(ADVERTENCIA DE CONTENIDO HOMOERÓTICO EXPLICITO)
LOS ORGASMOS DEL VIGOREXICO (SEGUNDA PARTE)
El
salón estaba presidido por una foto en blanco y negro –enmarcada- de un chico
blanco desnudo sosteniendo en sus brazos un rollizo bebé negro. El adulto,
sentado en una silla de mimbre, con los pies cruzados sobre una mesa también de
junco -ocultando púdicamente sus genitales- miraba al rorro dormido, que
apoyaba su cabecita sobre su hombro derecho. Al fondo se veía el mar a través
de una ventana abierta. Le agradó la combinación de virilidad y ternura que el
fotógrafo había logrado plasmar en aquella imagen.
Las
mesas laterales y del centro eran de cristal y hierro con acabado
óxido-cobrizado. En primer término, grandes candelabros de hierro forjado. Al
fondo, un mueble estantería de madera de olivo con marquetería de Ten contenía varias piezas de cerámica
vanguardista de polifacéticos colores y formas. El éxito de los contrastes
estribaba en el azul fuerte de los sofás, los azules y óxidos de los cortinones
y la madera de cerezo para casi la totalidad de los muebles. En otra pared,
bajo una réplica de un cuadro del pintor Antonio López, se encontraba la cadena
de música.
-¿Te gustan los cantos
gregorianos? -preguntó Jorge. Roberto se acercó por detrás mientras él se
agachaba para poner en marcha el equipo. Agarrando su cintura, dio un
significativo golpe de caderas.
-Me encantan -contestó, dándole
un beso en la mejilla cuando Jorge se incorporó.
-Eres un irreverente -censuró
banalmente Jorge.
-¿Por qué? ¿Por la música sacra?
-En parte sí, pero también
porque quieres cometer sacrilegio con mi cuerpo –bromeó-.
-Por ti, no me importaría caer
en herejía –replicó socarronamente.
Cuando comenzó a sonar el “Puer natus est nobis” en modo VII, la
habitación cobró un encanto cercano a lo mágico. Se sentaron en el sofá, muy
juntos. Jorge cerró los ojos y movió la cabeza al son de los cantos, embargado
por la música como si hubiera sido poseído por miles de musas que le dominaran.
A Roberto le gustó aquella pasión con que vivía el ritmo y disfrutaba de las
notas. Se limitó a observar aquella faceta que no esperaba descubrir en un
hombre aparentemente tan rudo y viril: la sensibilidad.
El piso era pequeño, pero en él
se vivía a lo grande, ya que Jorge había estudiado las necesidades más
importantes, sin reservar espacios inútiles para actividades que se podían
realizar en contadas ocasiones. La sensación de amplitud se veía favorecida
gracias a la utilización de los mismos materiales y colorido a lo largo de toda
la vivienda. Había conseguido armonía, continuidad y equilibrio sin sobrecargar
demasiado algunas zonas. Los poco más de sesenta metros cuadrados se habían
distribuido en un salón-estar, un dormitorio principal con libros, un segundo
dormitorio para utilizar básicamente como estudio, un baño, cocina y recibidor
que, por sus dimensiones, era más un aislante con respecto al rellano de la
escalera. Colores fuertes, que oportunamente contrastados producían un entorno
atractivo, daban al apartamento un encanto relajado. Las paredes estaban
cubiertas con estuco veneciano, con fondo beig y, sobre éste, óxido rojizo. Los
techos eran lisos, algo más claros y las molduras color blanco, con el fin de
separar visualmente paredes y techos y conseguir la ilusión de mayor altura.
Las puertas estaban lacadas en mate, al tono de las paredes.
-Es una casa preciosa –alabó
Roberto por cuarta vez, obligando a Jorge a salir de su ensimismamiento. Él
sonrió.
-Gracias. He tenido que
ingeniármelas para tener de todo en tan poco espacio. He prescindido de la
librería, pasándola al dormitorio, y el comedor lo he sustituido por esta mesa
de centro -explicó tocándola con la palma de la mano-, que con solo girar la
base se puede convertir en una mesa para comer.
-Realmente ingenioso. La casa
está muy bien aprovechada.
-Espero que opines lo mismo de
mí -respondió inclinando la cabeza para besarle al tiempo que posaba una de
sus manos en el muslo, ascendiendo lentamente a su entrepierna.
-Primero tendremos que
comprobarlo, ¿no crees?
-Quisiera enseñarte un par de
libros en el dormitorio... ¿te apetece? -propuso con doble intención.
-¡Me encanta cultivarme!
-exclamó dándole un cariñoso azote en el culo.
Jorge se levantó y disminuyó la
intensidad de la iluminación, basada en apliques de yeso orientados hacia el
techo y estucados igual que las paredes para que no cobraran protagonismo. Al
entrar en el dormitorio el vigorexico advirtió que, el empleo de los colores
fuertes, lejos de achicar el espacio, creaba un ambiente cálido y acogedor.
