantes y otros productos cosméticos
para realzar su belleza.
Con un enorme esfuerzo fijó la
vista en la etiqueta impresa en un rojo fuerte, como el anuncio de peligro de
muerte que supone el color vivo. Una idea terrible cruzó su mente como un
relámpago, dejando a su paso un fulgor a la vez atrayente y amenazador.
Destapó entonces el frasco y, esparciendo
las pastillas en una de sus manos, contó
bien las que quedaban. Con la mano abierta, Dolores comenzó de pronto a tiritar.
Su cuerpo se sacudió con temblores cobardes y, antes de que pudiera cerrar la palma,
varios comprimidos salieron despedidos y tuvo que agacharse para recogerlos; trastabilló
en la búsqueda y cayó sobre el inodoro al intentar recuperar el equilibrio. La
fría superficie, como un bálsamo estable, consiguió relajar su cuerpo y calmar
su ánimo a través de la tela del pijama.
Su mirada -perdida por las
hendiduras de entre los azulejos en dibujo- era atraída, ya sin voluntad, por
un movimiento detectivesco. Frente a ella el grifo de la ducha dejaba escapar
gotas de agua y caían a intervalos matemáticamente iguales como si imitara al
reloj que tanto odiaba. No las oía pero las veía como si las vibraciones
llegaran a comunicarse con su cuerpo.
Dolores vio en aquello el esquema
de su vida: una sucesión de repeticiones vacías, de actos sin objetivo, de
subsistencia simplemente vital sin sonido ni sustancia. La fugaz caída seguía
produciéndose sin cacofonía, percatándose
entonces de que aún llevaba puestos los tapones se los ahuecó.
Entonces todo su ser se lleno de
ruido. Una algarabía inquietante celebraba la noche más esperada, la alineación
perfecta entre dos tiempos. El mágico 2014 pleno de promesas y de ilusión se extendía por las calles en ríos
de gritos, alegría y alcohol.
Al quitarse totalmente los
tapones algo se le rompió dentro. Notó como si los pequeños cuerpos auditivos hubieran
abierto compuertas en el pantano de su inquietud destruyendo el muro de
insatisfacción largamente alimentada. Se imaginó entonces en el centro de un
remolino de agua, arrastrada por un aliento de fortuna que de nuevo la llevó
hasta su habitación.
Recién salida del naufragio se
reconoció poseedora de un impulso renovado y sometida por entero a él se dejó
vestir, animada por la visión seductora de su simetría en el espejo del
dormitorio. Más tarde se dejó maquillar, conquistada por los perturbadores
aromas y, una vez traspasada la puerta de su casa, se dejó fluir hacia las
voces que parecía salir de todas direcciones, al mismo tiempo que un espíritu
de búsqueda le brotaba en su interior.
Cuando se acercó a una de las
serpientes humanas que se movía anárquica y feliz una mano se extendió hacia ella… Su flor de
esperanza se abrió al fin y disfruto...
Un relato reflexivo y para la superación...muy bueno!
ResponderEliminarFelicitaciones por ello.
Saludos.
Ramón
Hola.
EliminarOtro año coincidiendo en el concurso.
Gracias por visitarme y dejar un comentario.
Un Saludo y suerte en tu categoría.
A muchos esas fechas no nos agradan demasiado, pero hay que rehacerse y, como dices, superarse.
EliminarEnhorabuena David, hay un trozo del relato que me ha sabido a poesía, tan querida para mi.
ResponderEliminarUn abrazo amigo.
Hola Antonio.
Eliminar¡Que caros nos vendemos los dos!. Me alegra que el relato te guste y traiga a tu paladar esos sabores que tanto te llenan.
En el fondo somos unos románticos.
Un abrazo.