Sus especulaciones en el
gimnasio durante sus ejercicios iban a esclarecerse… Contra todo lo esperado el
acercamiento había sido mucho más rápido y natural de lo que abrigaba o había
planeado. Esa misma tarde, en los vestuarios, mientras Jorge se duchaba y
Roberto se secaba las piernas sentado en uno de los bancos, el vigorexico encontró
abierta su bolsa de deporte. Al lado de una toalla cuidadosamente doblada, un
peine, un frasco de colonia Loewe y
desodorante de la misma marca, se encontraba un ejemplar de la revista digital “GAY+
ART” sacado por la impresora y cuidadosamente encuadernado en una carpeta de
plástico transparente. Jorge se acercó con el propósito de tomar la toalla
justo en el momento en el que Roberto se había inclinado para contemplar mejor
la portada. Pensando que era la
oportunidad que esperaba, Roberto se decidió.
-¿Es el último número?
-Si, -respondió Jorge,
sentándose a su lado. Comenzó a secarse vigorosamente la cabeza, con el pene
reposando sobre los listones de madera del banco- Ha salido ayer…
-El ordenador me está dando
problemas y no he tenido tiempo de bajarla
–respondió Roberto con una naturalidad que tranquilizó a Jorge-. ¿Podrías
prestármela como termines de leerla?
-Tengo una idea mejor -argumentó
con una incipiente erección que no intentó disimular-: ¿Te apetece que la
veamos juntos en mi casa?
-Desde luego. Me parece una idea
estupenda.
Estaba
claro que, al llegar a la casa, la revista no saldría de la bolsa de deportes.
En el
dormitorio, la cama estaba situada contra la ventana, separada por una repisa
que hacía las veces de cabezal. La luz exterior era tamizada con una cortina de
lamas orientables. A ambos lados, estanterías de madera de cerezo que llegaban
hasta el techo, parecían a punto de desmoronarse bajo el peso de los numerosos
libros. Una de las baldas parecía desafiar las leyes de la gravedad. A la
izquierda se encontraba una mesa de cristal y acero. Jorge colocó un cenicero y
una cajetilla de tabaco rubio al lado de un despertador digital en forma de
pirámide. Se desnudaron mutuamente con lentitud, sin pasar a la siguiente
prenda hasta aquella parte de sus cuerpos no fue completamente explorada. Dejaron
la ropa a los pies de la cama, sobre un mueble con cajones de idéntica madera
que las estanterías. La camiseta de Roberto se deslizó por uno de sus extremos
hasta caer al suelo de parquet.
Apartaron la colcha azul, y mientras Jorge apagaba los focos del cabecero, Roberto
se tendió en la cama. Aún había suficiente luz natural como para mantenerlas
encendidas y la penumbra les proporcionaba un escenario agradablemente erótico.
El canto gregoriano que llegaba heréticamente desde el salón propiciaba la
intimidad.
Jorge
acarició los muslos de Roberto. Después, con fuertes y experimentados dedos,
masajeó sus nalgas y las ingles, hasta que él se dio la vuelta. Jorge,
entregado, frotó y oprimió su pene con falso disimulo. Roberto permaneció con
los ojos cerrados y se dejó hacer.
Jorge
tomó su polla y la introdujo en su boca; le agradó que estuviera húmeda y
caliente. Primero tomó su miembro con la mano y lo acarició levemente con sus
labios como si besara una flor. Luego cerró los dedos como si fuera un tallo y
besó y mordió la punta del capullo. Roberto aparentó mostrarse insensible ante
su deliciosa insistencia. Lejos de arrendarse, su compañero lo introdujo en la
boca cerrando los labios con fuerza, tirando de él como si deseara
arrancárselo. El badajo cobró un vigor desconocido para el propio Roberto. Por
unos instantes pensó que iba estallar. Satisfecho por la excitación que
provocaba, Jorge introdujo el dedo índice entre sus nalgas con precaución. Fue
fácil, apenas se resistió… Mientras lo metía y sacaba rítmicamente se insertó
su miembro en la boca más profundamente y lo apretó y soltó alternativamente,
para terminar mordiéndola suavemente. A Roberto le fue imposible permanecer
inmóvil por más tiempo y posó las manos sobre la cabeza de Jorge acompasando
sus movimientos, empujando con fuerza para que la felación fuera más intensa.
Como respuesta, Jorge apartó sus manos y las sujetó, acariciando el miembro con
su lengua hasta que de nuevo lo introdujo en su boca hasta la mitad,
acariciándolo y chupándolo enérgicamente. Era evidente que Roberto eyacularía
de un momento a otro. Deseando que quedara totalmente satisfecho, Jorge se
metió todo el badajo en la garganta, apretándolo con gran esfuerzo hasta el
pubis, como si quisiera tragárselo entero. Roberto se arqueó violentamente
entre gemidos incontrolados cuando su amante insistió que excretara en su boca.
A pesar de sus súplicas salpicadas de placer no cejó en su empeño, sino que
siguió masturbándole hasta que Roberto casi lloró, sintiendo como si su alma abandonara el cuerpo durante unos segundos en los que se
sintió morir dulcemente y alcanzar lo divino.
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